Esa noche Lilith no pudo dormir, grabó un mensaje para sus padres, anunció que ahora tenía veinticuatro y pasó un largo tiempo mirando las cartas. Cuando era pequeña, la magia más impresionante era la que imitaba a la naturaleza, fuego, viento, hielo, cosas como esas, su ilustración favorita mostraba a un mago encendiendo una fogata para preparar comida en medio de la lluvia, siempre pensó que esa era la clase de maga en la que quería convertirse.
La magia mental fue como un agujero con el que se topó, uno con la forma de una gran mesa circular detrás de la cual estaba Harret – fue una reunión conmovedora, lo estuve pensando y ya sé de qué formas voy a matarlos a todos – sonrió – comenzaré con el abuelo, a él lo meteré dentro de la pared y luego cubriré todo con piedras, excepto por la parte de los ojos, quiero que observe lo que le haré al resto de su familia.
– Me di cuenta de algo, no eres el tipo de criatura que da advertencias, sí quieres lastimar a alguien, lo haces, sin avisos o amenazas, y sí no lo has hecho hasta ahora, es porque no puedes.
Harret se levantó – de acuerdo, sé admitir cuando estoy en desventaja y tengo un trato que ofrecerte.
– ¿Tú?, ¡cuál es el trato!, ¿matarme antes o después de torturarme?
– La piedra – soltó Harret con una expresión llena de seriedad – puedes tomar mi talento, no es algo a lo que esté particularmente aferrado y por sí ya lo olvidaste, yo fui el primero en cederte una parte de mi poder, pero necesito la piedra, tú no sabes cómo usarla, no entiendes lo que representa, yo sí.
– Sé lo suficiente.
– No lo sabes – alzó la voz – encontré suficientes pistas en tus recuerdos para entender que a esta era le llaman “declive”, porque ya no hay suficiente magia, por eso la están reciclando de los demonios, esa piedra, es la fuente de todo, sí la activas, la magia volverá a su auge, todo cambiará, habrá tanta magia como al principio de los tiempos, derrotar magos como yo será tan sencillo como cortar una rebanada de pastel, los magos de tu época, los seguidores del abismo, ya no habrá distinciones, será una sola comunidad unida por un mismo símbolo, como lo fue en los tiempos de la universidad de Malea.
– Te refieres a esa época, en la que tú y tus amigos robaban cuerpos, peleaban guerras y asesinaban inocentes.
Harret apretó los dientes – eran tiempos diferentes, y siempre hay guerras, haz una búsqueda rápida en tu celular de cuántas guerras se están librando en este preciso momento, te sorprenderá la respuesta. La codicia humana existirá con o sin la magia, pero sí usas la piedra como yo te enseñaré a hacerlo, puedes evitar que los magos la usen para dañar a otros, crearías un mundo mejor.
Lilith soltó un bufido – debo parecerte una idiota, ¿de verdad piensas que te creeré?
– Por el bien de la humanidad, espero que lo hagas.
– No uses palabras cuyo significado no entiendes.
Harret maldijo entre dientes – de verdad, no lo entiendes.
Lilith caminó hacia la mesa y se recargó, el rostro de Harret estaba a medio metro del suyo – sé que Leimos murió destruyendo la mitad de la piedra y que esa mujer, la que tenía en sus manos la otra mitad, construyó una habitación que devora a las personas y después se sacrificó, lo hizo para que nadie tomara la piedra, ni tú, ni los otros magos, todo esto me dice que es una reliquia peligrosa en las manos equivocadas y esas son las tuyas – se apartó – la piedra se queda en el espejo, para siempre – dejó su espacio mental y volvió a la habitación.
“Necesito que pienses en ese demonio como un compañero de habitación, él tiene necesidades que no debes cumplir”, esas fueron las palabras del señor Elkan, y tenía razón, Lilith solo podía imaginar lo peor de ese demonio y eso era, a él sosteniendo la piedra y convirtiéndola en polvo, antes de convertir su mundo en una réplica de lo que fue, en el siglo XIV.
Afuera un coche se detuvo, el conductor dejó las luces encendidas y el señor Gustavo, junto con su primo Alfonso salieron a verlo. En la parte de atrás venía una mujer envuelta en una sábana.
Ocurría cada par de semanas, una persona llegaba a la iglesia o los llamaba y ellos iban, traían a la persona poseída, le realizaban un exorcismo y se quedaban con la energía, a cambio de liberar a la persona de la posesión demoniaca.
Era el trabajo de los seguidores del abismo en la iglesia de la rosa, como le explicaron semanas atrás, había otras sectas y grupos de seguidores con diferentes propósitos, algunos eran homicidas, otros criminales, no era algo que ellos pudieran controlar porque no eran una organización mundial, sino una iglesia.
Así funcionaba, el interior de ese mundo al que quiso pertenecer desde que era una niña, resultó, que no tenía idea de lo que pedía.
– ¿No puedes dormir? – preguntó Megan y bostezó.
– Ya estoy dormida – respondió Lilith.
Megan le lanzó una almohada – te acostumbrarás a tener veinticuatro, preocúpate el día en que tengas que acostumbrarte a tener cuarenta y dos.
Lilith levantó la almohada sin tocarla y golpeó la cabeza de Megan con ella – duérmete.
*****
La cita del martes llegó demasiado pronto, Lilith estaba sentada con las piernas cruzadas, faltaban quince minutos para las dos de la tarde, la mujer que pasó antes que ella iba a tatuarse la letra “A” detrás de la oreja con una tipografía cursiva, y después de ella, iría Megan.
