No lo planee, no lo seguí desde su edificio ni organicé ese encuentro, en realidad, no esperaba verlo después de reunirme con mi padre y me tomó por sorpresa, tanto, que dudé de mi memoria y pensé que habíamos quedado en reunirnos – ¿me estabas esperando? – busqué mi celular en caso de que tuviera un nuevo mensaje.
– ¿Qué haces aquí? – preguntó de pronto.
– Vine a comer con mi padre, es su restaurante favorito, mi familia tiene una habitación con nuestro apellido, metafóricamente hablando, ¿por qué? – lo miré y entendí tardíamente que no era a mí a quien buscaba, me sentí como una tonta – y, ¿vienes a comer?, estoy…, interrumpiendo tu cita.
Él miró la entrada del restaurante – no, un cliente me contó de este lugar, le dije que no era mi estilo, pero insistió y aquí estoy, ¿qué tal la comida?, ¿vale la pena entrar?
– La comida es excelente, la atención también, lo que no me gusta de este lugar es el ambiente, parece que entraste al comedor de un barco a punto de hundirse, la música del piano no ayuda ni un poco – hay una razón por la que detesto este lugar, pero no consigo recordarla – y ahora que lo pienso, soy socia, así que debería hablar bien del restaurante, la comida es grandiosa, tienes que probarla.
– ¿Eres socia de este lugar?
– Minoritaria, el abuelo le dejó todas las acciones a mi hermano, el genio financiero de la familia, y ahora todas están bajo mi nombre. Como decía, la comida es excelente, tienen la mejor selección de postres, pasteles de helado, chocolates con licor, redes de caramelo, hay un platillo que parece la escena de un bosque de fantasía, no sabes si comértelo o enmarcarlo y exhibirlo como obra de arte en un museo – ¿exageré?, obvio que lo hice, no estaba lista para verlo y me sentía fuera de lugar.
Sentí como la presión de mi pecho aumentaba, como si el aire se tornará más denso, siempre quise mostrarle mi mejor lado, pero cuando aparecía delante de mí, yo era ese mar de sinsentidos.
Inesperadamente, guardó su celular y colocó su brazo sobre mi hombro – me convenciste, vamos.
– ¿A dónde?
– A probar el bosque de fantasía.
Mi cerebro se tomó tres segundos para procesarlo, caminé a su lado, regresamos al restaurante y un mesero nos acompañó al segundo piso. Yo ordené.
Debía tener unos catorce años la primera vez que mi padre me llevó, vomité el pescado crudo y mamá me compró un postre especialmente para mí, mientras toda mi familia platicaba, yo me senté al final y disfruté de mi árbol de chocolate.
– ¿Cómo te fue con tu padre? – preguntó Leo mientras esperábamos que nos sirvieran.
– En resumen, mis padres van a divorciarse, mamá alegará que su infidelidad ocurrió antes de firmar el acuerdo prenupcial, así que, técnicamente, no engañó a papá, también dirá que depende económicamente de él.
– Es un buen alegato.
– Sí, aunque si papá quisiera cambiaría el juicio y la dejaría en la calle, pienso que está perdiendo a propósito para darle una pensión, claro, no le dará todo lo que ella pide, solo una parte.
– ¿Por qué piensas eso?
– Porque aún la ama.
Leo no me interrogó al respecto, solo sonrió.
– También descubrí que mi tío Iván me demandará por no estar casada. Hay una explicación, el abuelo quería bisnietos y agregó una cláusula en su testamento en la que estoy obligada a continuar con el linaje – quién usa esa palabra hoy en día, ¡mi abuelo!
El mesero entró y nos llevó el postre, podré decir muchas cosas de Obsidiana, pero son expertos con el chocolate. El mesero se fue y Leo probó un poco.
– Tenías razón, esto realmente vale la pena.
– Te lo dije.
Su celular sonó, envió un par de mensajes y lo apagó – así que, ¡te casarás!
– Primero muerta – contesté de prisa y me arrepentí – me refiero, a que no tengo planes de casarme todavía, no quiero apresurar una relación con alguien a quien no conozco para darle gusto a mi familia, ¿por qué solo hablamos de mí?, dime, ¿qué hacías de verdad en la entrada? – no perdí la vista, él estaba enojado.
– Te lo dije, un cliente me lo recomendó y quise probar la comida.
Desvió la mirada un instante y su mandíbula se tensó, como si estuviera mordiendo una respuesta que no quería soltar. Él estaba mintiendo.
Las bocinas estaban encendidas y la música de piano se escuchaba desde el techo, Leo levantó la mirada, miró las plantas artificiales, pasó los dedos por debajo de la mesa y movió los pies probando la alfombra.
Su atención estaba puesta en la habitación y la mía en él.
– No dejes las cerezas, son la mejor parte – tomé una y la acerqué a su rostro, fue un momento extraño, él me miró y la tomó de mis dedos para comerla, recordándome que no estábamos en una cita.
Esa pared que existe entre ambos, de verdad, ¿nunca podré derribarla?
Mi plato quedó vacío.
– Yo pagaré la cuenta – dijo Leo.
– No, yo pagaré.
– Comiste con tu padre, fue por mi culpa que volviste.
– Si quieres pagar, dime la verdad, ¿por qué viniste? – lo interrogué – y no respondas que un cliente te lo recomendó, porque aquí solo entras con membresía, ese cliente debió decírtelo, que no pasarías de la entrada si no eras parte del club.
Me dolió que me mintiera, por eso fui tan directa.
