Varios días antes recibí una llamada extraña, venía de un número desconocido, pero como estaba ocupada aprendiendo sobre la empresa de papá y también estaba el asunto de Princesa, solía responder todas las llamadas por precaución.
– ¿Eres Regina? – escuché por el auricular.
Respondí – lo soy.
– Oye, en serio no quiero problemas, sé que el anciano debió dejar algo para mí, así que dame mi dinero y no volveré a molestarte, ¿estamos bien?
Entendí la parte de “anciano”, el resto, me resultó gracioso – ok, adiós – colgué la llamada y bloqueé el número.
No fue mi primera llamada de estafa, tampoco fue la mejor y le presté tan poca atención que honestamente, no recuerdo la fecha exacta.
Por desgracia, esa no fue una llamada de estafa.
Poco después de la fiesta en Obsidiana, Diego me llamó, dijo que había un hombre extraño en la entrada del edificio de la empresa, preguntando por papá y por mí.
Yo estaba muy confundida, subí a mi coche, conduje despacio, subí por el elevador que está en el estacionamiento y noté el ambiente tenso.
La sala de reuniones estaba abierta.
Ahí estaba el abogado del abuelo, el hombre que me entregó su herencia y defendió mi posición como única hija biológica de mi padre. Los miré a ambos y pregunté – ¿qué sucede?
Mi padre señaló la silla.
El abogado se aclaró la garganta – buscamos evidencia de algún traspaso, lo hablé con el contador Andrés y encontramos esto – dijo, con una voz grave y extendió un documento en dirección a mi padre.
Él respiró profundamente.
– No entiendo, papá, ¿qué sucede?
– Un hombre llegó a la empresa exigiendo que se le diera su dinero – dijo Diego, yo no lo había visto – señorita – me saludó – el caballero insiste en que recibía una pensión mensual del señor Agustín y exige su pago.
Recordé brevemente la llamada de estafa.
– Ok, ¿por qué el abuelo le daba dinero a ese hombre?, papá, no estaban teniendo una aventura, ¿cierto?
Él tenía una expresión difícil de descifrar, entre la angustia y el dolor, miré la hoja que estaba sobre la mesa, lo primero que vi fue el monto, después el nombre y un pequeño estallido se formó en mi cabeza.
– Es el padre de Jonathan.
Mi abuelo, le pagaba al ex esposo de mi tía, para que se mantuviera lejos de la familia.
Conocí la historia de oídas, mi entorno familiar ha sido una basura desde que tengo memoria. Más bien, lo fue desde antes de que yo naciera.
Mi abuelo estaba enamorado de su cuñada, la abuela lo sabía, pero no podía hacer algo al respecto y pasó muchos años enferma, los que pagaron las consecuencias de ese matrimonio fallido fueron mi padre y sus hermanos.
En especial, la tía Verónica.
Imagino cómo fue, estar sola en esa mansión, con el tío Iván que siempre se metía en problemas o mi padre, que pasó décadas estudiando, de la universidad se fue a la maestría y de ahí al doctorado, pasó muy poco tiempo con sus hermanos. Siendo una adolescente mi tía se enamoró del jardinero. Un hombre apuesto, amable y encantador, según escuché.
El abuelo lo descubrió, despidió al jardinero y encerró a mi tía, ella escapó de casa para irse a vivir con el hombre que amaba. Se suponía que todo saldría bien, pero no fue así. Ese hombre pidió varios préstamos usando el nombre de mi tía para iniciar un negocio y cuando su proyecto fracasó, tomó sus cosas y se marchó.
La tía Verónica se quedó sola, con un hijo y deudas que no podría pagar ni trabajando por el resto de su vida.
El abuelo la aceptó en la familia, pero no en la mansión, pagó sus deudas, no sus gastos, y le dejó en claro que no podía volver con ese hombre.
La parte que no sabía, fue que ese bastardo volvió, y a cambio de dejar en paz a mi tía, el abuelo lo estuvo manteniendo por los últimos veinticinco años.
Me levanté. Quería matarlo.
– Señor, seguridad dice que lo llevaron a la sala de espera en el quinto piso – nos informó Diego.
Mi padre asintió – diles que no dejen que se vaya – se levantó – gracias por la explicación, nosotros resolveremos el problema – le dijo al abogado.
Él se despidió de ambos, no lo había visto desde la lectura del testamento y algo en su apariencia me recordaba al abuelo.
Los demás también se retiraron, y en la sala solo quedamos mi padre y yo, imagino cómo debió sentirse, porque yo estaba igual – el abuelo no quiso darle dinero a la tía Verónica, lo decía cada navidad, “debe ser responsable de sus decisiones”, “ella se lo buscó”, “su vida sería muy diferente si me hubiera escuchado”, y le dio dinero a ese hombre, por veinticinco años.
– Baja la voz – pidió mi padre – no importan las decisiones del pasado, hay que arreglar esto – dijo y miró las hojas.
Tuve un mal presentimiento – no vas a darle dinero, ¿cierto?
