Una de las cosas que más me gustaron de los amigos de Leo, fue que ellos no estuvieron ahí antes, no conocieron a Sabrina, ni me miraron en mi peor momento. Cuando me etiquetaron como la “falsa princesa”
Ellos no conocieron a la hija marginada, ni a la amiga ignorada, solo a mí, Regina, la millonaria y la mujer en quien Leo confía. Fue una sensación de poder que no había experimentado antes.
El dinero que necesitaban no era mucho, de acuerdo a lo que me dijeron, Quantum era una empresa de bajo riesgo, cualquier persona podía adquirir acciones de compañías diversas y generar un salario extra, lo que ellos necesitaban, era una persona dentro que les ayudará a comprender su forma de trabajo.
– Les haré un cheque – solté.
– Tiene que ser en efectivo – dijo Cristián – los cheques dejan rastros.
Me impresionó un poco, pero entendí a qué se refería – se los llevaré mañana.
– Te lo pagaremos – dijo Leo – y, también necesitamos otra cosa. Mencionaste que el bar tiene un servicio de acomodo de coches, ¿crees que puedas acomodar a Javier?, nos ayudaría mucho.
Soy socia del restaurante Obsidiana, no del bar, y tiene sentido, ¿por qué querría mi abuelo tener acciones de un lugar para jóvenes? – eso, tomará algo de tiempo – admití.
Leo me sonrió y golpeó la mesa – lo que te pedí.
Cristián regresó la computadora a su lugar y en pocos segundos me mostró la pantalla. Lo que vi, fue una fotografía de Jorge.
– Este es el trabajo actual de tu hermano, es consultor en una empresa de financiamiento, solo tenemos la información pública, pero parece que le va bien y de momento, no creo que esté planeando algo en tu contra – dijo Leo – tu tía lleva una vida muy tranquila, tu primo Jonathan acaba de abrir un canal, transmite música en vivo para sus seguidores, y tu tío Iván – hizo una pausa – va a demandarte.
Fue mucho para procesar – alto, regresa a Jonathan, ¡dijiste canal de música!
Para responder a mi cuestionamiento, Cristián abrió un video y no pude creer lo que veía, el odioso e insufrible de mi primo Jonathan estaba tocando la batería en una banda. Sonaban horrible.
– Te comenté que él no habló con los reporteros para el artículo – dijo Leo – esto es lo que ha estado haciendo con su parte de la herencia.
No me lo esperaba, pero sigo creyendo que él lo hizo.
– Tu tío es más importante – siguió Leo y yo me esforcé para sacar la canción de Jonathan de mi cabeza – está trabajando en una demanda importante – señaló a Javier.
Él se tronó los dedos, acomodó las carpetas sobre la mesa y actúo haciendo una gran entrada – te presento a tu acosador, antiguamente policía, tu tío lo contrató para seguirte y ha estado detrás de ti por al menos un mes.
Una de las fotografías mostraba a ese hombre dentro de un coche en la entrada del complejo habitacional en el que vivo, por suerte hay mucha seguridad. Había otra de él en la calle, hablando por teléfono, afuera de Obsidiana, uno de los pocos lugares a los que he ido en estas semanas.
– Lo vi en el bar – dijo Leo – la noche en que fuimos, por eso te dejé sola.
Me quedé sin palabras, porque esa noche, cuando él me besó y repentinamente se volvió frío y distante, imaginé docenas de escenarios, y él estaba buscando al hombre que me acosaba.
– Tu tío se ha estado reuniendo con varios cirujanos cardiovasculares, tu abuelo murió de un infarto, ¿cierto? – comentó Javier.
– Si, fue, justo después de navidad, estuvo una semana en el hospital y falleció en año nuevo – le respondí.
Javier asintió – tú tío piensa que fue un homicidio, que alguien deliberadamente le provocó un infarto y cuando digo, “alguien”, me refiero a la persona que más se benefició con su muerte, es decir, tú – me señaló y sonrió.
Sabía que mi tío estaba enojado con la distribución de la herencia, no sabía cuánto – mi abuelo tenía hipertensión crónica, noventa años y un trabajo muy estresante, mi padre lo dijo, falleció porque estaba enfermo, no fue un homicidio.
Javier se encogió de hombros.
Como dije, si alguien en la familia fuera a cometer un delito, ese sería el tío Iván.
– ¿Qué quieres que hagamos con esta información? – me preguntó Leo.
– Dame una fotografía con buena calidad, se la daré al equipo de vigilancia para que no le permitan el paso y le contaré a mi papá, él querrá encargarse de esto – el tío Iván podrá ser un pusilánime, pero sigue siendo parte de la familia.
Leo asintió – se hará como tú digas, veremos el tema de la inversión cuando Espejo esté listo, y, ¿cómo te sientes?
– Mejor – le respondí.
– ¿Quieres regresar a la fiesta?
Lo miré – ¿después de esto?
Javier se inclinó sobre la mesa – ¿qué fiesta?, esperen, nosotros trabajamos y ustedes se divierten, ¿por qué…? – dejó de hablar en cuanto Cristián le cubrió la boca.
– Conduce con cuidado – le dijo a Leo.
A diferencia de la primera vez, me sentía más relajada y menos observada. No tenía idea de cuán importante era hacer esa pausa. Entramos por la parte de atrás para no llamar la atención y regresamos a la fiesta como si jamás nos hubiéramos ido.
