CAPÍTULO 18

2090 Palabras
Jennell pasaba la página del libro en su mano cuando la puerta de su nuevo cuarto sonó, un golpe suave pero energético y antes de que reaccionara estaba una cabeza castaña asomada en su puerta y con una sonrisa en la cara. —Hola. —Hola Samantha. —Saluda de vuelta ella mientras deja el libro en la cama. — ¿Puedo pasar? —preguntó Sam aunque ya tenía medio cuerpo dentro del cuarto. —Claro, ¿vienes por el secador? — preguntó suave Jennell mientras se paraba a buscarlo. — Bueno, en parte — Samantha se acerca a la cama y ve a su alrededor y preguntar si se podía sentar en la cama, Jennell asintió porque no había nada mas donde hacerlo. Además, la muchacha no le incomodaba—. Adel me pidió el favor de que te avisara que llegará tarde, y que probablemente no llegue a tiempo para hacer tu cena. Jennell frunce el ceño porque no sabía que la señora debía prepararle la comida, de hecho no recordaba que debía comer, se había entretenido tanto con los libros que lo había olvidado, quizás era costumbre, o quizás estaba encantada de poder leer después de mucho tiempo. Volvió a mirar a la castaña y recordó que no había traído comida, o dinero, Ancel le había dicho que la mensualidad de la residencia era parte de la paga, es decir que no tenía que gastar, pero no había dicho nada de comida. —Ah, entiendo…—dudo antes de preguntar— ¿ella siempre prepara la comida a las personas que llegan nuevas? La castaña negó. — El primer día por amabilidad sí, pero no suele hacerlo. Pero creo que Ancel le paga para que lo haga. — le sonrió. —Ah —Bueno, parecía que sabía más que ella, Ancel no le había comentado nada, pero ella tampoco había preguntado—. ¿conoces a Ancel? — no pudo evitar la pregunta — ¿Quién no lo hace? Creo que todos sabemos que es el hijo del senador — las palabras de la chica de Samantha eran calmas—. Pero bueno, conocer de conocer no, solo he tratado con él las veces que ha venido por acá y cuando me trajo. — ¿Él te trajo? —Sí, la verdad es que ya llevaba tiempo buscando trabajo cuando le conocí, ese día estaba revendiendo agua —ella sonrió de boca cerrada como si recordara— , y se acercó y compró todas las que tenía, después me invitó a un helado, no estaba muy lejos de donde yo lo vendía así que acepté, después de todo, no sabía cuánto tiempo iba a tardar en volver a probar uno. Ese día se sentó y habló conmigo como si me conociera, fue amable y bueno, en ningún momento noté que era él, no hasta unas semanas después que acepté venir y ver si era verdad la ayuda que ofrecía. Jennell se quedó pensando, Ancel era un buen chico, no pudo evitar compararlo con aquel a quien le había vaciado unos hielos en su traje y que la había tratado un tanto, no tan amable. Es un buen chico, pensó. —Lo es —Confirmó Samantha que había escuchado lo último que pensó Jennell en voz alta—. Todas las que chicas que han estado acá tienen algo similar que contar. — Claro. — Jennell le hizo un gesto para que esperara y buscó el secador en el baño— Gracias. — No hay problema, hasta podría prestártelo todos los días si me dejas la mitad de tu agua caliente. —negoció sutilmente. — Bueno, no tengo problemas con el agua. — no era tanto por el secador, pero aceptó. — Bueno, yo ya bajo a cocinar mi cena, vengo hambrienta — se para y cuando iba a atravesar la puerta se paró—. ¿No quieres venir? Así haces tú cena conmigo, seguramente Adel llega tarde, está visitando a su hermano y cuando lo hace, eso es largo y tendido. Jennell no se sorprendió de su invitación, y tomando un mechón de cabello para pasarlo detrás de su oreja denegó la propuesta. —No tengo que cocinar — confesó con incomodidad—, me