Tres años antes.
Una adolescente caminaba con inseguridad a la oficina de su tío, aunque conocía muy bien ese sitio, de pequeña se la había pasado cada segundo de su tiempo libre allí con su papá. Los pasillos de la casa ya no eran su hogar, ese sito ahora era una cárcel. Caminó más lento al estar cerca, pero finalmente estaba frente a la puerta. Trago y se limpió el sudor de las manos contra su pantalón. Puso su máscara de semblante neutral y tocó la puerta.
— Adelante. — la voz de su tío era grave y severa.
Su tío nunca había sido un hombre amable que inspirara confianza, tampoco recordaba que hubiera sido cariñoso con ella cuando era pequeña. Pero desde la muerte de su padre, su trato era peor. Más que malo.
Abrió la puerta y paso, su tío estaba con su mano derecha y otro hombre que no conocía, tenía una sonrisa fea en el rostro, incluso cuando sus facciones eran guapas. En medio de ellos, sentado y viendo algunos papeles sobre el escritorio estaba su tío, rubio y alto, con los rasgos marcados y los ojos como un águila. Era tan diferente a su padre, dos años mayor, sus rasgos eran más suaves y siempre llevaba una sonrisa, carismático, algo que Jennell hubiera querido heredar, en lugar de problemas.
Estuvo en silencio, hasta que su tío recogió los papeles sobre la mesa y la miró fijamente, ella tuvo cuidado de no apartar la mirada porque era algo que a él no le gustaba y había aprendido a las malas a no desobedecerle.
— ¿Me dirás hoy por fin la clave de acceso que te dejó tu padre? — Ahí estaba de nuevo esa pregunta que se la había repetido desde que tenía los dieciséis.
Cuando su padre había muerto ella tenía doce años, había sido la única heredera de la fortuna de su padre, el cual era propietario de una importante empresa metalúrgica con muchas sucursales de fabricaciones herramientas de trabajo, que su tío había desviado de manera ilegal sin la autorización de su padre a fabricar armas de fuego.
Su padre había sido bueno, e ingenuo. Para cuando lo descubrió había sido muy tarde, él había firmado documentos dando autorización a su hermano para manejar un pequeño porcentaje del capital de inversiones, había aprobado todo esto sin saberlo por tener una confianza plena en él. Pero no todo había salido bien para Dimitry, su hermano nunca lo autorizó para acceder a sus cuentas, y tampoco lo había mencionado en el testamento. Su madre no estaba casada con su padre y no tenía derecho a reclamar o ejercer derecho, sólo y únicamente Jennell podía acceder a una fracción del cinco por ciento cuanto cumpliera los dieciséis, y el resto cuando cumpliera la mayoría de edad.
Pero no era tan sencillo, para acceder a la bóveda debía de pasar por varios filtros de seguridad, escaneo facial, preguntas psicológicas para asegurarse que estaba en condiciones de reclamar una invaluable fortuna, y finalmente, una clave de acceso final que se aseguraba, era de conocimiento de ella.
Y ella no recordaba nada que supusiera era la clave. Su tío le había hecho ir desde hacía un año a probar con claves que ella pensara que podrían ser una y otra vez, fechas de cumple años, apellidos y combinaciones raras que ella podría recordar, todas eran erradas. Había sido golpeada hasta fracturar huesos de sus brazos, había sido privada de comida, y había sido recluida a una educación exclusiva en casa. Finalmente, después que su madre fuera diagnosticada con cáncer de páncreas, su tío se había negado a autorizar pagar un tratamiento médico, nada de radiación o quimioterapia hasta que ella recordara la contraseña.
Su madre estaba muriendo y ella no podía hacer nada, al principio se había presionado, había gritado y llorado, incluso hasta había pasado a la etapa de odiar a su padre por haberlas dejado desprotegidas, por hacer tantos trámites idiotas, a ella no le importaba ninguna fortuna más que su madre. Aun sí hubiera querido, ella no habría podido acceder a la bóveda. Ahora ya era tarde, su madre estaba en la última etapa del cáncer y su muerte era segura. Cuando eso pasara, ella quedaría completamente sola.
— No. No hay algo que pueda yo pensar que fuera la contraseña.
— Bien, después de todo eres tan inútil…— la miró con desdén— Mira que dejar morir a tu madre.
Ella se mordió la mejilla interna para apaciguar su rabia, no quería decir algo, si lo decía, podría terminar muy mal. Guardó silencio, hasta que su tío se levantó y rodeó el escritorio, se puso frente a él y se sentó sobre la mesa.
— Dentro de poco cumplirás la mayoría de edad… — comenta mientras la ve de arriba abajo— Hay algo en mi cabeza que dice, que cuando los cumplas recordarás mágicamente cuál era la clave de acceso y nuestro pajarito se irá.
— Dimitry, ¿si la supiera no cree que hubiera hecho algo para salvar a mi madre? — preguntó ella llamándolo por su nombre, a él no le gustaba que le llamara tío.
— No lo sé, a veces pienso que te pareces más a mí que a tu padre — Comenta con sospecha él mientras la veía analizando y capturando cada gesto que ella hacía—. Hay algo en tus ojos, lo puedo ver, todos estos años para mí no han pasado en vano, sé reconocer una fiera cuando la veo. Y tú eres un lobo con piel de oveja.
