Lilith se miró por quinta vez en el espejo antes de salir, sentía que su maquillaje no estaba bien y que la ropa no era de su agrado, pero ya se había cambiado cinco veces, no podía tardarse más tiempo – saldrá bien – se dijo a sí misma, dio la vuelta y vio a Harret recargado junto a la puerta.
Con las manos apretadas en puños, Lilith la abrió y bajó los escalones.
Bruno la esperaba abajo – ¿todo bien?
Ella no quería tardarse tanto – sí, lo siento.
– ¿No olvidaste algo?
Lilith miró su bolsa, traía todo lo que necesitaba, su celular, cartera, el espejo, ¿qué le hacía falta?, subió la mirada y Bruno la besó.
De manera totalmente inesperada, tuvo su primer beso.
La fila para comprar palomitas era larga, Lilith fue por un recipiente, casi siempre que iba al cine buscaba economizar, era su primera vez comprando todo el paquete de pareja, con palomitas grandes, dos refrescos y una barra de chocolate tres veces su costo regular.
Era un desperdicio de dinero por una película de dos horas que podría no gustarle, y sí fuera con cualquier otra persona, estaría quejándose de los costos, pero al ir con Bruno y pensando en ese día como su primera cita, estaba emocionada.
Aparentemente, las reglas convencionales no aplicaban en una cita.
La película comenzó con una persecución en medio de una hermosa ciudad y el primer vistazo de lo que prometía ser un villano oculto.
Era una buena película, diferente de las tramas románticas que veía con Megan, y muy compleja, el tipo de película que te tenía al borde del asiento, buscando pistas y detalles que más adelante serían útiles para atrapar al culpable, su tipo de película, sin duda la vería en su tiempo de almuerzo en la tienda, pero en ese momento, no podía concentrarse.
Todos los movimientos de Bruno, la forma en que miraba la película, el momento en que agarraba el refresco o tomaba palomitas, todo lo que él hacía era más importante que mirar la pantalla o descubrir quién era el asesino.
La película terminó.
Los dos se levantaron después de todos los créditos, Bruno volteó a verla y preguntó – ¿qué te pareció?
– Estoy sin palabras – era su única respuesta.
Bruno sonrió, tomó su mano y la hizo regresar para abrazarla – relájate, está bien sí no te gustó, la próxima vez tú escoges.
El problema era ella – fue una buena elección, no fue la película, es…, complicado.
Bruno se inclinó para besarla una vez más. Fue menos sorpresivo que la primera vez, en esa ocasión casi estuvo esperándolo – es tu turno de pedir algo, ¿qué quieres?
Lilith miró la plaza, las cafeterías, tiendas de comida y eligió lo primero que aparecía en su mente cuando pensaba en una cita – quiero un helado.
El empleado preguntó el sabor y cada uno respondió.
– Vainilla.
– Chocolate.
*****
Elizabeth Lacroix, su padre era sobrino de la directora Lacroix, sus padres se divorciaron cuando ella tenía diez años, a los quince le detectaron un problema médico y seis meses después falleció.
Según la información pública y a la cual Percival podía acceder sin levantar las alarmas, Elizabeth fue tratada en el extranjero, en clínicas particulares y nada indicaba que hubiera estado en el país durante su enfermedad.
Basándose en lo que el demonio le dijo, Percival tenía una teoría diferente.
Él y Antonio llegaron a la clínica, se estacionaron lejos porque no eran familiares y entraron buscando a uno de los pacientes. El señor que vieron en la casa ese día.
Antonio visitó la clínica un par de días atrás y descubrió que el nieto rara vez lo visitaba, después de hablar con una de las enfermeras y convencerla de que eran, ¡amigos de la familia!, los dejaron entrar. Ese día Antonio empujó la silla de ruedas para ayudar a la enfermera mientras Percival la interrogaba, o era interrogado por ella.
– Son tan amables, muchos de nuestros pacientes no reciben visitas, ¿cómo dijo que se llamaba?
– Percival.
– Se ve muy joven, ¿qué edad tiene?
Percival alcanzó a escuchar la risa de Antonio – tengo veintiséis, sobre la clínica, mi tío y yo estuvimos investigando y dice que abrió hace catorce años, pero el edificio se construyó hace veinte.
Ella asintió – era una clínica diferente, se llamaba; “Green Heart”, o algo así, era una palabra en inglés y tenía un corazón de color verde que parecía ser una hoja, lo sé porque escuché a otras enfermeras hablar sobre ello, muchos continuaron trabajando aquí.
– ¿Y qué pasó con esa clínica?
– No estoy segura, yo llegué aquí hace apenas dos años, pero sé que los dueños eligieron el edificio porque tenía todo lo que necesitaban, las habitaciones, áreas recreativas, fisioterapia – se detuvo – ustedes, no están con esa mujer, ¿cierto?
Antonio dejó de empujar la silla – ¿qué mujer?
La enfermera dudó y miró hacia atrás antes de decir – la reportera, no recuerdo su nombre, vino hace dos años, lo recuerdo porque era mi primera semana, ella trabajaba en un documental que relacionaba la antigua clínica con una secta, pero todo era mentira y llamaron a la policía para sacarla de aquí, sí ustedes están con ella.
– No lo estamos – dijo Antonio – tampoco sabíamos del documental, no se preocupe, no perderá su empleo y la verdad, tratándose de reporteros, lo que les importa es vender, esas personas no tienen escrúpulos, deberían ir a prisión.
