LXXI Todo el día siguiente Emma Haredale, Dolly y Miggs permanecieron encerradas en la casa donde habían pasado tantos días sin ver a nadie y sin oír más voces que los murmullos de los hombres encargados de vigilarlas. Parecía que eran en mayor número en los últimos días, y no se oían ya las voces de mujeres que habían podido distinguir claramente al principio, y parecía igualmente que reinaba entre ellos mayor agitación, porque entraban y salían a cada instante con misterio y dirigían con afán preguntas a los últimos que llegaban. Al principio habían dado rienda suelta a su carácter sin preocuparse por si llamaban la atención, y todo era estruendo, contiendas, carcajadas, riñas, bailes y canciones; pero ahora eran reservados y silenciosos, sólo hablaban en voz baja y entraban y salían de