— Nunca dejaría morir a mi madre si estuviera en mis manos. — declaró ella con firmeza. El hombre que estaba detrás de su tío lanzó una risita burlona.
— Tiene razón Dimitry, hay algo en ella de fiera — La ve de arriba abajo con algo perverso en su semblante—. Me encargaré de domarla cuando sea el momento.
¿Qué decía? ¿A qué se refería con eso? Miró a su tío, y este sonrió antes de darle la noticia.
— Te casarás pronto. Cuando tu madre muera podré ser tu tutor legal, y yo autorizaré esta boda.
No. No, ella no quería eso, se arrodillaría si era necesario. Sus manos temblaban y la boca del estómago ardía.
— ¿Por qué Dimitry? No es necesario que hagas esto, ¿de qué serviría esto? — trató de razonar ella.
— Mis abogados han llegado a la conclusión de que podemos reclamar la fortuna después que estés casada. Tu marido es parte de ti y tú eres parte de él. Tendría derecho legal a reclamar lo que es mío para mí.
— ¿Y cómo sabes tú que él no se quedará la fortuna? ¿Confías en él? — se burló ella, pues era lo único que quedaba por hacer.
Él se levantó y caminó hasta quedar detrás de ella, sacó la navaja que solía tener a la mano, ella trató de no temblar y no correr para apartarse de él, eso le enfurecía, y hacía que lo que hubiese estado destinado a ser, fuera peor.
— Yo no confío ni en mi sombra — le hablo al oído, y sintió el frío de la navaja en su cuello—, si él me traiciona, o tú me traiciona, me encargaré personalmente de cortarles el cuello. De eso querida me encargo yo.
Se alejó y le hizo un gesto con la cabeza a su hombre que hasta ahora había estado callado para que lo siguiera, abrió la puerta y antes de irse dijo algo que puso en alerta a la adolescente.
— Jasha te dejaré unos minutos a solas para que la conozcas, no tardes mucho, te estaremos esperando abajo para irnos.
Jasha asintió y sonrió mostrando todos sus dientes, había algo en él que daba escalofríos. El empezó a rodear el escritorio y ella a moverse hacia la puerta, intentó salir pero él llegó más rápido y le tomó las dos manos y las apretó contra la pared, con la otra le apretó el cuello hasta que casi perder el aire.
— Me parece que vamos a divertirnos mucho, me gusta enseñar, y me gusta hacer que las mujeres tiemblen ante mí. — le dio un vistazo a su cuerpo que hizo sentir sucia, miedo y rabia.
Le soltó el cuello y bajó su mano hacia su pecho, la camisa era de botones y el en un movimiento brusco la rompió hasta que ella quedó en brasier. Le tocó el pecho con brusquedad y lo apretó hasta que ella soltó un grito de dolor, sus ojos estaban llorosos.
— Son pequeñas. — se quejó y acercó su rostro, en ese momento Jennell vio una oportunidad y no razonó sus actos antes de estrellar su cabeza fuertemente contra la de él.
Este pegó un grito y mientras la cabeza de ella dolía y zumbaba en ecos de dolor, aprovechó llevar su rodilla con fuerza hacia su estómago, lo que hizo que este si inclinara y ella pudiera darle una patada en sus rodillas para tumbarlo.
Corrió a abrir la puerta cuando una mano la sujeto del tobillo y la haló fuertemente haciéndola caer contra el piso, se golpeó el mentón, y aunque su corazón latiera con velocidad y el miedo aún la acompañara, se dio la vuelta para hacer una llave con sus piernas pero él fue más rápido y la soltó antes de montarse arriba de ella y apretar sus brazos con sus piernas, su peso la asfixiaba y sus ojos que estaban llenos de lágrimas de dolor no le dejaban ver bien.
Él le tomó el cuello otra vez llenándose la mano de sangre que salía escandalosamente del mentón de ella.
— Perra de mierda, te enseñaré a respetar. — ella no estaba segura si tendría oportunidad de aprender, pues estaba casi segura de que moriría allí mismo.
Justo en ese momento se abrió la puerta y su tío y vio la escena.
— Suéltala o la matarás, y no nos sirve de nada muerta.
— Me golpeó. — acusó Jasha molesto sin soltarla.
— Sí, sabe hacerlo — Respondió con fastidio su tío como quien habla de un perro que sabe morder—. Ahora suéltala y no me hagas repetirlo otra vez.
Jasha reacciono a la orden, pero no sin antes susurrarle al oído antes de soltarla.
— Esto no se quedará así, te mataré después de reclamar lo mío y a tu tío no le importará.
Se puso de pié y salió de mal humor por la puerta, su tío la vio con una orden clara en la vista. Levántate, levántate, tenía que levantarse e irse.
Como pudo tomó fuerzas y se levantó y salió tambaleándose, su tío cerró con llave la puerta y no le dio un vistazo mientras pasaba de largo. Ella se recostó contra la pared mientras tomaba aire y veía el techo. Allí no había nadie que escuchara sus gritos, no había nadie que pudiera ayudarla. No había nadie. Solo su madre moribunda, que también sufría.
Debía hacer algo, debía irse antes que su tío terminara casándola con ese monstruo. Algo era seguro, o moría en el intento o moría después de que ya no le sirviera a Dimitry cuando hubiera reclamado su fortuna.