La enfermera asintió – totalmente de acuerdo, son personas terribles, no les importa la verdad, solo vender tabloides.
Media hora después estaban de regreso en el auto.
– Siguiente paso – dijo Antonio.
– Encontrar a la reportera – completó Percival.
– Yo me encargaré de eso, ¿enviaste la solicitud?
Percival asintió – hace dos días, tiene que ser aprobada por todo el departamento.
Desde el incidente con el espejo las reglas del archivo cambiaron, sí alguien quería sacar un artículo, debía pasar por un estricto proceso que incluía llenar una solicitud y explicar el motivo. Tomó tres días más y formarse para esperar una respuesta.
– Percival Vignon.
Él se levantó y recibió una caja de música envuelta en una bolsa de plástico – gracias – respondió con desgana.
Según lo que conocían de los demonios, ellos no elegían objetos al azar, y siguiendo esa creencia, Elizabeth debió tener una razón para elegir esa caja de música, tal vez era de ella o la vio en la clínica y le gustó.
Cualquier pista era buena.
Volvió a la oficina, Antonio seguía investigando a la autora del documental y él estaba solo, por eso dejó la oficina cerrada con llave. Para su sorpresa, la puerta estaba abierta, la empujó y vio a Ofelia.
– Hola, yo, estaba cerrado y le pedí al capitán del departamento que abriera – soltó Ofelia un poco afligida – lo siento, no pensé que habría problema.
Percival trató de no molestarse, Ofelia no actuaba con malas intenciones al hacer uso del poder de su familia, el problema, era que, al dejar cerrado, no se molestó en cubrir la pizarra, y justo en el centro, estaba la fotografía de Elizabeth.
La quitó de prisa – no es lo que parece.
– Parece que investigas la muerte de mi prima – dijo Ofelia.
– De acuerdo, es exactamente lo que parece – admitió Percival – esto no involucra a tu familia – se le dificultó mentir – es para una investigación en general de…
Ofelia sonrió.
– No es divertido.
– Lo siento, tienes razón, no me río porque crea que la muerte de mi prima fue graciosa, es porque después de la fiesta yo hice lo mismo – dijo Ofelia y señaló la única silla – ¿puedo?
Percival quitó las carpetas y la ropa de la silla para que ella se sentara.
– Para empezar, según mi abuela – dijo Ofelia – Liz no presentó problemas médicos de inmediato, ella fue una niña alegre y llena de vida, el problema comenzó con la infidelidad de mi tío Gabriel, su esposa, mi tía Adela, se enteró, armó una escena y mi abuelo, que seguía vivo, la expulsó de la familia – agregó con vergüenza – eran tiempos diferentes, mi abuelo le ofreció dinero a la amante de mi tío, ella lo aceptó y desapareció, eso provocó que mi tío enfureciera, pasaba todos los fines de semana bebiendo, y una vez al mes mi tía visitaba a mi prima, aquí fue la primera señal de alarma, mi tía le contó a mi tío que Elizabeth se veía enferma, pálida, delgada y cansada, mi tío dijo que era un acto, que mi prima quería llamar la atención o peor, hacer que ellos dos volvieran y que fingía sentirse mal para crear empatía, esa situación duró un par de años, entonces mi prima se desmayó en una fiesta, mi abuela la llevó a una clínica y fue cuando descubrimos que tenía leucemia y que estaba muy avanzada – se humedeció los labios – mi tía llamó “asesinos”, a todos en mi familia, mi tío entró en depresión, fue por mi prima, la llevó a la clínica más costosa del planeta y unos meses después volvió con sus cenizas en una urna.
Percival fue tomando notas y al final preguntó – ¿en dónde está esa urna?
– En casa de mi tío, supongo, no he sabido de él desde hace años.
Percival lo anotó – y a tu tía, ¿la has visto?
– No, tengo ese breve recuerdo de ella gritando en la villa, con todos en familia preparando la cena de navidad o algo así, y eso es todo. Pero tengo su nombre completo, le pedí a mi abuela que me lo diera y lo anoté – sacó un trozo de papel, del otro lado estaba la dirección de un consultorio odontológico.
Percival miró la nota – ¿por qué me estás diciendo todo eso?, es información de tu familia y cuando llegaste aquí había una fotografía de tu prima pegada a la pared, yo podría ser un pervertido, o estar intentando algo en contra de tu familia.
Ofelia bajó la mirada – noté que era importante, eres como yo, en ciertos aspectos, no compartes información personal ni muestras demasiado interés por las cosas y te veías muy interesado en ella, por eso lo investigué con mi abuela, no te mencioné – agregó de inmediato – dije que era curiosidad. Espero haber sido de ayuda.
Percival asintió – así fue.
– Sí necesitas otra cosa, ¡puedo ayudarte!
– ¿Por qué?
– Es…
La puerta de la oficina se abrió, era Antonio cargando un paquete con el emblema de una empresa de paquetería – lo siento, interrumpo.
Ofelia se levantó – no, yo vine a visitar a Percy, ya me voy, con permiso – se despidió.
Antonio dejó el paquete sobre la mesa y miró a su asistente – ¿Percy?
Así lo llamaba su mamá, en algún momento de la fiesta Ofelia debió escuchar a su madre llamarlo así, era la explicación a la que Percival llegó.
– Te felicito por tener novia, pero la próxima vez no la traigas a la oficina, tenemos muchos archivos aquí – reclamó Antonio.
– No es mi novia y no la traje a la oficina, llegué y ya estaba aquí.