Trinchera

1919 Palabras
Después de la lectura del testamento, muchas cosas pasaron, para describirlo, me gusta decir que las palabras del abogado dieron inicio a una guerra de trincheras. – Abre la boca. Comenzando con mi hermano, Jorge, él fue al baño, volvió con un paquete de isopos y apuntó uno hacia mi rostro. – Jorge, ya basta – dijo Sarah, tratando de detenerlo. – No voy a aceptar ese resultado, no sabemos sí Regina se acostó con el genetista para falsear los documentos, haré una prueba por mi cuenta y descubriré la verdad. Sabía que era inocente, no cometí fraude, nunca antes vi al genetista, ni siquiera sabía que esa cláusula existía, así que tomé el isopo de las manos de mi hermano, me lo metí a la boca y lo llené de saliva – ten. Mientras mi hermano llevaba la muestra a un laboratorio, mi tía Verónica firmó para recibir su parte de la herencia, también mi primo Jonathan y ambos dejaron la habitación. Una hora después Jorge volvió, traía los resultados en un sobre, los puso sobre la mesa y miró al abogado, noté que sus ojos estaban enrojecidos – ese dinero – dijo con la voz entrecortada – es el financiamiento que nos prometió, el abuelo quería que fuera para Sarah y para mí, usted lo sabe, él hablaba de ello todo el tiempo – hizo una pausa – la intención es lo que cuenta, esta era su voluntad y es su deber cumplirla, al diablo con el maldito ADN, él se retorcería en su tumba sí descubre que le dio su herencia a ella – me señaló con el dedo. El genetista tomó el sobre para mirar los resultados y se los mostró al abogado, mi padre los tomó después, todos, por turnos, voltearon a verme y asumí, que fueron iguales a la prueba hecha en el funeral. El abogado resopló – es cierto, el señor Duarte redactó su testamento con toda la intención de repartirle a sus nietos, Sarah y Jorge, un tercio a cada uno – tuve un nudo en la garganta después de escuchar esa frase, porque yo sabía que era verdad – sin embargo, no tenemos forma de saber sí su opinión seguiría siendo la misma con esta información, en mi posición como abogado, es mi deber acatar lo que está escrito en este documento y aquí dice, estrictamente, según los deseos del señor Duarte, que solo los familiares relacionados biológicamente pueden heredar. Las manos de Jorge temblaban, su mirada dejó de buscarme y se concentró en Sarah – ¿dónde está mamá? – No ha despertado. Él salió a buscarla y Sarah fue detrás suyo. – Señorita Regina – llamó el abogado – sí está de acuerdo, procederemos a entregarle la parte de la herencia que le corresponde. Me levanté pesadamente, toqué el escritorio concentrándome en la textura de la madera y vi las hojas. En total, mi herencia incluyó. Dos tercios de las acciones de la empresa a nombre de mi abuelo, lo que equivale a un 20% del total de las acciones de la compañía. Dos tercios del patrimonio financiero, el primero constituye una serie de inversiones en participación minoritaria, herencia perfecta para Jorge, el genio matemático y financiero de la familia, el otro tercio estaba en una cuenta bancaria, perfecta para Sarah, cuya empresa estaba iniciando. Habría sido difícil dividirlos entre tres, ni por un momento, mi abuelo consideró la posibilidad de que yo fuera su nieta. Título de propiedad de la mansión, constancia de medidas y colindancias del terreno, cédula, y comprobantes anuales del pago de impuesto. Dos coches, ambos comprados hace tres años, con poco kilometraje, comprobantes del pago de impuestos. Y, por último, la llave de una caja de seguridad del banco. Después de firmar y recibir los certificados, me levanté y regresé a la silla con un duro sentón, mis piernas se quedaron sin fuerza, las sentía entumidas y me apoyé sobre la mesa para levantarme. En el pasillo, el mayordomo me dijo que mi mamá quería verme, desde fuera del cuarto escuché gritos, esperé a que Jorge y Sarah se fueran, y entré. – Cariño – ella me miró de forma amable y tomó mis manos – lo siento, quería decírtelo antes. – Te pedí la prueba de ADN – le dije y retiré mis manos – dijiste que era un insulto para la familia, que lo hacías porque me querías y me hiciste creer, que todo era verdad, que yo no era hija de papá. Ella presionó su frente – acabo de desmayarme, tu padre quiere el divorcio, tus hermanos me culpan, no lo empeores. No pude creer lo que escuchaba – mamá, ¿qué fue lo que pasó?, ya estabas embarazada el día de la boda, ¿por qué te casaste con papá sabiendo que estabas esperando al hijo de otro? – Porque no lo sabía – explicó y apretó las manos en puños – pensé que eran de tu padre, quería que fueran de él, me casé, tus hermanos nacieron y después, entendí que no eran suyos, por eso naciste tú. – ¿Qué dijiste? – No sé por qué estás molesta, de todos, tú eres la única que salió beneficiada, dime, ¿cuánto te dejó el anciano? Caminé hacia atrás sacando de su vista el sobre con los documentos. – ¡Hija!, sé que estás nerviosa, esta situación nos tomó por sorpresa, lo que debemos hacer ahora es pensar en tus intereses, tu padre querrá que vendas las acciones, no lo permitas, y sobre el dinero, hay que ponerlo en un fideicomiso. – Para que tú lo administres – completé – todavía no he ido al banco y ya quieres quitármelo. Ella frunció el ceño – no te atrevas a darme la espalda, Regina. Con mucho dolor, le dije – tú lo hiciste. Dejé la habitación y la escuché gritar, sabía