—¡Cariño, tienes que entender! —exclama Evan, impaciente, recordándome por enésima vez la decisión que según él, era mejor para mí—. Sólo lo hago por tu bien. —¡No vamos a discutir más sobre esto, Evan! —siento la sangre palpitar rápidamente en mis sienes, detesto cuando se pone en ese plan prepotente y mandón. Él lo sabe—. ¡Ya te lo dije, no soy una inválida y creo que estás exagerando! —¿Podrías bajar la voz, Leilah? —Evan aprieta la mandíbula tratando de contenerse, bufo sonoramente cruzándome de brazos y odiando que me mande a callar otra vez—. Los vecinos son unos chismosos y tampoco te estoy llamando inválida, amor. —No me llames así —gruño entre dientes—. Soy perfectamente capaz de moverme a todos lados en mi auto, no entiendo por qué tienes que ponerte paranoico con todo. —Sól

