Lilith tenía el juguete en las manos, parecía tonto y sabía que Percival se burlaría, pero, extrañamente tenía mucho sentido. Si inclinaba el juguete demasiado, la esfera se iba hasta el fondo y si lo hacía muy lento, se quedaba quieta o se regresaba. Controlar el poder mágico era similar, en teoría.
Una pequeña cantidad de magia encendía una vela, demasiada, comenzaba un incendio, por eso sus padres le dieron un brazalete para anular su talento, no querían que ella le prendiera fuego a la casa.
– Enseñarme sería más fácil – pensó en voz alta.
El portón de la entrada se abrió, Lilith se levantó y abrió la puerta para recibir a sus padres.
La profesora Santiago la miró de arriba abajo – ¿saliste?
– Fui al museo, ¿me llevaron cuando era más pequeña?
Su padre asintió – tu abuelo te llevó, creo, no lo recuerdo – se rascó la cabeza – supongo que te llevamos en algún momento, a tu madre le encantaba llevarte de paseo, un día llegue de una junta y me hicieron conducir cuatro horas al parque de diversiones, ¿lo recuerdas?
Brenda sonrió – por supuesto, tenemos las fotografías, iré por el álbum, espera aquí.
Lilith permaneció en la entrada un momento, tal vez lo había imaginado, pero sintió que sus padres estaban desviando la conversación.
– ¿Por qué me llevó el abuelo?
Y también, ¿por qué no lo recordaba?, un evento como ese debió quedar grabado en su memoria, era magia. Sus padres no respondieron y la sentaron a mirar las fotografías del parque de diversiones por un largo tiempo, al final, su madre le puso la mano en el hombro.
– Hoy te toca lavar, ¿ya metiste tu ropa a la lavadora?
Lo olvido – aun no.
El cuarto de lavado era pequeño, pero tenía una puerta de cristal qué daba al jardín, mirando la lavadora Lilith pensó en cuan mundana era su vida, en toda su casa no había libros de magia, tampoco artefactos mágicos y no recordaba cuando fue la última vez que vio a sus padres usar magia.
Antes pensó que todo era su culpa, ellos no querían hacerla sentir mal, por eso todo en su casa era tan mundano, desde limpiar y cocinar hasta cuidar las plantas.
De haber usado magia ese pequeño rosal que compraron en la plaza no se habría secado, Lilith lo sabía y asumió que su madre evitaba usar magia para no herirla, pero ahí estaba, con un talento mágico que fue puesto a prueba por toda su familia y seguían viviendo como mundanos.
Nunca lo pensó antes, y si ella no era la razón.
Encendió la secadora, desde la puerta de cristal vio a su padre salir a responder una llamada, la puerta estaba entre abierta.
– No – dijo su padre en un tono de enfado – ya hablamos sobre esto, alejarnos de la familia fue tu decisión, no nuestra. No. No me importa. Habla de eso con Alfredo, no conmigo – suspiró y giró la mirada.
Lilith se escondió detrás de la pared para no ser vista y siguió escuchando.
– Ya olvidaste lo que dijiste el día que te fuiste, pues yo jamás lo olvidaré – sentenció su padre.
En la mente de Lilith, el abuelo era un recuerdo vago, la noche que tenía más clara fue a los quince años, la mañana antes de navidad, ella le pidió a su padre que llamaran al abuelo, él marcó y la frase "esa cosa no es mi nieta" quedó fuertemente grabada en su memoria, pero fue una llamada, no una frase de despedida.
Mirando el techo del cuarto de lavado, Lilith sintió que su familia le estaba ocultando algo.
*****
Antonio toco la puerta con el letrero de "eliminación" y Carlos le abrió.
Esa habitación era por mucho el cuarto más pequeño dentro del departamento de demonología y se parecía a un cuarto de radiografías.
Tres cuartas partes del espacio lo ocupaba una mesa circular con una lámpara en el techo justo encima y en un corredor estaba el pequeño cuarto donde Carlos se encerraba y miraba la mesa desde una ventana de cristal.
Antonio aspiro el aire del pequeño cuarto – huele a pepperoni y a piña.
Carlos le lanzó una mirada agua – por tu culpa no tengo tiempo de salir a comer, los demonios clase A toman de cinco a ocho horas en eliminarse y necesito hacerlo rápido, los seguidores del abismo siguen siendo un problema serio, si supieran que tenemos esta cantidad de demonios, atacarían el ministerio.
– No te crítico, excepto por la parte de la piña, solo un idiota le pone fruta a una pizza.
– El tomate es una fruta, también el pimiento.
– Olvidemos eso, vine por el demonio de categoría C que envié hace unos días.
– Lo elimine al día siguiente y envíe el libro a la bodega.
– Gracias.
– Estaba incompleto – dijo Carlos antes de que Antonio se fuera y respondiendo a una pregunta que no hizo – lo puse al comienzo de la fila porque iba a tomarme una hora eliminarlo, encendí la chimenea, abrí el libro y cinco minutos después la energía se evaporó, me pareció que era extraño, así que selle el cuarto rojo, analice la estructura y leí el reporte que enviaste, el maldito se cortó la mano y huyó.
Antonio miró los resultados del análisis.
Por eso era el único demonio de baja categoría, lo que regreso al libro era una parte, El resto del demonio logro trasladarse a otro objeto.
– El cuerpo original, ¿de qué categoría es?
– Sabes que no puedo adivinar eso con una mano, pero si tuviera que hacerlo y considerando lo que hizo, es clase S.
Desde que se agregó el sistema de categorías, apenas un puñado de demonios clase S habían aparecido en todo el mundo.
