Capítulo #7

1267 Palabras
Bajé del taxi, y caminé hacia la mansión, el jardinero fue quién me abrió, y para mi sorpresa, era el mismo hombre del edificio de la señora Alina. Nos presentamos y me dijo por donde ir. La puerta de la casa estaba abierta, iba a entrar pero justamente un hombre venía saliendo y casi me lanza a un lado con lo rápido que venía. —Disculpe —farfullo. Me miró por unos segundos embelesado, pero luego reaccionó. —. Al fin, estás contratada —dijo y se fue. Fruncí el ceño sin entender nada, lo seguí con la mirada hasta perderlo de vista, y entré a la casa, una mujer de unos cuarenta me recibió, suponía que era la ama de llaves. —Llevamos tiempo esperando —dijo y cuando notó que no entendía nada habló:—. Es que alguien quedó en enviarnos a alguien y nunca llegó. —Yo no... —La niña está en su habitación, si logras sacarla de allí, estás contratada, aunque no te aconsejo éste trabajo —hizo una mueca. —. Sube las escaleras, camina por los pasillos hasta toparte con la puerta tres, dice Bea —me explicó como llegar. Asentí confundida, pero no pregunté nada, era tan extraño. Si la sacaba de su habitación estaba contratada, parecía fácil, pero aún no conocía a la niña, podía ser de esas niñas muy malcriadas como las de las películas. Subí por las escaleras con cuidado, la casa era hermosa, había pinturas casi en todas las paredes, como me haía dicho la mujer la tercera decía: Bea. Toqué varias veces y ella respondió. —¿Quién es? —preguntó. Su voz se escuchaba muy tierna, no podía imaginar que fuera de una diablilla una voz tan suave y hermosa. —Alguien que aún no conoces, pero si abres la puerta, sabrás de quien se trata —dije, esperando a que abriera. No podía caerle tan mal, además, sé como ganarme a los niños. La puerta se abrió, y pude ver a una pequeña rubia de ojos grises, realmente hermosa y adorable. —No te conozco —murmuró. —No, pero podemos conocernos —me agaché a su altura. —. A ver, ¿no es aburrido estar encerrada? Se encogió de hombros. —Sí, pero todo es aburrido, mi papá se enojó porque la sexta institutriz renunció —dijo lo último con tristeza. Tomé sus mejillas con cariño y le sonreí, no me parecía una niña mala, ni malcriada como para pasar por seis maestras personales, tal vez contrataban viejas que no podían entenderla ni pasarla bien con ellas. —¿Qué te parece si yo hago que ya no tengas que cambiar de institutriz a cambio de que vayamos a jugar al jardín? —le propuse. —¿Cómo harías eso? Ninguna me soporta —hizo un puchero. —Pues yo sí, y prometo no renunciar, al menos no por ti —tomé sus manos sonriéndole. Se me daba bien los niños, pero nunca pensé en querer ser mamá. —¿Estás segura? Lo más seguro es que te arrepientas —me miró con tristeza. —¿Por qué? ¿Qué acaso me crees vieja que no nos podamos llevar bien? Anda ven y te muestro —me paré. Sonriendo cerró su puerta y bajamos por las escaleras, seguido ella me llevó arrastrada hasta el jardín. Me enseñó todos los animales que tenía, todos estaban apartes en diferentes jaulas, tenía varios conejos, aves, y cotorras, y ni hablar de los dos gatos que tenía en su habitación según me contó. —También tenemos un perro, pero es muy rabioso, no me gustan, pero papá dice que es para cuidar la casa —dijo tumbándose en el césped. Me tumbé a su lado. —Los perros son amigos fieles —fijé mis ojos en hacia las flores que se encontraban frente a nosotras a unos metros de distancia. —. A veces son más fieles que hasta los humanos. —De todos modos no me gustan, además no se llevan bien con los gatos —me reí por su comentario. Una tristeza me invadió de repente, aquel lugar me recordaba a mi casa, mi supuesto hogar. —¿Estás casada? —preguntó y miré mi mano de golpe. ¿¡Cómo rayos olvidé ese anillo!? Me lo quité rápidamente y con la mirada empecé a buscar mi cartera. —No, no lo estoy, lo uso de lujo —farfullé. —Es muy bonito. Giré a mirarla y le dediqué una pequeña sonrisa. —Tu también eres bonita —me dijo con una sonrisa. Mi corazón se encogió, esa niña era tan linda, no entendía porque la ama de llaves pensaba así de ella, aunque recién la conocía. —Dame un segundo —le pedí, me paré pero ella me tomó de la pierna. —No, no te vayas, por favor, quédate conmigo —suplicó. —Aún no me voy, sólo iré a hablar con... —No, yo quiero que te quedes —demandó. Me agaché a su altura y ella soltó mi pierna. —A ver Bea, no puedes decidir por las personas ¿sabías? Yo no puedo interferir en tus decisiones, así como tú tampoco en las mías, ¿entiendes? Además ya te prometí que si bajabas no te abandonaría. —Pero mi papá siempre me dice que hacer, interfiere en mis decisiones —se quejó. Que niña tan lista. —Porque es tu papá, y aún no eres mayor de edad —desordené su cabello cariñosamente. —. Ya vuelvo. Entré a la casa y empecé a buscar la cocina a ver si me encontraba con la ama de llaves. —Oh hola —dije al verla venir desde el fondo. —Veo que lo lograste —dijo con impresión. —Con los niños hay que tener paciencia, tratar de entenderlos, pero sobre todo darle lecciones con cosas que le llamen la atención —expliqué. Asintió mirándome con cierto interés. —Se te da bien, Carla, disculpa por no haberme presentado, estaba algo apurada —me extendió la mano, la cual acepté cortesmente. —Lissy Luciano, no se preocupe. Juntó sus manos causando un pequeño ruido. —Bueno, bienvenida, el señor hoy viene temprano, así que puedes esperarlo, digo si no es molestia —ladeó la cabeza. Negué con la cabeza. —No se preocupe, puedo esperar. —Ven, estaba preparando un jugo para ambas —se dio la vuelta y empezó a caminar hacia la cocina. Yo en silencio la seguí. —. La niña solo tiene a su padre, y hay muchas cosas que le hacen falta por no haber tenido la figura materna —me explicó mientras sacaba un jarro de jugo de la nevera. Sentí pena de que siendo tan pequeña no tenga a su madre, pero al menos tenía a su padre. La cocina era amplia, había una puerta que parecía llegar a la salida y al jardín. —Es una buena niña, pero también es rebelde —Carla me entregó el jarro de jugo y dos vasos. —Gracias s... —Dime Carla —pidió y asentí. —. Ve con ella, tendremos tiempo de hablar Asentí con una sonrisa y giré para volver con la niña, justo cuando llegué a la sala entró aquel hombre, nuestros ojos se encontraron y me perdí en su mirada por un rato. Tenía los ojos grises al igual que su hija, tenía la barba bien recortada, sus labios eran finos de un color rosado pálido natural, su cabello era corto pero en frente lo tenía largo.
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