había olvidado de ello, supongo que soy una tonta. —No es así, tranquila, todas venimos con las manos limpias, y todas recibimos ayuda hasta que empezamos a resolver por nosotras mismas. Tu estante debe estar lleno, Adel había hecho las compras al medio día para tu estante, la vi cuando vine por algo que había olvidado. —Ah…— Jennell no supo que decir. La verdad la incomodidad y el agradecimiento hacían una mezcla extraña. — ¿Entonces vienes? — Claro. Bajaron las escaleras en silencio, y cuando estuvieron en la cocina Samantha abrió la nevera y se inclinó aunque no estuviera viendo nada, con un dedo en el mentón, Jennell se quedó atrás, sin hacer nada. Esperando. —No tengo idea de qué hacer, ¿tú tienes idea de que quieres cocinar? —cerró la nevera y la miró. — No, la verdad es que no se ni que tengo. — Bueno, al lado del estante donde tienes los platos está, anda y revisa, ah…y en el congelador de la nevera, todo lo que tenga tu nombre, evidentemente es tuyo. —Vale. Jennell revisó mientras Samantha empezó a rebuscar recetas fáciles y rápidas en su celular. Cuando Jennell abrió su estante, la sorpresa fue enorme, no solo había comida, había mucha comida. Pensó en cuanto se habría gastado Adel y se recordó que en cuanto trabajara, tendría que pagar todo esa cantidad. Harinas, arroz, pastas, salsas, cremas, pudines, enlatados, gelatinas y un montón de cosas que ella desechaba cada vez que compraba. —Creo, que ya encontré que podemos hacer, ¿te gusta el pollo? —la morena asiente— , bueno, podemos hacer pollo empanizado, y puré de papas o podemos hacer ensalada césar. ¿Cuál prefieres? — ¿Puré? Puré será —deja el celular en la mesa y empieza a buscar pollo en la nevera—, esta vez invito yo el pollo, la próxima, lo invitas tu. — ordena con confianza. — Claro, la próxima. — ¿Tienes papas? Se me acabaron ayer— preguntó mientras colocaba el pollo en agua para que se descongelara. — No lo sé, ¿Dónde se supone que pondría las papas Adel si las llegó a comprar? — la incomodidad ya empezaba a dejar el cuerpo de Jennell que veía por la cocina en busca de papas. — Eh, creo que debe estar en la nevera, en la parte de abajo, algún hueco de esos debe decir tu nombre — Samantha se movió y sacó un cuchillo de su estante —. Le he dicho que las papas no se meten en la nevera… se arrugan. Jennell caminó y abrió la nevera con cuidado y empezó a buscar su nombre, evidentemente, en el último cajón, decía su nombre, había papas, tomates, cebollas, zanahorias y todo revuelto. — ¿Cuántas papas? — No lo sé, ¿seis o siete? Mis cálculos no son muy buenos. —respondió mientras empezaba a colocar el pollo en una tabla de picar. Jennell sacó siete y fue al fregador, las lavó y tomó un cuchillo para sentarse a pelarlas. Samantha la vio quitarle la concha de una manera perfecta. —Wuao, con solo ese gesto, espero mucho de la cocina de ti. — comentó y vio sonreír a la morena mientras negaba. — No, yo solo soy buena en esto, los enlatados son más lo mío. — Bueno, siempre puedes aprender —pasó el cuchillo con confianza e hizo viste varias partes del pollo—. Yo aprendí de Youtuber, con tutoriales. —Ah. Samantha terminó cuando ella iba por la cuarta papa, tomó el pollo y lo debó en una taza mientras batía unos huevos y colocaba en un plato harina de trigo. Todo en ese orden. — ¿Cuántos años tienes Jennell? —Casi veinte. — Ah, te llevo un año. Jennell terminó y buscó una hoya donde colocar las papas a cocer, encontró una pequeña y la llevó a la cocina. Volvió a sentarse para mirar a Samantha colocar la sartén con aceite y montar las primeras empanizadas. —Tienes un acento extraño, ¿no eres de aquí? — preguntó con