LXXII En efecto, el Black Lion estaba tan lejos y se tardaba tanto tiempo en llegar que, a pesar de las firmes pruebas que Dolly encontraba a su alrededor de la realidad de los últimos acontecimientos, cuyos efectos eran bien visibles, no podía desprenderse de la idea de que aquello sólo podía ser un sueño que duraba toda la noche, y desconfiaba de sus ojos y sus oídos incluso cuando vio por fin el coche parado en la puerta del Black Lion y al dueño de este establecimiento junto a la portezuela con gran número de luces para ayudarles a bajar y darles la más cordial enhorabuena. Pero no era eso todo, porque a un lado y a otro de la portezuela del coche estaban ya Edward Chester y Joe Willet. Era indudable que habían venido detrás en otro coche, y este proceder parecía tan extraño e inexpl