La marca en la pared Parte 2

1818 Palabras
No escuché la conversación. Las salas de reunión están insonorizadas, no permiten que las personas escuchen desde afuera, pero sí vi la expresión en el rostro de mi tía. Fue por esa mirada que tomé la mano de mi padre y evité que entrara. Con la evidencia que mi tía tenía, el equipo de abogados de mi padre se apresuró a formar un caso, no importaba que la mayoría de las heridas tuvieran años, había formas de presentar el caso y enviarlo a prisión. Unos minutos después, vi la puerta abriéndose, era ese hombre, con una apariencia muy similar a la de mi primo Jonathan y el ceño fruncido, me miró con rabia, acomodó su chaqueta y caminó hacia el elevador. Mi tía salió después – no los demandará, ya tomó suficiente dinero, de ahora en adelante, está por su cuenta – dijo mi tía. Después de hablar conmigo, se reunió con mi padre y él volvió. – Buen trabajo. En su voz no hubo afecto, tampoco reconocimiento, solo eficiencia. De todas formas, no lo hice porque quisiera una felicitación, o porque estuviera intentando proteger mi dinero. Lo hice porque era lo correcto. Mi padre miró a Leo, sabía que no haría comentarios, por eso me levanté – es mi novio, planeamos casarnos. Mi padre paseó la mirada y todo lo que dijo fue – buena suerte. No esperaba algo más. Me siento satisfecha por haber podido entregar mi mensaje, di la vuelta con una gran sonrisa y miré a Leo – hora de irnos, ¿quieres ir a comer? Leo se levantó – ¿me explicarás lo que acaba de pasar? – Claro, tengo antojo de lasaña, ven, conozco un buen restaurante y está al otro lado de Obsidiana. No lo veremos ni con un telescopio. Leo tomó mi mano – más tarde tengo un pendiente. Pensé en las flores que estaban en la parte de atrás de su coche – bien, pero vayamos a comer, muero de hambre y ese lugar se llena, tenemos que darnos prisa. La mansión del abuelo es vieja y tiene demasiadas habitaciones, nunca me gustó. Pero era un ritual, cada año en el cumpleaños del abuelo, el aniversario de la muerte de la abuela, navidad, y muchas otras festividades, íbamos a la mansión y actuábamos como si fuéramos una familia. Más que una reunión, era un pase de lista. Cuando era pequeña, la veía como una mansión embrujada, con fantasmas escondiéndose entre las habitaciones y asomándose a través de las pinturas, como duendes, asustados de un monstruo que se escondía entre las sombras. Una mañana descubrí la puerta del ático, acababan de limpiarlo, había una ventana amplia y varias cobijas guardadas en bolsas, saqué una, la tendí junto a la ventana y me recosté. Desde ese lugar podía verlo todo, la entrada de la mansión, el espacio del estacionamiento, la fuente, los jardines, los árboles y los empleados. Vi a Diego fumar detrás de un pino y tirar el cigarrillo en cuanto vio a mi madre, también vi a los jardineros retocar los arbustos y una vez, vi a un empleado nuevo caer dentro de la fuente. Me gustaba inventarles historias, era divertido. El ático se volvió mi lugar favorito dentro de la mansión del abuelo y una noche, entre los quince y los dieciocho, uno de mis lapiceros cayó al suelo, me agaché para recogerlo y noté una marca en la pared. Era el nombre de mi tía Verónica. Ella estuvo en ese mismo lugar, miró por esa ventana y se enamoró por primera vez. Mi historia fue larga, la alargué todo lo que pude porque no quería que Leo llegará a tiempo a su cita, al terminar comimos y seguí hablando para consumir el tiempo. – No estás sorprendido. – Supuse que era el padre de Johny después de verlo. – Son insoportablemente parecidos, ¿verdad?, si ya detestaba a uno, ahora detesto a los dos. Ahora que lo pienso, no debí llevarte, estás conociendo las partes más horribles de mi familia, si seguimos así no querrás casarte conmigo. Él sonrió – es un poco tarde para eso, ya le dijiste a tu padre, si no cumplo, me demandará. – ¿Viste la cantidad de abogados? Leo asintió – pensé que era un equipo de futbol. – ¡No puede ser!, olvidé decirle del tío Iván, ¡ah!, iré a verlo más tarde – lo miré – gracias por venir, no estaba dentro del contrato. – Sí estaba. – ¿En serio? Leo se señaló – esposo trofeo. – Voy a necesitar una descripción de beneficios. Leo miró su celular, terminamos la comida y me llevó de vuelta a la empresa para que yo pudiera recoger mi coche. Fue un día inesperado, lo sentí a mi lado en un momento en que realmente lo necesitaba, pero él siguió mirando su celular y nunca mencionó las flores. En casa, subí a mi habitación y me dejé caer sobre la cama. Víctor aún no regresaba, aparte de ocuparse de la cuenta de ¡Princesa!, le encargué que consiguiera acciones de Royale Nocturne. Suspiré. Quiero pensar, que no soy igual a mi abuelo, no resuelvo mis problemas con dinero y quiero creer, que esas flores en el coche de Leo, eran un encargo de otra persona. ***** El