que estaba siendo injusta, pero tenía la cabeza llena de ideas que no podía comprender, llegué al final del pasillo y vi a Sarah, ella miraba la pantalla de su celular y estaba llorando. – Perderás dinero. Fue su turno de golpearme. – Lo único que sabes hacer es gastar, te quedarás en la ruina, necesites tener ingresos, esta mansión, ¿sabes cuánto se paga de impuestos anualmente?, ¡solo por tenerla!, más los gastos de mantenimiento y reparaciones, el abuelo la conservó porque vivía aquí con la abuela, pero se pierde dinero todos los días. No importa cuán grande sea una fortuna, no sobrevivirá sí no sabes cómo administrarla. Hay un momento de mi infancia que nunca pude olvidar, quería impresionar a Leo con mis calificaciones, y fui al cuarto de Sarah para pedirle ayuda con el algebra, ella me pidió que me quedará en la entrada, se levantó de su lujoso escritorio cubierto por una computadora, una Tablet, una pantalla digitalizadora y una impresora, tomó la puerta, y la cerró. – Puedo preparar un portafolio de inversiones para ti – continúo Sarah. – Lo que haga con la herencia del abuelo, es mi maldito problema – bajé los escalones y llegué a la sala. Jonathan estaba ahí, esperando por los resultados de esa mala obra de teatro a la que erróneamente llamamos ¡familia! – Vaya, ¡felicidades!, debes sentirte como una cenicienta moderna, el día de ayer vendías ropa detrás de un mostrador y ahora, puedes comprarte lo que quieras. Mi trabajo consistía en visitar las tiendas donde se venden los productos de la empresa de papá, evaluaba la distribución, el aspecto de las vitrinas, la atención al cliente y la visibilidad de la marca, después llenaba una hoja y la entregaba a mi jefe, sí recibíamos una queja, era yo a quien mandaban a investigar. Jamás vendí ropa, mi trabajo fue inventado por mi madre para darme algo en qué ocuparme y no causar problemas, por supuesto, Jonathan no sabía eso. Salí de la mansión, afuera estaba Diego, fumando un cigarrillo, lo apagó en cuanto me vio y se aclaró la garganta – señorita, ¿quiere que la lleve? Asentí – necesito ir al banco. A bordo del coche, revisé los documentos más detenidamente, lo que se pagaba de impuestos anualmente, por la mansión, era suficiente para mantener a toda una familia, los coches requerían mantenimiento porque llevaban tiempo guardados en las cocheras y había muchas inversiones de empresas que no conocía. Lo ideal habría sido vender todo, pero no quería hacerlo. Llegamos al banco, tomé todas mis cosas, le expliqué al agente que deseaba abrir una nueva cuenta para separar el dinero que venía del abuelo, del que yo recibía como salario y antes de irme, recordé la llave – quiero revisar una caja de seguridad. – Enseguida. Me hicieron pasar a un cuarto con luces muy intensas, con una mesa en el centro y cientos de cajones, la encargada me indicó en dónde debía usar la llave, se retiró y yo abrí el cajón muy lentamente. Encontré cuatro escuches cuadrados con collares de diferentes estilos, un collar de perlas negras, una gargantilla y un collar muy especial con letras que formaban el nombre: Regina. Seis estuches alargados con brazaletes, bolsas de terciopelo con pendientes, dos escuches anchos con relojes en diseños delgados, para mujer, una caja rectangular con doce anillos y uno más, escondido al fondo, con un gran diamante. Los revisé muy lentamente y noté que los relojes estaban grabados, dentro, tenían el mismo nombre. Llamé a papá y pregunté – ¿por qué me pusieron Regina? – ¿Dónde estás? – Lo que quieras decirme lo arreglaremos después, responde, ¿por qué me pusieron Regina? Él suspiró – tu abuelo eligió el nombre, después de que Sarah nació pidió que lo cambiáramos, tu mamá se molestó, tu abuela también estuvo en contra y acordamos dejar el nombre de Sarah, y sí algún día teníamos otra hija, prometí que la llamaríamos Regina. – Papá – me sentí extraña llamándolo así – ¿alguien más en la familia se llama así? – La hermana menor de tu abuela. Hay un álbum de fotos familiar, al abrirlo se ven dos fotografías, a la izquierda la familia del abuelo, a la derecha, la familia de la abuela, me recordé mirando esas imágenes cuando era pequeña, y físicamente, mi abuela y sus dos hermanas eran muy parecidas: altas, de piel clara, cabello rubio y rostro triangular. La historia se formó en mi cabeza, el abuelo amaba a esa mujer, pero fue rechazado y decidió casarse con su hermana, tuvieron tres hijos y un día, nace su nieta, una niña parecida a Regina. El ojo ve lo que quiere ver, incluso las personas que adoptan hijos encuentran parecidos físicos, el abuelo vio en Sarah a la mujer que amó y por eso quiso que le cambiarán el nombre, mi madre no estuvo de acuerdo, tampoco la abuela, y decidieron reservar ese nombre para la segunda hija, años después alguien dice que su nieta no es de su sangre y resulta ser precisamente la que lleva el nombre de la mujer a la que amó. Tomé uno de los relojes, miré el grabado en la cara interna y en un segundo, el nombre de Regina desapareció y fue sustituido por: Leonardo. Solté el reloj y este cayó al suelo. Tengo dos pruebas que lo demuestran, por mis venas corre la sangre de un hombre que pasó décadas comprando obsequios para la mujer que amaba y que jamás pudo entregar. Con veintisiete años, juré que eso no me pasaría.
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