Al momento de elegir una carrera de manera temprana, era común escuchar; maestro, policía, doctor, astronauta o pirata. A los diez años estaba bien elegir una carrera como ¡entrenador de dinosaurios!, muy pocos estudiantes tenían su futuro claro.
Clara lo hizo.
– Seré psicóloga – anunció una tarde mientras se colocaba los lentes sin graduación y cruzaba las piernas.
Leo frunció el ceño y susurró – lunática.
Clara levantó el adorno de la mesa y lo arrojó contra la pared y este se hizo añicos.
Leo turnó la mirada entre los restos del adorno y su hermana, luego al reloj para saber cuánto tiempo faltaba para que su mamá llegara del trabajo y estalló – ¿por qué hiciste eso?
Había sido un error de cálculo; Clara se equivocó y no pensó que el adorno fuera a romperse, así que mintió – era eso o mis emociones, por lo que, objetivamente hablando y desde un contexto familiar moderado – se aclaró la garganta – fue tu culpa.
– Eso no tiene sentido – dijo Leo.
– Hermano – suspiró Clara – no intentes entender a una mujer, no estás biológicamente programado para hacerlo. Pero apuesto a que, desde una perspectiva filosófica, sí consideramos a Confucio como el autor de la confusión.
– Iré a jugar futbol – dijo Leo, interrumpiéndola – tú limpias eso.
*****
En el momento en que Leo llegó a la cocina vio a Regina inclinada sobre la mesa y del otro lado una taza destrozada sobre el suelo.
– Se cayó por accidente – dijo Regina.
Era una mentira muy difícil de creer y esa taza fue el límite de su paciencia – ¿qué demonios sucedió?
– Ya lo dije, fue un accidente – soltó Regina.
– No hablo de la taza – dijo Leo, alzando la voz – Víctor me llamó y dijo que no estabas bien, así que fui por ti y te traje a casa sin pedirte explicaciones. Desde que llegamos has estado actuando extraño y entiendo si quieres que actúe como un ciego, pero sales de mi vista un segundo y regresas llorando o rompiendo tazas – miró el suelo para hacer una pausa – al menos dame una pista para saber qué demonios te está pasando o qué se supone que quieres que haga.
Regina nunca pensó en cómo se veía desde el otro lado, o cómo era para Leo vivir con una mujer que reía y lloraba con la misma facilidad y sin previo aviso.
Un par de minutos atrás, romper esa taza tenía bastante sentido, quería deshacerse de todo lo que compró pensando unilateralmente en su ideal de una vida matrimonial feliz, pero ahora que lo pensaba mejor, desde la perspectiva de Leo ella debía ser una completa desquiciada.
Leo resopló – iré por el recogedor, no salgas de ahí.
– Quiero ir de compras – dijo Regina – quiero deshacerme de todo esto – tomó uno de los vasos – parece la vajilla fue seleccionada por una niña de diez años. Estos platos son horrendos.
Leo miró la taza e intentó comprenderlo – has estado llorando toda la mañana porque la vajilla no te gusta.
Regina asintió.
– Ok – dijo Leo, preguntándose en qué estaba pensando al pedir una respuesta que tuviera sentido. Trajo el recogedor y barrió los pedazos de la taza cuidando que no quedara ni uno solo, para que alguno de ellos no se lastimara.
Regina trajo una de sus revistas y envolvieron los trozos antes de enviarlos a la basura.
– Hay que usar una bolsa – dijo Leo – a algunas mascotas les gusta hurgar en la basura, sería peligroso dejarlo así.
Regina sintió que no tenía derecho para hablar y entendió finalmente a qué se refería la doctora al decirle que ella creó esa pared entre ambos.
Tenía razón.
Porque…, ¿cómo lo arreglaba?, ese espacio donde no había lugar para la honestidad fue creado por ella y a diferencia de la taza, no podía romperlo con un ligero empujón.
Leo volvió a resoplar, signo de que estaba perdiendo la paciencia y Regina sintió que le picaban los brazos y el cuello.
– Me gustaría comprar una vajilla nueva – soltó Regina y se aclaró la garganta – ¿me ayudas?
Leo se paró frente a ella. Desde ese punto en la oscuridad que Regina fue creando, le era imposible saber qué estaba pasando o por qué ella actuaba de esa forma. Lo único que le restaba por hacer era responder – ok.
Esa palabra se sintió muy fría.
– Quiero algo que elijamos los dos – explicó Regina y movió las manos hacia la espalda para rascarse.
Leo frunció el ceño.
Regina se esforzó por mantener el contacto visual, lo que era extremadamente difícil porque a casa segundo se sentía juzgada y le picaba el dorso de la mano – Las parejas casadas eligen todo juntas, vasos, tazas, platos. Es una decisión conjunta porque saben que estarán usando esos artículos por un largo tiempo, pero yo elegí todo a mi gusto, es muy obvio entre más lo miras. Tú nunca comprarías un vaso con corazones. Y de repente – se llevó la mano a la nuca – me imaginé a mi mamá entrando a la cocina, mirando los platos y adivinando que no somos una pareja. La escuché gritar en mi cabeza y no conoces a mi mamá, cuando un razonamiento se le mete en la cabeza nada la hace cambiar de opinión y comienza a darte argumentos para probar su punto. Y acabas convencida de que ella tiene razón…, y, no sé qué me pasó.
Vergonzosamente, volvió a mentir y sintió la picazón sobre su frente.