Leo dejó los cubiertos, su plato aún tenía parte del helado – no te daré detalles del caso en el que estoy porque no es ético, lo que puedo decirte, es que la persona a la que estoy investigando entró a este restaurante y pensé que sería buena idea investigar la posición de las cámaras, la seguridad o la distribución de las habitaciones.
– Pensé que eras un abogado, ¿también investigador privado?
Él sonrió – sin comentarios.
– De acuerdo, respeto tu ética, pero – tomé mi cuchara y robé un poco del helado en su plato – me engañaste, me usaste y me manipulaste…
– ¡Oye!
– Para tu investigación, eso es bajo, somos amigos, casi es traición.
– ¿Cuándo te volviste tan dramática?
– Siempre lo fui, señor, ¡te conozco desde que usabas pañales!
– Nunca dije eso.
– Ah, entonces fui yo la que lo dijo.
Empujó su plato para que yo terminará de comerlo – te mentí y te usé para entrar a esta habitación, ¿qué puedo hacer para compensarte?, elige lo que quieras, menos, ser tu asesor legal.
– ¿En serio? – justo cuando estaba a punto de pedirlo – muchos abogados matarían por una oportunidad como esta – para desquitarme, me acabé el helado en su plato – cena conmigo, cena completa, este fin de semana, yo pagaré la cuenta, tú traerás un traje elegante y será una cita.
Él me miró sorprendido.
– Te dije que mi situación familiar es complicada, tengo que comprobarles a mis padres que quiero casarme, serás mi cita de esta semana.
– Yo te usé y tú vas a usarme, muy justo – dijo y tomó una servilleta para ponerla en mi mano.
Un poco del helado manchaba mi barbilla.
Planeaba llamar a Diego para que me llevara a casa, pero Leo se ofreció y yo acepté.
Leo abrió la puerta del copiloto, yo acomodé mi bolso y lo vi conducir con calma, a veces, ni yo misma sé lo que quiero, él estaba a mi lado, pero yo seguía mirando su perfil, igual a cuando íbamos al cine.
No era suficiente, nunca lo fue y estaba desesperada, pero al llegar a casa noté algo que me sacó de concentración.
Leo volteó a verme – ¿sucede algo?
– La alarma no está activada.
Leo apartó mi mano, abrió la puerta, encendió las luces y miró el interior de la habitación, yo busqué mi celular de forma tan nerviosa, que se me cayó de las manos.
– Hay un hombre en el piso, llama a la policía – dijo Leo.
Accedí a los números de emergencia y de pronto, recordé que había alguien más en mi casa cuando salí para ir a comer con papá – Víctor – entré corriendo a la casa, miré el piso de la sala y casi grité – es Víctor.
Corrí a verlo, el frío del suelo me recorrió la espalda, regados estaban los medicamentos y el plato de avena, repasé cuántas horas estuve lejos de casa y casi perdí la cordura.
Víctor entreabrió los ojos – llegaste.
– Llamaré a una ambulancia.
– No – pidió Víctor – estoy bien – e intentó levantarse.
– Ayúdame – le pedí a Leo con lágrimas en los ojos, él se adelantó, cargó a Víctor y lo puso sobre el sillón.
– Cancela la ambulancia, lo digo en serio o no volveré a trabajar contigo – dijo Víctor.
Creí que había escuchado mal – ¡te volviste loco!, te desmayaste, no has tomado tu medicamento, no comiste, ¡debiste decirme que te sentías mal!
– Estoy bien – insistió y volteó a ver a Leo, en ese instante recordé que estábamos los tres y Víctor alzó las cejas, yo negué con la cabeza pidiéndole que no dijera una sola palabra.
– ¿Quieres que llame a la ambulancia? – preguntó Leo.
– No, gracias – tomé los platos del piso.
– Te ayudo.
La cocina era un desastre, estando solo Víctor tenía dos opciones, cocinar o llamar a un servicio y esperar a que lo trajeran a la casa, por supuesto, decidió la más complicada porque odiaba pedir ayuda.
Víctor y yo, somos patéticamente parecidos.
Olí la avena y preferí tirarla, pedí la cena pagando extra porque era un pedido urgente y regresé a la sala con un vaso de agua – toma – lo ayudé a empujar el vaso, él tosió.
– Estoy bien.
– Sí, claro, tú estás bien y yo soy la reina Antonieta – lo regañé.
– ¿Necesitas algo más? – preguntó Leo.
Víctor es parecido a mí, y eso significa que odia ser visto de esa forma por otras personas – estamos bien, ya encargué algo para que coma, gracias – lo acompañé a la puerta – nos vemos el viernes.
– Sí, te llamaré – respondió con poco entusiasmo.
Regresé al sillón, me recosté y observé a Víctor.
– No me estoy muriendo.
– No dije que lo estuvieras.
– Entonces, deja de verme así, si despierto en un féretro voy a demandarte – bromeó, fue buena señal, después intentó alcanzar el vaso y yo me levanté para ayudarle – creí que ibas a ver a tu padre.
– Me encontré con Leo, fue el destino. Si yo no puedo mirarte como si estuvieras muerto, tú tampoco puedes verme así.
Víctor se tomó el medicamento y lo dejó sobre la mesa – me da gusto, si una loca como tú puede tener al hombre al que lleva meses acosando, quizá yo pueda sanar.
Vaya forma de decir que todo era posible.
Pero lo fue, enero se terminaba y entrando el mes de marzo, Leo y yo firmamos nuestro contrato de matrimonio.