Evan deja de mirar el anillo de nuestro compromiso y vuelve sus preciosas orbes a mí.
Adoro cuando su faceta arrogante desaparece y solo queda el gesto franco, real, el que me muestra sólo a mí. El que me pertenece.
Mi corazón late en las sílabas que forman su nombre.
—¿Podrías…? —vacilo, él entrecierra suavemente los ojos—, ¿podrías decir lo mismo que cuando me lo diste? —juego con mis dedos. Él comprende al vuelo—. Yo lo diré primero si quieres.
—No me gusta repetir y lo sabes —refunfuña, componiendo de nuevo la mueca adusta.
Sonrío divertida.
—Y tu número favorito es el doce, tu tatuaje significa paz, representas el zafiro en mi sortija y… —me permito una mueca egocéntrica—, tienes la curiosa manía de cubrirte el rostro luego de hacer el amor, profesor Roberts.
Evan no me corrige
