Tomarse de las manos Parte 2

1774 Palabras
Una mujer hermosa, adinerada, elegante y segura de sí misma. Esa fue la versión de Regina que llegó al despacho jurídico esa mañana y usó frases ensayadas para seducir al hombre del que estaba enamorada desde que era una niña. Porque en la mente de Regina, esa era la mejor versión de sí misma. La única que podía mostrar en público. Su ideal era ella, perfectamente maquillada, con tacones altos, un vestido tejido en crochet de color blanco sobre un bikini, un sombrero y lentes de sol. Recostada sobre una silla reclinable junto a la piscina mientras Leo podaba el césped. Sin camisa, obviamente. En ese entorno que no solo rompía la balanza de poder, sino que la aplastaba, sería sencillo tomar una revista, dejarla caer y ver a Leo dejar la podadora, cruzar desde el jardín, tomar la revista para ponerla cuidadosamente sobre las manos de Regina y entonces; besar su mano. Lenta y delicadamente, como un eufemismo de la relación entre ambos, Leo la besaría y haría todo lo que ella le pidiera. A cambio, ella haría lo mismo. Lo apoyaría en su venganza y en la medida de sus posibilidades, le daría todo lo que él quisiera. ¿Demasiada imaginación? El escenario no solo se alejó de la imagen que Regina se había formado en su mente, sino que todo salió mal. Regina no se cayó de su pedestal. Ella dio un paso en falso, torció su tobillo y se desplomó sobre un suelo cubierto de arena y fango. Así se sintió cuando la espuma resbaló por el espejo y su rostro volvió a aparecer. Contar su historia fue volver a vivirla, pero de una forma compactada y más expuesta. Las decisiones que tomó, las personas a las que decepcionó, todo volvió a ella y la golpeó dejándola desarmada. Incapaz de levantarse o de reunir energía para subir a su habitación, aplicarse crema e intentar ocultar el desastre. Cuando abrió la puerta, miró la pared del pasillo, los cuadros que seleccionó para amueblar su casa y al final, la sala. Leo terminó de lavar los platos, se lavó las manos y le dio otro trago al agua de melón, notó que Regina ya había salido del baño y pasó a lavarse los dientes. Las manchas de espuma llamaron su atención, pero no les dio importancia, unos minutos más tarde volvió a la sala con la vista puesta sobre su celular. Regina estaba sentada, tenía los ojos aún más hinchados y la mirada perdida. Leo guardó su celular, no tenía más mensajes de Cristián y Javier llevara horas enviándole actualizaciones de un juego, rodó los ojos, vio a Regina en la sala y se quedó helado. Sobre la mesa de la sala estaba una caja de pañuelos. Leo se aclaró la garganta y se agachó – oye, linda – la llamó cariñosamente. Regina alzó la mirada, pero no lo escuchó. Leo acercó su mano a la mejilla de Regina y presionó ligeramente con un pañuelo, no quería lastimarla y no sabía qué debía hacer en ese contexto, si interrogarla o quedarse callado. Sabía cuán hermética era Regina cuando se trataba de sus asuntos personales y el daño que podría causar si decía algo equivocado, pero si se quedaba de brazos cruzados. ¿Cuál era el punto de estar ahí? Hablando racionalmente, ¿cuál era su utilidad en la vida de Regina?, si ella lo empujaba y lo arrastraba con la misma fuerza. Los ojos de Regina lo encontraron. Sus pensamientos se detuvieron en el momento en que apartó la mirada del espejo y al segundo siguiente estaba ahí, en el sillón, sin saber cómo llegó y con Leo delante suyo. Primera actividad de pareja. – Tus manos – dijo Regina y volteó las palmas – dame tus manos. Las palabras de la doctora resonaron en su cabeza “si él se niega o te rechaza, es posible que no estés entre sus prioridades” – ¡Por favor no te niegues! – pensó Regina. Leo bajó la mirada hacia las manos temblorosas de Regina y dejó el pañuelo junto a la caja para tomar sus manos. No sabía de qué forma ayudaría ese gesto, pero esperó que funcionara. Regina presionó sus manos y cerró los ojos. “Si toma tu mano más de un minuto, significa que le importas” En silencio, Regina contó, al comienzo lo hizo de forma muy acelerada, diez segundos después ella ya iba en el treinta y entendió que debía bajar la velocidad o no tendría la medición exacta, siguió contando cada número después de una breve pausa que se tornó eterna y pronto, los números de ser números. Eran oraciones, eran súplicas. Al noventa ya no contaba, imploraba. Cien. Abrió los ojos y vio a Leo, aún estaban tomados de las manos. Superó la barrera del primer minuto. “Si mantiene el agarre todo el tiempo que tú se lo pidas, eso quiere decir que tienen una gran oportunidad de estar juntos” Al repetir esa frase en su mente, Regina se dio cuenta de que olvidó preguntar cuánto tiempo debía mantener esa actividad y qué hacía mientras tanto. Entre sus dudas y cavilaciones, el segundo minuto pasó sin que ella lo sintiera. Leo bajó la mirada y acomodó las rodillas, antes no imaginó que estaría en esa posición mucho tiempo y comenzó a sentir el peso de su cuerpo sobre sus piernas dobladas. Regina sintió el cambio e imaginó que eso era todo. Dos minutos. Pedir más que eso era mera codicia. Lo supo y sus ojos se humedecieron. Pero Leo se levantó y sin soltar las manos de Regina, se sentó en el sillón, inclinado hacia ella para buscar una posición que le resultara cómoda. Era una situación curiosa, vista desde fuera, porque mientras Regina se ahogaba en pensamientos acumulados de toda una vida, Leo intentaba acomodarse en el sillón sin saber si lo que estaba haciendo tenía algún efecto. Regina miró la postura de Leo y recordó la mañana de su noche de bodas, el momento en que abrió los ojos y Leo tenía el brazo entumido. Estaba bien amarlo y era algo que no podía evitar, pero ser tan egoísta tenía consecuencias. Su mano izquierda lo liberó. Era así como funcionaba, tarde o temprano lo dejaría ir de la misma forma y la relación a la que tanto se aferró, se perdería para siempre. Porque Leo, siempre sería el hombre incorrecto. Leo malinterpretó el lenguaje corporal de Regina, la vio inclinarse y pensó que quería recostarse, con la mano derecha, ya liberada, agarró uno de los cojines y lo acomodó en el apoyabrazos del sillón. Regina no tenía la fuerza para pensar en otra cosa, se dejó llevar y lentamente, se recostó sobre el pecho de Leo. Una de sus manos seguía entrelazada, la otra buscó un espacio y quedó atrapada entre el costado de Leo y el respaldo del sillón. Leo pasó el brazo por encima y acarició la espalda de Regina. Unos diez minutos después subió el brazo para acomodarlo bajo la cabeza de Regina, quince minutos después bostezó y movió los pies para quitarse los zapatos, estos cayeron al suelo. Ya con los pies libres, los subió al apoya brazos. Media hora después, se quedó dormido. A Regina le dolían los ojos y dormitó otro rato antes de quedarse completamente dormida. “Vamos a usarlo como una medición”, dijo la doctora Andrea y habló de minutos. Para cuando Regina abrió los ojos, ya eran las nueve de la noche y sus dedos estaban entumidos. Había pasado las últimas cinco horas, dormida en el sillón con la mano de Leo entrelazando la suya. Menos de un minuto, significaba que ella no estaba entre sus prioridades. Entonces, ¿cuál era el significado de cinco horas? Con el movimiento, Leo despertó, bostezó y abrió los ojos. Aunque había puesto el cojín, algo en su postura hizo que le doliera el cuello, intentó acomodarse y vio a Regina – ¿te desperté? – No – respondió ella e intentó incorporarse – desperté hace un rato. Finalmente, se soltaron de las manos. Leo se sentó y descubrió que no traía puestos los zapatos, miró su muñeca derecha, donde estaba el reloj que Regina le regaló meses atrás y bostezó – ya es tarde, volveré a casa y te llamaré. Regina lo miró bruscamente – estás en casa. Leo miró alrededor, seguía dormido, atrapado en las imágenes del sueño y tardó en regresar a la realidad – cierto – se rascó la cabeza – necesito estirar las piernas un poco – dijo y se levantó. Regina pensó en hacer lo mismo, se puso de pie y miró las paredes. Después de que su hermano lanzara sus cosas por la ventana y la tratara como la mujer su cuerpo y cometió fraude para quedarse con la herencia. No lo pensó dos veces y se mudó a una casa recién comprada que ya estuviera amueblada. Tuvo suerte, el agente de bienes raíces le habló de una casa en una zona residencial segura que no había salido del mercado porque los dueños querían recuperar su inversión después de las remodelaciones. El precio era elevado, pero Regina pagó e hizo algunos pequeños cambios. El retrato del abuelo fue uno de ellos, así como los muebles nuevos y el extractor de jugos. Meses después y pensando en Leo, compró algunos aditamentos para pareja, como tazas, cepillos de dientes y una vajilla nueva. Pero, ahora que lo pensaba más detenidamente. Fue ella quien planificó todo. Lo había programado todo y se ufanó de ello. ¿Por qué? La respuesta era tan simple como aquella pregunta que la psicóloga nunca le hizo y que había rondado su cabeza toda la tarde. ¿Por qué elegía malas películas? Lo hacía para arruinar la cita. Si iba al cine y la película le gustaba, eso hacía que el ambiente fuera positivo y perfecto, y Regina no quería eso, ella quería llenarse de malas citas y películas independientes de mal gusto, porque así sería más fácil dejar a su novio en turno y olvidarlo. Iniciaba sus relaciones pensando en el fracaso. Leo subió a su habitación y abrió la ventana. En el último cajón de su armario tenía un tubo de gel muscular y cremas que usaba cuando sus viejas heridas regresaban. La fractura en su tobillo estaba totalmente curada, pero arruinó la fisioterapia de la muñeca y sus dedos quedaron atrofiados. Aplicó un poco de gel e hizo ejercicios abriendo y cerrando el puño. Abajo, un objeto de cristal se rompió. Leo lanzó el gel al cajón sin cerrarlo y bajó corriendo.
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