reloj anunció las cinco de la tarde con cuarenta y cinco minutos, Leo maldijo entre dientes, consultó la hora una vez más y pisó el acelerador. A las seis con cuatro minutos, estacionó sin prestar atención y abrió la puerta – espere. El guardia del cementerio estaba cerrando – el horario es hasta las seis, vuelva mañana. – Son las cinco – insistió Leo y miró su reloj, después metió las manos a su bolsillo para sacar su cartera – no tardaré, por favor. El guardia miró hacia atrás, a su jefe y le indicó a Leo que no era el momento – vuelva mañana. Leo regresó a su coche y dejó las flores en la parte de atrás, fue un acuerdo silencioso, Cristián llevaba las flores rojas, su madre las blancas y él las amarillas, pero ese año no logró llegar. – Mal hermano – dijo la imagen de su hermana, sentada en el asiento del copiloto. – Lo lamento – dijo Leo – lo intenté. Clara miró el espejo – tu coche apesta a perfume y es uno caro, ¿es bonita? Leo sonrió, era típico de su imaginación. Al comienzo veía a su hermana guardándole rencor por no llegar a tiempo, después la veía de pie en silencio y al final, la imaginaba en su mejor momento, siendo la chica elocuente que soñaba con ser psicóloga. Seis años, fue el tiempo que le tomó pensar en su hermana y sonreír. Si le dijera, “voy a casarme”, Clara seguramente respondería. “Seré la dama de honor”, y acto seguido correría a comprar el vestido. – Feliz cumpleaños – le dijo desde dentro del coche, mirando hacia el cementerio. Dejó las flores a un lado del portón. La casa de su madre estaba lejos de la ciudad, en un suburbio apartado, cerca de varias escuelas y con un jardín lleno de árboles y hojas que barrer. Leo se estacionó en la acera, abrió la puerta del frente y entró a la casa. Un niño de siete años salió corriendo – tío – y lo abrazó. – Hola campeón – lo cargó. En la cocina estaba su madre, con el ceño fruncido – llegas tarde. – Surgió algo del trabajo – le explicó. Hugo sonrió – tío, ¡estás en problemas! Leo sintió que su pecho se contraía, miró a su sobrino y lo despeinó – lo arreglaré – lo bajó y fue a la cocina – ¿te ayudo con algo? – Podrías llegar temprano, eso me ayudaría mucho. Leo sabía que cometió un error, era un día importante y no tenía excusas. Su madre lanzó varios trozos de papa a la olla, por su actitud, era obvio que estaba enojada y Leo sabía que era su culpa – le dejé un ramo de flores. – Bien – respondió su madre secamente y miró hacia el frente – Hugo, ¿quieres ver la tele un rato? – Si – anunció el pequeño, se bajó de la silla y corrió a tomar el control remoto para presionar los botones y encender la televisión. Martha suspiró – dicen que los chicos de ahora nacen con la tecnología, hoy me pidió una Tablet, dijo que era para estudiar, ¿puedes creerlo? Leo asintió sin prestar atención – mamá, ¿recuerdas a Regina?, la sobrina de nuestra vecina, se cambió de escuela y quedamos en el mismo salón. – Claro, la recuerdo – sonrió Martha – ¿volviste a verla?, ¿cómo está? – Bien – respondió Leo, se levantó y abrió el refrigerador para sacar una lata de refresco – la encontré por casualidad hace un par de semanas – se sentó – nosotros estamos – se aclaró la garganta – saliendo, o algo por el estilo. Martha dejó de picar – ¡algo por el estilo! – Sí, algo así. Martha frunció el ceño – sabes, cuando salía con tu padre las relaciones eran igual de complicadas, no te fijes en la brecha generacional, nosotros también teníamos problemas, ¿te conté de mi suegra? – Lo hiciste, muchas veces – dijo Leo, pero Martha no lo escuchó y continuó. – Le dije que era alérgica a las fresas y ella respondió… – Nadie es alérgica a las fresas – susurró Leo. – Nadie es alérgica a las fresas, apuesto a que tus padres no podían comprarlas y te mintieron, yo le conté la vez en que tu abuela me llevó al hospital, por una reacción alérgica y ella – dio la vuelta con el cuchillo en la mano – mezcló trozos de fresas con el merengue del pastel y me lo dio a comer, cuando colapsé, dijo, “vaya, es cierto, sí es alérgica”, la maldita, era una arpía. Leo asintió. – Esa fue una relación complicada, pero, aún con todo lo que pasó, yo podía decir sí estaba saliendo o no con tu padre, no había cosas, “por el estilo” – Estamos saliendo – anunció Leo. – Bien – sonrió Martha – lo vez, no es tan complicado. Leo bebió. – ¿Y cómo está? Leo asumió que esa vez, su madre no aceptaría un “bien”, por respuesta – su abuelo falleció. – Dale mis condolencias – suspiró. – Y sus hermanos están peleados. Martha terminó de picar – todas las familias tienen problemas, sé amable, si está pasando por un mal momento, necesitará la compañía, y felicidades – le sonrió – recuerdo que cuando eras pequeño hablabas mucho de ella. – No lo hacía – dijo Leo. – Lo recuerdo perfectamente.
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