Tras pensarlo mucho, Megan decidió que se tatuaría un grupo de aves volando en el área de su clavícula, justo por encima de su corazón. Pero la idea de los dos peces seguía siendo fuerte, Lilith imaginó que en un par de meses volvería al centro de tatuado para ir por ese diseño.
– Siguiente.
– Soy yo – dijo Lilith, dejó las revistas sobre la mesa y se despidió de Megan, que le deseó buena suerte.
Su tatuador la saludó – bien, son dos tatuajes, trabajaremos primero tu muñeca, ¿cuál va a ser?
Lilith usaba el reloj en la mano derecha, así que – la izquierda.
– Perfecto, y tu hombro.
– También el izquierdo.
Para la primera parte estuvo sentada, mirando como la tinta azul del calcado era reemplazada por una tinta negra sólida, y así, el número formado por dígitos con remates y trazos rectos, se convertía en parte de su piel. Para la segunda parte se recostó boca abajo, con el cabello hacia un lado y la espalda descubierta, mientras con una aguja, golpeaban su piel.
A veces la maquina pasaba muchas veces por un mismo sitio, haciendo que fuera un poco doloroso, después se apartaba y continuaba el trazo por su piel, como Megan lo dijo, los tatuajes dolían, pero era un dolor soportable.
Al final le dieron indicaciones de cómo debía cuidar su piel, humectarla y no exponerla al sol durante los siguientes días. Todo eso ya lo había escuchado de Megan, que tenía más experiencia y despreocupada, dejó de prestarle atención al tatuador para mirar el resultado en el espejo.
Un cuervo con las alas extendidas se asomaba en su espalda, del lado izquierdo, casi llegando a su hombro. Viéndolo más de cerca, era demasiada tinta – por dios, ¡qué hice!
El tatuador la miró – no te recomiendo la cirugía con láser, es más doloroso.
– Gracias, estoy bien.
Megan salió antes, la esperó y volvieron juntas a casa.
*****
Los adornos navideños cubrían la entrada de la clínica Vignon y un afiche anunciaba la celebración previa a la noche buena, habría comida, regalos especiales y todos los pacientes estaban invitados.
Ofelia dudó al momento de tomar la invitación – lo que menos quiero es que las personas sepan que necesito ayuda psiquiátrica.
La doctora García juntó las manos – la clínica tiene muchas especialidades, hay personas que sufrieron estrés postraumático, perdieron seres queridos, luchan contra fobias o se preparan para las entrevistas de trabajo, nadie te juzgará, es un ambiente para socializar.
– E invitan a personas con fobia social.
– Todos aquí pasaron por el mismo proceso y comprendieron que necesitar ayuda no es signo de debilidad. Es lo mismo para ti, no hay que sentir vergüenza por pedir ayuda, de hecho, es lo más sano que puedes hacer, y has avanzado bastante, estoy muy orgullosa.
Ingresó a la clínica en noviembre, y ya tenía mes y medio asistiendo a terapias semanales para lidiar con el proceso de, “cargar al mundo sobre sus hombros”, no era agradable, ni valiente, la doctora García estaba loca – gracias, pero no vendré – regresó la invitación.
Ofelia siempre pedía que su cita fuera la última del día, no quería encontrarse con otras personas en la sala de espera, por eso llegaba justo a la hora de su cita y se iba en silencio, con solo la recepcionista afuera de la oficina.
Pero justo ese día, de todos los posibles, era el cumpleaños de la recepcionista y la sala, que debería estar vacía, estaba repleta – no puede ser – susurró y pensó en acomodar su bufanda para no ser vista. Al alzar la vista, notó a una mujer a la que ya había visto antes, saliendo del elevador.
Patricia, la recepcionista, sonrió – Eva – y abrazó a Eva Landes, esposa del director de la clínica – gracias por venir.
– Jamás me lo perdería, ¿cuántos son este año?
– Veinticinco, con veinte años de experiencia.
– Perfecto – sonrió Eva.
– Y dime, ¿pudiste con tu familia?
Eva resopló – los Vignon son un grupo de antisociales, exceptuando a mi cuñada, que no es una Vignon – agregó – nadie quiere asistir a la fiesta de navidad, tuve que negociar con Percival, sí viene, lo ayudaré a mudarse.
Patricia alzó las cejas – buena jugada, ¿sigue trabajando en el ministerio?
– Sí – suspiró – sé qué hace un buen trabajo y estoy muy orgullosa de que lo consiguiera por su cuenta, es solo, que trabaja demasiado, sale de viaje, hace horas extra, ni hablar de presentarme a una linda chica, ya ni siquiera lo veo.
– Tú has que venga a la fiesta, yo me encargo de presentarle a mis cinco sobrinas.
Eva siguió bromeando, las otras invitadas descubrieron el pastel y Ofelia, que se quedó atrapada entre el tumulto, regresó a la oficina de la doctora García.
Ella iba de salida, después de acomodar sus notas y guardar los expedientes bajo llave, se dirigía a la puerta para unirse a la fiesta y vio a Ofelia – ¿sucedió algo?
– Sobre la fiesta, los socios, directores y accionistas de la clínica, ¿también están invitados?
La doctora asintió – son los anfitriones, por supuesto, estarán presentes con sus familias, ¿por qué?
– Cambie de opinión, asistiré, ¿puedo tener la invitación de vuelta?
La doctora sonrió – desde luego, ¡aquí está!, será una agradable experiencia.