La quería a ella

1972 Palabras
Capítulo 3 Ayliz —Hermana debes pensar en tu bienestar, en la de la bebé, esto es lo que necesitas para salir de las deudas que te están ahogando, no podemos seguir mucho aquí, en cualquier momento pueden describirnos —dice con preocupación y urgencia. Suelto un leve suspiro, Karina tiene razón, pero tengo pavor de lo que pueda pasar, sé que necesitamos el dinero y también salir de esta casa que no nos pertenece. Escucho a Karina. —O sea esa oportunidad no se presenta dos veces en la vida, por algo la vida te puso está oportunidad, por favor, no la desperdicies —súplica. Tomo a mi lucecita en brazos, y la pego a mi pecho, se mueve un poco, sostengo su cabecita, para luego dejarle un beso. Karina me mira, niega ya supone que no aceptaré. —Sí me lo hubiera propuesto a mí, hubiera aceptado sin dudar —la miro con desaprobación. Niego. Karina rodea los ojos, sale de la habitación. Arrullo a mi princesa, hace sonidos con su boquita. La recuesto en mis piernas, juego con sus manitas, ella me mira fijamente, le sonrío mientras sigo pensando en lo que pasó hace un rato con aquel hombre. Karina entra a la recámara. —Al rato vengo, iré a la playa, quiero caminar un rato —sin decir más cierra la puerta y se va. Sé que está molesta, mi hermana es un poco difícil, la muerte de nuestros padres le afectó mucho, y sé que no es lo único, sé que hay algo más que no me ha querido decir. Duermo a Lucianita, y voy por su ropa al lavadero para acomodarla en el closet. Una vez que termino con su ropita, salgo y me hago algo de comer, ya es tarde y no he comido nada. Le marco a Karina, y no me contesta. Exhalo lentamente. —Ay, no está niña —reniego. Me acomodo en el comedor, preparo mis quesadillas de marlín, para después darle una pequeña mordida. Ufff, la salsa me quedó algo picosa. Le vuelvo a marcar a Karina, y nada, rechino los dientes. Esta niña, ¿qué se cree? Cuando regrese me va a escuchar. De vez en cuando miro hacia el cuarto para ver a Lucianita. Termino de comer, y me pongo a recoger todo. Acabo de lavar los trastes y le doy una trapeada a la sala y a la cocina, me gusta que huela rico. Estoy acostada con mi niña, cuando escucho ruido, me giro hacia la ventana y la veo acomodando la bicicleta, para después entrar. —¿Por qué no respondes mis llamadas? —la reprimo, al salir del cuarto. Me voltea los ojos. —No tenía ganas de hablar con nadie. La miro molesta, no me está gustando nada esa forma de actuar y se lo dejo claro. —Te vas calmando, eh, no porque seas mi hermana, una de las personas que más amo, dejaré que me hagas desplantes —declaro con seriedad —. No más porque no acepté lo que ese joven vino a ofrecerme, vas a estar de esta manera, así que le vas bajando —sentencio. Karina pasa por mi lado y entra a su recámara. Por mi parte, entro al cuarto, mi niña aún duerme. *** Me preparo para irme a trabajar, no me gusta ir a ese bar, odio que los hombres me vean como apetito s****l. Suspiro hondo. No me queda de otra, debo hacerlo, con un solo trabajo no me alcanzaría para mantener a mi niña y a Karina. Una vez que termino de bañarme, me comienzo a alistar, con solo pensar que tengo que ver a esos hombres, con mirada morbosa me pone mal. Tomo a mi niña y la llevo con Karina. —Hermana, ya me voy —le digo, mientras le acomodo a Lucianita en su cama. Karina la agarra en sus brazos, ella adora a mi hija, de hecho Karina le escogió el nombre. —Cuídate mucho, hermana, sabes que no me gusta ese lugar por todo lo que me has contado. Beso, su frente. —Tranquila, Kari, estaré bien —me despido de mi princesa con un beso en su cabecita y me voy. Tomo un Uber y nos marchamos a mi destino. Llego, me bajo después de pagarle. Me encamino hacia la entrada, Raquel, la encargada del lugar me dice que debo ir a prepararme porque seré una de las primeras en salir. Asiento. Me voy al camerino, y comienzo a enchinar mi cabello. Me maquillo, al llegar a mis ojos me coloco brillo dorado. Por último me maquillo mis labios de un rojo carmesí. Me visto con un vestido corto de tirantes con lentejuelas rojas. Raquel entra al verme sonríe. —Te ves muy bien —me toca el cabello, la miro mal, ya que no me cae y ella lo sabe —. Espero que hoy no te pongas rejega como la vez pasada, si un cliente te pide un privado se lo das, ¿entendiste? Porque está vez no tendré compasión de ti y te echaré. Aprieto los puños. Le doy una forzada sonrisa. —Está bien. Sonríe ampliamente. —Así me gusta, obediente —me da un pequeño apretón en mi mejilla y sale dejándome sola. Me desplomo en la silla. Exhalo profundamente. Mis ojos pican por las lágrimas que amenazan con salir, respiro hondo, para tranquilizarme, no me puedo flaquear en este momento, debo salir a bailar con la mejor cara, aunque por dentro me esté llevando la fregada. «Que está noche no pasa nada malo, Dios», pido con los ojos llorosos. La música retumbaba en el lugar, los gritos de los hombres se escuchan hasta aquí, me asqueo. Unos minutos después, aparece nuevamente, Raquel para avisarme que es mi turno. Me pongo de pie, y salgo cerrando la puerta detrás de mí. Llego al escenario. El foco de luz me ciega un segundo, pero ya estoy