—Acomódate aquí conmigo —dice Kenneth poniendo su mano en la cama. —No, puedo lastimarte, además nuestros padres y Elliot pueden regresar en cualquier momento. —No me importa. —Pues cuando empiecen a hacer preguntas, te va a importar. —Tenemos que hablar muy seriamente tú y yo. —Está bien, pero ya será después, ahora tienes que estar tranquilo. Me toma de la mano y la acaricia. —Esta bien, lo que tú digas. —Por cierto, tengo que contarte que esta mañana me llegó un regalo, del jefe. —¿Qué era? Con el dinero que tiene seguramente joyas. —No, no eran joyas, me invitó al antro nuevamente, me mando la tarjeta dorada. —Vaya, sí que es insistente ¿y qué piensas hacer? —Nada, por supuesto que no voy a ir. —Si no estuviera aquí, yo te acompañaba. —¿De verdad? —No estaría mal darle