LXVI Aunque no había descansado la noche anterior y había velado casi sin tregua durante algunas semanas, sin dormir más que de día y a ratos perdidos, el señor Haredale buscó a su sobrina desde el alba hasta el anochecer en todos los lugares donde podía creer que habría ido a refugiarse. En todo el día no pasó por sus labios nada, ni siquiera una gota de agua, y aunque se extendían sus correrías de un extremo a otro de Londres, no se sentó una sola vez para tomar descanso. No se había olvidado de recorrer en sus trabajosas pesquisas todos los barrios que podía imaginar, ni Chigwell, ni las casas de los artesanos y comerciantes con quienes tenía negocios, ni las de sus amigos y conocidos. Lleno de terrible ansiedad y perseguido por los más penosos temores, iba de magistrado en magistrado