acostumbrada. Antes de salir de lleno a ser morboseada por hombres borrachos y cochinos, respiro hondo. Mis dedos tiemblan un poco, pero lo disimulo. Doy el primer paso y, con él, mi rostro se transforma. Sonrío, como si todo esto fuera parte de un juego que domino. Camino con calma, mis caderas marcando el ritmo lento y sensual de la música de fondo. El vestido rojo corto de tirantes y lentejuelas brilla con cada movimiento, llamando más miradas de las que quisiera. Coqueteo con ellos, no porque quiera, sino porque es lo que esperan. Y yo sé darles lo que buscan… o al menos hacerles creer que lo hago. Llego hasta el tubo. Lo tomo con ambas manos y me impulso, dejando que mi cuerpo gire con suavidad. Escucho silbidos, algunos gritos, risas desagradables. Sigo girando, fingiendo que no me afectan. Fingiendo que esto es solo otro baile y que lo disfruto. Alexandro Llego con mis amigos al bar, la música suena fuerte. Todo está alborotado, se escuchan silbidos y gritos de los hombres. Tomamos asiento en una mesa a unos metros del escenario, la chica que se encuentra bailando, lo hace espectacular, tiene un cuerpo… de infarto. Se acerca una mesera, y le pedimos rápidamente unos whiskys. No tarda mucho en volver, los pone encima de la mesa y se retira. Bebo un trago, mirando fijamente a aquella mujer, mi corazón golpea con fuerza al punto de querer salirse de su lugar. Abro los ojos como platos, siento que se saldrán de sus órbitas, al ver su rostro cuando se refleja en las luces. «Ayliz». No puede ser, Ayliz trabajando aquí. Volteo a mi alrededor y observo como esos hombres la miran, mis ojos se ponen rabiosos, unos que otros le gritan cosas. —¡Mamacita! ¡Qué rica estás! —¡Sí así te mueves en el tubo en la cama te debes mover más rico! Aprieto los puños con fuerza, me dan ganas de írmeles encima. La sangre me hierve. Le llamo con una señal a la mesera que nos atendió hace un momento. Ella camina hacía a la mesa. —Quiero un privado con ella —señalo a Ayliz. La muchacha voltea a verla. Me mira de nuevo, asintiendo. Se va y veo que le susurraba algo a una mujer elegante de unos 45 años, cabello n***o largo, hasta la cintura. Aquella mujer me da una mirada, sonríe de lado. Le susurra algo a aquella mesera. La veo caminar hacía a mí nuevamente. —Venga conmigo —me susurra. Me levanto y le digo a mis amigos que ahora vuelvo. —¿A dónde vas? —me pregunta Mateo. —Ahorita vengo. Sigo a la joven, hasta llegar a una puerta, ahí se encuentra aquella mujer de pelo n***o. —Son cinco mil pesos. Sonrío levemente. —Ella no vale tan poco —digo mientras saco un fajo de billetes de mi cartera —. Te doy treinta mil pesos por toda la noche —a la mujer le brillan los ojos de ambición al ver el dinero. Los sostiene en su palma de su mano y los guarda en su bolsa. —Adelante —me dice con la palma de la mano señalando la puerta mientras me sonríe. Entro al cuarto; es de unos 5x5, color azul marino. En un extremo se encuentra un sillón n***o de piel, frente a el una mesa y un tubo, y al otro extremo una cama. No pasa mucho cuando se abre la puerta. Nos miramos a los ojos, ella me mira sorprendida, le doy una sonrisita de lado. La miro de arriba abajo, mi boca se seca, mi respiración se acelera al verla de esta manera. En cambio, ella se queda de pie junto a la puerta. Sin decir ninguna palabra se sube a la mesa. —Espera —la detengo. Me mira con su ceja arqueada. —¿Qué? —pregunta de mala manera. —Deseo hablar. —Pagaste para que bailara, no para hablar. —Pagué para estar a solas contigo, y yo puedo usar mi tiempo, como yo quiera Se cruza de brazos ladeando la cabeza. —¿De qué quieres hablar? Me acerco a ella, debo controlarme, no puedo ponerme así. Respiro profundo. —¿Qué has pensado en lo que te propuse? Enfría la mirada. —Mi respuesta es la misma. No —sentencio —. Así que si me permites, deja hacer mi trabajo. Comienza a bailarme muy sensualmente en el tubo, mis ojos brillan al verla, esa forma de moverse me está enloqueciendo, si fuera otra ya la hubiera agarrado y me la estuviera cogiendo en esa cama. «Contrólate Alexandro, contrólate maldita sea». Carraspeo para alejar esos pensamientos. Respiro profundamente para calmar lo que siento, Ayliz me está enloqueciendo a más no poder. Quisiera tomarla, besar esos labios rojos carmesí, tocar ese cuerpo con, grabar su piel en mi memoria para siempre. Cierro los ojos. Me imagino tomándola, besándola, acariciando la suavidad de su piel en aquella cama, sus manos enredándose en mi cabello, respondiendo a mis besos. Abro los ojos de golpe y me levanto de un salto. —¡Para! Me mira asustada por el grito, suavizo la mirada. —Ve por tus cosas, pagué por ti toda la noche —Ayliz me mira con sorpresa y susto. —¿Cómo que pagaste por mí toda la noche? ¿Qué te pasa te has vuelto loco? —me mira irritada —. No iré contigo a ningún lado —espeta enojada. Me acerco nuevamente a ella, la tomo de la cintura para bajarla de la mesa, ella golpea mi pecho. —¡Bájame! —A ver cálmate, no te haré daño —le digo con calma —. Te invito a cenar. Me mira con desconfianza y la entiendo, no es fácil confiar en alguien que apenas conoces.
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