Es evidente que Caeli no comerá nada, sé muy bien cómo se siente y en lo que uno menos está pensando es en probar bocado. Sin embargo, ella lleva más de tres días sin comer bien y eso me está preocupando muchísimo. Le preparo un sándwich de jamón y queso, sirvo un vaso de jugo y lo llevo a la mesa principal esperando a que ella regrese.
Me siento un poco extraño estando aquí y es que a fin de cuentas yo solo soy un empleado más en está hacienda y supongo que mi presencia aquí no es bien vista por los demás, pero también entiendo que ella no quiere estar sola. Cada rincón de esta casa está lleno de fotos de sus padres, de su familia, de momentos qué han vivido y qué sé no solo los recordara por las fotos, sino que también por su memoria.
—Kian… —escucho su voz a lo lejos.
—¡Estoy en el comedor! —digo lo suficientemente alto para que me escuche, pero ella no responde, solo oigo el sonido de algo que se estrella contra el suelo y estalla en pedazos—. ¡Caeli! ¿Estás bien? —exclamo mientras que voy a toda prisa hacía donde escuche el ruido y al llegar al salón la veo a ella tirada en el suelo.
Me agacho frente a ella quien aún lleva su albornoz puesto y me doy cuenta de qué está consciente.
—Caeli, ¿me escuchas? —pregunto y la reviso rápidamente para asegurarme de qué no se haya roto ningún hueso, o se haya golpeado la cabeza.
—Sí… pero no me puedo levantar —me explica con un hilo de voz.
Inmediatamente llevo dos de mis dedos hacía su muñeca y le tomo el pulso.
—Tienes la presión por el suelo, te voy a llevar a tú habitación y te llevare la comida —explico.
—Es qué no tengo hambre —insiste.
—Lo sé, pero te caíste porque tú cuerpo está muy débil —le regaño y con mucho cuidado la recojo en brazos para levantarla del suelo—. Pasa tú brazo por mí cuello por favor —le pido y sin rodeos ella hace lo qué le indico.
—Kian… —vuelve a pronunciar mí nombre.
—¿Qué?
—¿Sos médico o veterinario? —me pregunta de la nada y sonrió ya qué me alegra que a pesar dé todo pueda decir algo gracioso.
—Soy veterinario, pero tengo bastantes conocimientos de medicina general —explico mientras qué ella me señala la puerta de la qué es su habitación.
—¿Cómo se supera una perdida así? —cuestiona y las lágrimas vuelven a escaparse dé sus ojos.
—No tengo la respuesta, lo siento… me encantaría decirte qué todo es cuestión de tiempo, pero no es verdad. Las perdidas duelen mucho y tardamos en sobreponernos —admito.
Ella solo se queda en silencio, y al abrir la puerta y entrar al cuarto, puedo percatarme de qué su personalidad está impregnada en cada detalle dé esté lugar. Colores neutros, decoración rustica y minimalista.
—Tengo frio… —susurra.
—Déjame revisarte —le pido después de acostarla en su cama.
Ella inmediatamente comienza a cubrirse con las mantas qué hay dobladas en el pie dé la cama y entiendo qué algo no está bien porque afuera hace calor.
—No quiero despertarme más…
—Caeli, no digas eso —digo y al tocar su frente me percato dé qué está ardiendo en fiebre—. Oye, tienes fiebre, voy a buscar algo para qué tomes y te traeré la comida, ¿dé acuerdo? —le informo, pero antes de qué me pueda alejar, ella me sujeta del brazo.
—No me traigas pastillas, no quiero tomarlas…
—Es para qué se te baje la fiebre, lo necesitas —explico y su mirada se clava en la mia.
—No quiero tomar nada.
—Caeli —pronuncio a modo de advertencia.
—No sé sí estoy embarazada y no quiero perder al bebé también —dice y llora desconsoladamente dejándome sin saber qué decir ya qué no sé sí me está hablando en serio, o es un producto de la fiebre qué tiene.