discreta curiosidad la castaña mientras vigilaba que nada se le quemara. Jennell se removió en la silla pero respondió. —No. — Lo supuse, debe ser bonito conocer otro sitio, yo no he salido nunca del país — Volteó las empanizadas y se giró a verla—. Mi abuela, era española igual que mis padres y siempre me contaba de como era su país. —Ah, entiendo. —Bueno, ya veo que no eres mucho de hablar, pero eso no es malo —Sonríe hasta que se le achinaron los ojos—, a mí me gusta hablar bastante así que eso hace un buen equilibro. —Claro, súper. Samantha se giró y tomó un plato para sacar el pollo de la sartén y colocar otros más. — ¿Estudias? Yo empecé a hacerlo hace poco. —No, no lo hago. —Bueno, siempre que quieras, puedes intentarlo. — No, estoy bien así. Samantha iba a comentar algo cuando dos mujeres entraron a la cocina. —Hola Samantha. —saludó una y se fijó en Jennell y codeó a la otra para que dejara el teléfono y la viera. — Hola, Wendy, Hola Steph ella es Jennell. —la presentó Samantha con una sonrisa y las otras saludaron con la mano. Jennell imitó el gesto. —Hola, nosotros pasamos sólo por un algo rápido. —Dijo la que estaba en el celular mientras sacaba dos bandejas de la nevera y las colocaba en el microondas. Durante un minuto una se mantuvo atenta a su celular mientras que la otra chica solo cruzó unas palabras con Samantha. Jennell solo simuló que veía sus uñas. Cuando se fueron Samantha terminó de freír el pollo y vio las papas. —Parece, que ya están listas. Jennell se pasó y efectivamente, ya estaban listas, las escurrió y con un triturador hizo el puré, le colocó una pizca de sal y un tanto de margarina mientras Samantha buscaba un jugo y servía los vasos y platos. — Buena pinta ¿eh? — Eso parece. — Disfrútala. Luego de cenar, Samantha cruzó unas palabras más antes de subir a su habitación argumentando que debía pararse muy temprano al día siguiente. Jennell se había ofrecido a fregar los platos así que se quedó un rato más. Luego de secar los platos, organizó todo donde iba y limpió el mesón, todavía no tenía sueño o cansancio, quizás las largas horas de trabajos la habían acostumbrado a un trote más pesado del que llevaba hacía dos días. Abrió el gabinete donde estaba la comida que le había comprado Adel y empezó a organizar todo, las latas por una parte, los cereales por otra, las cremas y todo lo dejó organizado, sacó una lata de leche condensada, algunos huevos y azúcar y los dejó en la mesa antes de ir a la nevera y sacar las verduras que tenía allí y organizarlas en un plato y dejándolas en una parte del mesón donde no estorbaran. Luego comenzó a hacer un quesillo con lo que había sacado y como no sabía que hacer mientras estaba, subió al cuarto para buscar el libro y traerlo de regreso a la cocina. Se sentó y cada tanto tiempo miraba la hora en el reloj de la cocina mientras seguía leyendo. Cuando dio con la última página del libro, la volvió a leer al menos unas tres veces más, no podía creer como había acabado, pensó en lo tonta que había sido la muchacha al rechazar la propuesta del Ángel, finalmente dejó el libro en la mesa y cuando abrió el horno se aseguró de que el quesillo estuviera listo antes de sacarlo. Se veía bien, aunque la cocina no se le diera, no había olvidado esa receta que le había enseñado una de las personas que más había amado. Dejó el postre en un plato y lo llevó a la nevera, miró la hora y la casi daban las diez, tomo el libro y se fue a su cuarto, y aunque no estaba cansada, se obligó a dormir y sacarse la idea que podía empezar otro libro. Ya tendría tiempo, ella debía descansar.
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