– ¿Le dijiste esto a Julián? – preguntó Antonio.
Carlos respondió con los brazos cruzados – nadie ha venido, y no puedo alejarme de aquí hasta que los haya eliminado a todos. No seas el idiota que todos sabemos que eres, llévalo abajo – señaló el reporte.
Antonio apretó las hojas, en el pasillo realmente lo pensó, volver a su oficina, investigar esa pista y descubrir la verdad por su cuenta, era el tipo de cosas que habría hecho al comienzo de su carrera, tomar el caso en sus manos, responder las llamadas por su cuenta o esconder evidencia.
Eran el tipo de cosas por las que tres de sus compañeros estaban muertos.
Julián Tellez hablaba por teléfono cuando Antonio llegó a su oficina – no necesito decirte que no eres parte de la investigación.
– Carlos te manda esto – le entrego el reporte – el demonio que Paul liberó nos dejó un señuelo y escapó.
Julián tomó el reporte – tú te encargaste de atraparlo.
Así fue, había un demonio, una dimensión, un sospechoso escondido y una chica en peligro, Antonio estaba solo, se concentró en Paul y dejó que los padres de la chica se ocuparan del demonio – esa parte fue culpa mía, pero necesito que escuches esto, tenemos un demonio que escapó de esa tienda y un sospechoso qué escapó del ministerio, creo que era el demonio, pagando el favor.
Julián lo miró fijamente – usualmente los demonios no devuelven favores.
– Este no es un caso usual y si te sirve, la tienda compró un artefacto de seguridad de la empresa Deimos con una cámara de seguridad, lo instalaron esa noche, podría haber captado algo.
– Gracias por el dato. Un experto en artefactos de la edad media vendrá mañana, por sí quieres estar presente.
– Gracias.
Antonio regreso al elevador, las puertas se cerraron y la oscuridad lo envolvió, tal y como dijo antes, las víctimas de los demonios eran difíciles de interrogar, porque nadie quería admitir lo que el demonio vio en sus corazones.
"El demonio que buscas está más cerca de lo que piensas, solo dinos y lo traeremos, o ¿prefieres que otra persona muera?, esta vez podría ser el chico”, dijo el susurro en su oído.
Antonio permaneció con los ojos cerrados y dijo – desaparece.
El elevador se detuvo y las puertas se abrieron.
– ¿Qué dijeron? – preguntó Percival.
*****
Lilith espero a la hora de la cena para preguntar por la llamada – ¿hace rato llamó el abuelo?
– No – respondió su padre antes de que ella siguiera hablando – fue una llamada del trabajo, hija, pásame la sal.
Jacob Bonel era perfectamente capaz de tomar la sal por su cuenta, sin usar sus manos, solo con magia, pero insistía en hacerlo de esa forma.
– No pienses en el abuelo, hija, está de viaje y estamos mejor sin él – dijo su padre y sonrió.
Lilith pudo preguntar cómo sabía que el abuelo estaba de viaje si la llamada que recibió fue de su trabajo, pero no lo hizo, espero a la noche, se metió a bañar, se quitó el brazalete y cerró los ojos.
Su espacio mental se veía tal y como lo recordaba, con una pared de cristal, el cielo nocturno, una luna llena tan grande que era irreal y docenas de estantes llenos de libros.
La administradora estaba ahí – bienvenida, ¿en qué puedo ayudarle?
– Necesito ver todos los recuerdos que tengo con mi abuelo paterno.
La administradora bajo la mirada – si me acompaña, se los mostraré.
Antes, Lilith vio a esa mujer extender la mano y el libro que buscaba apareció rápidamente, en esa ocasión le pidió que caminará.
Fue un pasillo largo, Lilith sintió que llevaba más de una hora caminando y conforme se acercaban a su destino, la iluminación iba bajando, pronto estarían totalmente a oscuras, llegando a ese punto, la administradora encendió una vela para iluminar un gran librero lleno de libros encadenados.
– ¿Qué es esto?
– Sus recuerdos – respondió la administradora – cada momento que ha pasado con su abuelo paterno.
Lilith tomó un libro al azar, le quitó las cadenas y la abrió.
El escenario cambió, ya no estaba en la biblioteca sino en el museo de historia, tenía cinco años, a su alrededor estaban todos sus primos y al frente, su abuelo, estaban en la exhibición de esculturas, pero no había más invitados, ellos eran los únicos y los guías del museo usaban su poder para activar las esculturas.
No había límite de tiempo, eran libres de tocarlas, saltar, brincar o usarlas como toboganes.
Una gran águila voló por el techo y una sirena nado en rededor de Lilith – abuelo – dijo su voz, una voz aguda e infantil – quiero hacerlo, quiero mover las esculturas.
El hombre sonrió, Lilith sabía que era su abuelo por una fotografía vieja, pero no lo reconocía.
– Claro que sí, mi pequeña princesa, apuesto a que serás una gran hechicera – la abrazó y le dio un beso.
Al terminar el recuerdo Lilith tenía una lagrima en su mejilla, abrió otro libro y miró un gran campo, su tío Alfredo jugaba golf, la tía Belinda discutía y sus primas le suplicaba al abuelo que las dejara ir a la piscina.
Lilith traía un traje de baño con flores, la instructora les ponía los flotadores y su abuelo, creo grandes burbujas y lanzó a sus nietas dentro.
Bajo el agua, la superficie de la burbuja era de un azul turquesa muy brillante y podía escuchar a la instructora regañando a su abuelo y recitando el reglamento de la piscina.
– ¿Quién es esta persona? – preguntó Lilith, porque ese hombre sonriente no era el abuelo de sus recuerdos.