Mi padre alzó la mirada – es un mal necesario, no podemos manejar la mala publicidad, las acciones bajaron de precio en cuanto mi papá murió, esto…, es mejor arreglarlo en silencio.
Estallé – eso fue exactamente lo que el abuelo hizo.
– Es una pequeña cantidad, tenemos suficiente.
Mi estómago se torció con una mezcla de rabia y vergüenza, ¿qué clase de justicia era esa? – él la golpeó – alcé la voz.
Mi padre frunció el ceño – ¿de qué estás hablando?
Ocurrió cuando era pequeña y no lo entendí al comienzo, estaba muy ocupada, porque ese día fue la tarde en que conocí a Leo.
Era la fiesta de cumpleaños de mis hermanos, mi mamá no me quería en la casa y me llevó con mi tía Verónica para pasar el fin de semana, yo deambulé por el jardín, fui a la casa vecina y más tarde, la madre de Leo me vio y tomó mi mano para llevarme de vuelta a casa de mi tía.
Ella tenía el ojo morado.
Recuerdo que mi tía intentó ocultarlo, también, recuerdo que la madre de Leo me miró con tristeza y me llevó de regreso a su casa, dijo que podía quedarme todo el tiempo que quisiera y me invitó a cenar. Años después, mirando ese recuerdo en retrospectiva, entendí lo que había sucedido.
– No cumplió su promesa, no se mantuvo lejos de mi tía, ha estado recibiendo dinero del abuelo y amenazándola a ella.
Mi padre apretó las manos en puños – ¿tienes evidencia?
Negué con la cabeza – tal vez mi tía la tenga, iré a verla – recogí mi bolso.
– Veré que seguridad lo mantenga en la sala de espera y llamaré a nuestros abogados. No te tardes.
Salí de la habitación, corrí al elevador, estaba tan nerviosa que oprimí primero el botón para subir y después lo corregí. Mis manos temblaban, si hubo alguien en mi familia con quien siempre me identifiqué, esa fue la tía Verónica.
El elevador se movió y mi estómago se revolvió, fue extraño, no suelo marearme en los elevadores, así que tomé mi celular y marqué.
– Contesta, por favor, contesta.
– Hola.
– Necesito tu ayuda. Me tiemblan las manos, no creo que pueda conducir.
– ¿En dónde estás?
Odié a mi abuelo, porque había muchas formas de resolver el problema y eligió la más cobarde. El dinero.
Esperé a Leo en el estacionamiento y en cuanto vi su coche, abrí la puerta y me puse el cinturón de seguridad – tenemos que ir a la casa de mi tía Verónica.
No pude hablar en todo el camino, mis manos temblaban, de la nada recordé a mi acosador y giré la mirada hacia atrás pensando que algún coche podría estar siguiéndonos. Lo que vi, fue un ramo de flores amarillas sobre el asiento de atrás.
Actúe como si no lo hubiera visto.
Llegamos a la casa de mi tía, bajé primero y toqué el timbre, estaba nerviosa, vi a mi tía bajar los escalones, me miró y abrió el portón.
– Regina.
– Es importante – entré a la casa, ella miró a Leo y me siguió, la sala era tal y como la recordaba, con algunos pequeños cambios y una televisión mucho más grande, miré alrededor – ¿está mi primo?
Ella suspiró – salió con sus amigos, ¿quieres un té helado?, espera, lo tengo, ¡un licuado!, compré un extractor de jugos y una guía de nutrición.
Fui directo al punto – tu ex esposo me llamó hace un par de días, no sabía quién era, así que bloqueé su número y él fue a la empresa a buscar a papá – quería ser contundente, pero no fue tan fácil – el abuelo le ha estado pagando para que se mantenga lejos de ti y de mi primo.
Mi tía tenía la guía de nutrición en las manos y la dejó sobre la mesa.
– Si no le pagamos, irá con la prensa y les contará la historia, mi papá dijo que la solución más simple es pagarle, pero yo no quiero, no por el dinero, sino porque no es justo, es como si le estuviéramos pagando por abandonarte – en el camino, tuve tiempo para pensar en lo que diría – no lo quiero – lloré – pero, no es mi decisión, es tuya. Tía.
Ella respiró profundamente, a diferencia de mí, no estaba enojada, tampoco indignada y no alzó la voz como yo hice. Ella volvió a acomodar la guía de nutrición en su repisa, guardó el extractor de jugos y subió a su habitación. Unos segundos después regresó con una carpeta en las manos y ropa diferente, me miró y preguntó – ¿tú conduces?
– No, mi novio me trajo.
Ella sonrió – estupendo, vamos.
Leo estaba en la entrada, mirando hacia la esquina de la calle. Al lugar donde solía estar su casa, vio a mi tía y acomodó las flores en la parte de atrás para que ella subiera.
– Vamos a regresar.
Mi tía se veía extremadamente calmada, traía en las manos una carpeta con fotografías de todas las heridas, moretones y golpes que su ex esposo le provocó, también tenía notas médicas, radiografías y testimonios, esperando el día en que él apareciera.