Eco Parte 1

1986 Palabras
Percival se quedó dormido en su taller, eran las dos de la madrugada, su alarma estaba programada para las siete y afuera en el pasillo, sus vecinos regresaban de una fiesta. El cargador sobre la mesa emitió una señal verde con el lema “carga completa”, el mecanismo se accionó y la placa giró emitiendo un ruido estático por cinco minutos, después hubo un sonido bajo y melodioso, era agradable, pero también muy inusual, porque Percival estaba solo en su departamento y faltaban cinco horas para que sonará la alarma. Despertó bruscamente y casi se cayó de la silla, el sonido que estaba escuchando era una canción y ese ruido venía de la placa sobre la mesa conectada a una caja de música. Esa era la voz de Elizabeth Lacroix. – ¡Qué demonios! – exclamó y se pellizcó. Dolió. No era un sueño, era real, lo consiguió, después de más de un año probando teorías y diseños, estaba escuchando la voz de un demonio que ya había sido eliminado, no, de una persona que estaba muerta. – ¡Aaaaaah! – gritó. Ahora, ¡qué seguía! Poner en orden sus ideas le llevó un rato, bañarse, comer y depilarse la barba de cuatro días, llevó un poco más, analizar el diseño para hacerlo más estilizado y completar su máquina, eso llevó el resto de sus vacaciones. Y todo, para ese momento. La señora Morrison abrió la puerta, se veía con más arrugas, cansada y un poco enferma. – Siento la hora – dijo Percival – ¿se encuentra bien? – Lo mejor que se puede estar en mi condición, a mi edad la gripa se convierte en neumonía y la migraña en Alzheimer – sonrió – por suerte para usted, jovencito, aún lo recuerdo. Percival se alegró – le prometí que vendría a verla – entró y colocó la caja de música junto al soporte que era su máquina, después alineó los discos y reprodujo el sonido. La señora Morrison se colocó sus lentes para observar lo que Percival hacía y al instante, escuchó la canción y su corazón dolió, esa era la voz de su hija, fue imposible contener las lágrimas, siguió escuchando la canción y miró a Percival – ¡cómo! Él ya tenía preparada una mentira – usted mencionó que la caja de música tenía energía mágica, revisé y era muy poca, tuve que amplificarla varias veces para obtener el audio sin dañarlo, lamento haberla hecho esperar. La señora Morrison tomó las manos de Percival y las apretó con fuerza – gracias, gracias. – Mamá – dijo la voz de Elizabeth – te extraño mucho. La señora Morrison miró hacia arriba – también te extraño. Percival sintió que sus ojos se humedecían mientras escuchaba a Elizabeth hablarle a su madre sin saber que años después, ella escucharía cada palabra – yo, grabé todo en un disco, no sé si usted tenga un reproductor. – Tengo un estéreo, es para discos en vinil. – Usemos esta – señaló Percival y le entregó la grabadora – usa pilas, sí un día deja de funcionar, solo póngale pilas nuevas, y esta – tomó la caja de música – es suya. La señora Morrison abrazó ambas – gracias, ¿cómo puedo pagártelo? – No tiene que hacerlo. Hice esto porque quería hacerlo – no podía decir que vio el alma de Elizabeth, que pudo traerla y que, de haberlo hecho, ella se habría despedido de su madre, no con mensajes pre grabados, sino con una conversación real. La señora Morrison dejó la caja de música sobre la mesa y se levantó – tengo pocas posesiones valiosas – abrió la vitrina y tomó una caja que estaba en el fondo – tienen un significado emocional, más grande que su valor monetario, esto fue de mi padre. – No. – Por favor – insistió la señora Morrison y puso en las manos de Percival un reloj muy antiguo – siento que ahora puedo irme más tranquila, mi nena me está esperando y no quiero que algún paramédico se quede con esto, tómalo – insistió. Percival no era del tipo sentimental, o tal vez sí. De regreso en su coche se talló los ojos y condujo al ministerio. Sus vacaciones terminaron y los casos abiertos, no se cerraron, seguían pegados a la pizarra o extendidos en el escritorio, Antonio dormitaba, la oficina tenía un fuerte aroma a comida grasosa que era difícil de explicar. Percival abrió la ventana – despierte. – Llegaste, ¿cómo fueron tus vacaciones?, escuché que tu novia sigue de viaje, ¡te puso un espía, como la última vez! Percival dio la vuelta – no era un espía, y lo mando su abuela. Antonio se burló – todavía no te casas, y ya te pusieron las esposas. Percival mostró sus manos y muñecas desnudas para indicar que todavía no lo esposaban, después abrió su mochila – lo terminé. Antonio se levantó de la silla – parece una báscula, ¿de verdad funciona? – Lo probe con un prototipo que ya no podemos usar, por eso vine, necesito acceso a los objetos en el archivo, para probar sí funciona, usted es un muy buen amigo del capitán Leblanc. Podría conseguir el permiso, sí lo pide amablemente. Antonio levantó la mirada – ¿qué obtendré a cambio? – Seguirá teniendo un compañero. – Eres un mal negociante, tienes que ofrecer algo que yo realmente quiera, pero lo haré por ti, porque pienso que eres un buen chico. Los dos fueron primero a la oficina del capitán Leblanc para exponer su caso y contarle la máquina de Percival, según la presentación que imprimió, porque sabía que al capitán Leblanc no le gustaba mirar la pantalla de su celular, el artefacto mágico permitía escuchar los pensamientos del demonio grabados durante su estancia dentro del objeto demonizado. Leblanc miró a Antonio – ¿tu chico habla en serio? – No soy su chico – pensó Percival. – No he visto el artefacto en funcionamiento – respondió Antonio – por eso estamos aquí, necesitamos tu permiso para usar los objetos en el archivo. No hay riesgo, el artefacto está diseñado para actuar después de que el demonio es eliminado, no antes – aclaró. Leblanc suspiró – ¿Cuáles son las aplicaciones de esta cosa?, hablo objetivamente, ¿de qué me sirve saber en qué piensan esos hijos de perra? – Bueno, objetivamente, los demonios son magos, se dedicaron al estudio de la magia en épocas antiguas y, podría darse el caso de que alguno de ellos tenga un mensaje para sus familiares, o se haya convertido en demonio en contra de su voluntad, también – dijo Percival – estamos acostumbrados a decir que los demonios mienten, ¿correcto?, este artefacto lee los pensamientos, los demonios les mienten a otras personas, no a ellos. – Y tú dices que el chico es listo – interrumpió Leblanc – de acuerdo, me vendrá bien caminar un poco. Percival respiró profundamente, trataba de no estar nervioso y le estaba costando mucho trabajo, el tiempo que pasaron en casa piso le pareció eterno, llegaron al sótano, se abrieron las puertas y se detuvieron frente a la recepción. Después de lo sucedido con el caso del espejo, todo el sótano se renovó, había más seguridad, paredes blindadas y un sistema de dos puertas, todo esto indicaba que ahora era más tardado ir al archivo. El capitán Leblanc lo odiaba. Ya en el archivo revisaron los objetos demonizados, Percival acomodó el artefacto y seleccionó objetos que no fuera muy pesados, como libros. El primer objeto fue colocado, Percival respiró profundamente, accionó el artefacto y durante los siguientes veinte segundos escucharon gruñidos seguidos de insultos. Percival lo apagó. – Muy ilustrativo – dijo el capitán Leblanc. Percival retiró el libro, volvió a la vitrina y miró los objetos demonizados de años pasados, había uno que llamó su atención, porque no era la primera vez que lo veía, se trataba de una muñeca de porcelana muy vieja, parecida a las que estaban en la vitrina del espejo y una de ellas, escribió la palabra “corre”, en la superficie del vidrio. Sin dudarlo, tomó la muñeca, la colocó sobre el artefacto, se esforzó por acomodarla de modo que no se cayera, respiró profundamente y presionó el botón. Los platos giraron, pero durante varios segundos nada pasó, el capitán Leblanc se veía impaciente, Percival también se ponía nervioso, pensó en tomar otra muñeca y acercó su dedo al botón de apagado. – ¡Espera, no te vayas! La voz de una mujer gritó dentro de la habitación. – ¡Estoy aquí!, por favor, regresa – continúo. Percival sonrió – les dije – y al mirar al capitán Leblanc y a su jefe, se encontró con rostros pálidos. – Antonio, por favor, vuelve. Percival tuvo un mal presentimiento, quiso preguntar, pero al instante Antonio lo apartó de la mesa – ¡cómo es posible! – exclamó mirando la muñeca. – ¿Qué sucede? – Es Anna – exclamó el capitán Leblanc. La habitación del espejo hizo más que separar el alma del cuerpo de Anna, lo que hizo, fue encerrarla dentro de una de las muñecas de la vitrina. Días después el experto en artefactos apareció, tomaron todos los objetos demonizados usando manifestaciones para no correr riesgos, eliminaron los demonios y sin saberlo, el alma de Anna pasó por el mismo proceso. – No debí ser tan agresiva – dijo su voz con un poco de llanto – papá, tú tenías razón. Anna no sabía que sus palabras algún día serían escuchadas, pero dio inicio a un diario, se despidió de su familia, observó cuando las manifestaciones recogieron los objetos y le dedicó un mensaje al eliminador que llevó su caso en un tono bromista – así que serás tú quien me elimine, ¿sigues comiendo durante tus turnos?, no vayas a tocarme después de comer frituras, lo digo muy en serio, soy la sobrina del capitán y haré que te despidan sí lo haces, ¡ah!, me pregunto qué fotografía usaron en mi entierro, debió ser una muy linda – y al final dijo adiós por última vez. El artefacto se detuvo. Antonio ya no pudo mantenerse en pie – debí sacarla, debí…, sí hubiera – se atoró con las palabras – sí hubiéramos mantenido el flujo de oxígeno a su cerebro y traspasado su alma de la muñeca… – Se ha ido – dijo el capitán Leblanc – desde hace mucho, eso es un eco, ella está descansando – dio la vuelta y miró a Percival – es un invento peligroso, ¿qué nombre le darás? Percival lo tenía anotado en su presentación, pero, después de escuchar la voz de la antigua compañera de su jefe, le pareció inapropiado – eco. El capitán Leblanc estuvo de acuerdo – buen nombre, ve primero a patentes para que apliquen las regulaciones y sí quieres venderlo, mira bien con quién haces el trato. Percival asintió – lo lamento, yo no sabía. El capitán Leblanc le puso la mano en el hombro. La muñeca que escribió “corre”, en la vitrina, fue Valentina Cardenal, intentó advertirle a Anna, pero ella no la vio. ***** Al día siguiente Ofelia escuchó la historia – dices, que mi tío intentó traspasar el alma de mi prima a otro cuerpo, fracasó y ella se convirtió en un demonio. Percival asintió – mi jefe lo investigó y la mayor responsabilidad recae sobre la clínica Green Heart, el ministerio lo investigará, de tu tío, sabemos que se fue al extranjero y está siendo buscado por otro crimen. – Conociendo a mi abuela – intervino Ofelia – apuesto a que ya está en una prisión desconocida – suspiró – y sobre tu invento, ¿qué planes tienes? – Patentarlo y usarlo como herramienta de investigación en el ministerio. – En serio, ¡qué harías sin mí!
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR