Aprieto la almohada entre los brazos, resintiendo la repugnante sensación de indefensión asolarme de nuevo. —Espero que no sea de él —gruñe Marcus. Niego en silencio, esa camiseta no le pertenece ni a Evan ni a Alan, llegó a mí por una barata en el centro comercial, cuando Hillary y yo decidimos hacer una locura: comprar ropa de hombre para usarla como pijama. Ojalá pudiera volver a esos días donde todo era más sencillo, antes de conocer a Evan, cuando me conformaba con mirar a Alan ser feliz. Antes de que mi vida quedara devastada y yo misma destruyera mucho de otras más. —Aquí ya no hay nada de él —murmuro contra la almohada. Mi voz se oye ronca y hueca. —Alguna vez lo hubo —no es una pregunta. Asiento con la cabeza—. ¿Ya sabes que harás? El gesto se me descompone de nuevo. ¿Cómo