Leo no lo notó porque en ese preciso momento, giró la mirada hacia los platos largos con flores amarillas y después volvió a mirarla. Para entonces Regina había escondido sus manos.
– Te preocupa que tu mamá descubra que este no es un matrimonio real – dijo Leo.
La mentira tuvo éxito, Regina conocía esa sensación porque le sucedía a menudo, siempre que dijera algo coherente. Las personas lo creerían y si bañaba la mentira en razonamiento, el truco estaba completo.
Era una salida cobarde, pero era la única que sabía tomar.
– Lo siento – dijo, mucho más liberada – debo estar loca, ella nunca vendría a mi casa, ni siquiera debe saber en dónde vivo. Olvida que dije esto, nos quedaremos con las tazas como están y yo iré a descansar – dio la vuelta y Leo volvió a tomar su mano.
Regina parpadeó varias veces, entre las lágrimas que no querían salir y la picazón en su frente, algo se le metió en el ojo.
– De acuerdo – dijo Leo – iremos mañana temprano, ahora ya es tarde, para cuando lleguemos a la tienda ya estarán cerrando – miró su reloj, el que Regina le regaló para el aniversario de Obsidiana – mañana compraremos todo lo que quieras. Prometo que tu mamá no lo notará – le dijo y se agachó ligeramente.
– Es mi ojo – explicó Regina.
Leo sonrió y sujetó la barbilla de Regina para levantar su rostro y soplar.
Ella intentó tallarse.
– No hagas eso, tienes los ojos muy irritados – pidió Leo.
Regina ya lo había olvidado, sus ojos rojos e hinchados, ¡cómo pudo dejar ir ese detalle!, se sintió menos relajada con su mentira y se recargó sobre el pecho de Leo.
– Está bien – dijo él y la abrazó.
Leo aún recordaba las muchas veces que intentó hablar con Regina cuando estaban en la preparatoria y todas las veces que ella se levantaba de la mesa para no verlo. Era difícil tratar con Regina. Pero siendo el compañero de clase que la irritaba con cada respiración, para Leo, se sintió como algo imposible.
Con Regina, se equivocaba sin importar si decía sí, o no. Por eso respondía con un “ok”
Regina quiso abrazarlo, pero se sintió demasiado culpable.
Por un momento ambos guardaron silencio. Gracias a esa pequeña mentira Regina se sintió más calmada y la pesadez sobre su cuerpo se fue calmando. Al mismo tiempo Leo pasaba por el proceso opuesto.
“No lo tomes personal, el chico de los Evans es diferente a ti, está más al nivel de mi Regina”, fueron las palabras de la señora Gabriela, la madre de Regina el día en que se reunieron para firmar el acuerdo prenupcial y sin dejar lugar a dudas, ella le dejó en claro que después del divorcio haría que su hija se casara con Antonio.
Leo quería pensar que algo así jamás llegaría a pasar, pero escucharla hablar de su madre esa noche le hizo ver que estaba equivocado. Sin importar su historial familiar, Regina amaba a su madre y siempre terminaba haciendo lo que ella le pedía, sin cuestionarla. Ese era el poder que Gabriela Duarte tenía sobre Regina. Y en el futuro, si ellos se separaban. Una boda con Antonio sería posible.
Su agarre se volvió más fuerte y Regina se sobresaltó un poco.
– Leo.
Él reaccionó y la soltó – ¿ya te sientes mejor?
– Un poco – respondió Regina – pero quiero ir a bañarme, hizo mucho calor hoy y siento que no dormiré a gusto.
– De acuerdo.
Había dos baños en la casa, uno en el primer piso cerca de la sala y otro en el segundo piso. Regina usó el de la pieza de arriba. Ese cuarto tenía un espejo más pequeño y menos aparatoso, le fue más fácil desmaquillarse.
Al mirarse detenidamente descubrió que tenía un ligero enrojecimiento alrededor del cuello. Abrió su cajón lleno de cremas y fue revisando la que le ayudaría con esa reacción – julio – pensó en voz alta y revisó su celular para saber si ya había comenzado la canícula.
Bueno, estuvo mucho tiempo afuera del estacionamiento esperando a Leo y antes de eso estuvo en una clínica, era normal que las altas temperaturas le hubieran causado una reacción en la piel, en cuanto aplicara protector, estaría bien.
Para cubrir el aroma usó perfume, retocó sus cejas y se peinó.
Leo subió la mirada cuando la escuchó bajar los escalones – ¿vamos a cenar a algún lugar? – preguntó.
– No – respondió Regina.
Leo ya lo había notado, Regina ponía mucha atención a su atuendo, incluso si lo único que planeaba hacer era mirar la televisión, ella parecía lista para ir a un restaurante lujoso. Al contrario, él llevaba todo el día con una playera y un pantalón de mezclilla.
Regina se sentó – sobre el tema de la vajilla nueva – habló con cuidado pensando en las palabras de la psicóloga – pienso que es justo que tú hagas una petición. Si quieres, podemos cambiar algo en la casa, lo que tú quieras. Será nuestra por un año y es justo que te sientas cómodo.
Leo no lo pensó, respondió casi enseguida – me gustaría usar el comedor.
– ¡Qué!
– El comedor, siempre comemos en la cocina – señaló Leo.
Regina giró la cabeza y se lastimó el cuello. Usó su mano y ocultó el dolor con una sonrisa – la cocina tiene una mesa y es cómoda – dijo y se arrepintió – quiero decir, claro. El comedor.
Regina se levantó y por primera vez desde que compró la casa, miró la larga mesa con diez sillas.