Los invitados de Obsidiana bebían, había música y un ambiente muy relajado, por la hora, nos perdimos la cena. Pero fue algo bueno, yo me sentía renovada.
Sé que amo a Leo, y sé que estoy obsesionada con él, esa parte amable de mi amor que me llena de seguridad y me hace sentir que puedo hacer lo que sea, está mezclada con esa parte odiosa e insegura que vive dentro de mí y que me recuerda que existe una pared entre ambos. No puedo separarlas, las olas de amor, odio, felicidad y amargura, todas llegan juntas.
Esa noche fue la primera vez que bailamos, llevábamos un tiempo fuera y se suponía que estábamos armando el rompecabezas de nuestra relación, antes de la propuesta, el compromiso y la boda, yo fui tan cautivadora como lo sería mi madre en un día casual y él estuvo a mi lado.
Entre las personas a nuestro alrededor vi a mi padre, que no hizo grandes comentarios, mi mamá frunció los labios, desaprobando todo lo que hacía y en el segundo piso, alcancé a ver a Antonio Evans.
– Muero de hambre – susurré en el oído de Leo y cambié de lugar para que él no mirará hacia arriba – hay que robarnos algo de las mesas o voy a desmayarme.
Leo alzó las cejas – iré con uno de los meseros antes de que comas del plato de un extraño.
– No prometo mucho – bromeé.
Él se fue.
Antonio aún estaba en el segundo piso, mirando hacia abajo en medio de la música y el ruido estridente de las risas que venían de un grupo de personas no muy lejos de mi lugar, lo miré y sonreí. Pensé en reunirme con él, explicarle que tenía una cita y que era una relación muy seria, del tipo con el que sueñas en matrimonio e hijos, pero había una cláusula en el contrato que firmé con Leo y decía explícitamente.
No te reúnas con él, a solas.
Le dediqué un saludo coqueto. No fue intencional, quería que fuera un saludo normal, no consideré ese extraño gesto que heredé de mi madre, yo solo…, estaba feliz, quería decirle: gracias por ser un imbécil.
¿Me arrepiento?, sí.
No vi cuando bajó los escalones, estaba ocupada escuchando la música, me dirigí a uno de los meseros para tomar una copa y al dar la vuelta, él estaba frente a mí, tomando algo para beber y chocando su copa con la mía.
- Salud.
Sonreí e intenté una salida rápida – salud, pero tengo que regresar con mi cita, por sí no lo notaste, vine acompañada.
Él frunció el ceño – y su compañía es tan placentera, que me llamaste para que viniera a verte.
- No, eso fue – volví a ese gesto y me maldije mentalmente – recordé nuestra cita a ciegas y ahora que estoy en una relación me preguntaba si la cita número siete fue la afortunada.
Él bebió un sorbo – no, de hecho, fue bastante aburrida.
- Es una lástima, como habrás visto mi suerte fue mucho mejor, creo que encontré al “señor indicado”
- Hablas de tu abogado, ¿cuánto hace que lo conoces? – preguntó con un tono desagradable.
- El tiempo suficiente – respondí, él se acercó y yo di un paso atrás.
Su sonrisa me produjo calosfríos, ya no estaba el hombre empático y agradable que me ofreció una rebanada de pastel, su gesto era muy diferente - ¿te gustaría ponerlo a prueba? – pasó los dedos por mi codo y se acercó bruscamente, yo sentí que mi piel se erizaba y empujé mi copa hacia el frente antes de darme cuenta de lo que había hecho.
Detesto mi imaginación porque me hace ver los peores escenarios, pero a veces, es un recurso valioso. Imaginé a Leo regresando, viendo a Antonio y perdiendo la calma, sería entendible después de todo lo que pasó, pero si Leo, guiado por la rabia, golpeaba a Antonio en la fiesta de aniversario de Obsidiana, ni yo podría salvarlo.
Sentí que esas eran las intenciones de Antonio y rápidamente di la vuelta, casi choqué con mi padre, él me miró con el ceño fruncido y yo me alejé.
Leo venía de regreso, tenía un plato en las manos, yo tomé su hombro, lo empujé hacia la pared y lo besé – mi madre está mirando – mentí para tener su atención y él apartó el plato para besarme.
*****
Lucas tenía una mirada muy aguda, y aunque su estatura era baja, no le restaba presencia.
Antonio acomodó su saco, la mancha de vino tinto encima de su camisa era muy notoria y por la forma en que abrió su saco en lugar de cerrarlo, parecía que la estaba presumiendo.
Lucas sonrió de una forma muy relajada – mi hija suele ser muy impulsiva, cubriré el costo de la tintorería como compensación.
- No hace falta – dijo Antonio – más que eso, me gustaría que prestara atención a las personas en rededor de su hija, de casualidad conozco al hombre con el que está saliendo y me preocupa que esté aprovechándose de ella. Muchos en nuestro círculo la conocen como la nueva heredera y usted no podrá protegerla por siempre.
Lucas frunció el ceño – aprecio su consejo, pero mi hija no es su problema. Estoy seguro de que tiene otros asuntos que atender – se despidió.
Regina se aferró al barandal del último piso y respiró profundamente, vivir con las emociones al tope era tan cansado como estar al borde de un precipicio.
Esa noche rompió una cláusula del contrato, la más importante. Y tuvo miedo de decirlo.