Mientras caminaban por el pasillo que daban al ala de los bebés, Ancel sonreía como con picardía solo para fastidiar a Jennell.
—Ya supéralo, es una anciana que en cualquier momento muere, tenía que darle el gusto, estas muy claro que quería escuchar lo que le dije. —dijo con fastidio Jennell.
— ¿Qué fue lo que le dijiste? Recuérdamelo. —insistió el con una sonrisa de oreja a oreja y con los hoyuelos marcados. Sus cejas se movían de arriba abajo en gesto gracioso.
—Supéralo, ¿es tan poco frecuente que te digan que eres guapo que te pones así?
— Me lo dicen muy a menudo chica, pero siempre me emociona enumerar otro dígito —fingió contar con los dedos y pensar algo muy dificultoso—, a ver, tu serías…hummm, creo, que…sí, eres la número doscientos y tanto, ahora no recuerdo con exactitud.
—Eres idiota.
— Y guapo, no lo olvides. —le guiñó un ojo.
Jennell se sintió en confianza para rodar los ojos, con fastidio pero tuvo una sonrisa interna.
— ¿Por qué está tan obsesionada con la muerte Ebba?
—No está obsesionada, solo cansada de luchar por nada, ya lo has oído de ella, ha vivido lo suficiente. Y es jodido seguir normas cuando sabes que no te servirán de nada porque en cualquier momento dejaras de existir. —contestó con seriedad recuperada mientras cruzaban un pasillo.
— ¿Está enferma?
—Tiene diabetes.
— ¿Y le has dado chocolate? — preguntó sorprendida ella con un poco tono un poquito elevado.
—No le hace daño, quizás desequilibra su dieta un poco, ¿pero por qué hacer dieta si te puedes morir en cualquier momento?
— ¿No es que ellos no pueden comer chocolate porque les mata?
—Ah, lo mismo pensaba yo, mucho tiempo atrás, pero no, de hecho, a los diabéticos les dan porciones de dulces o chocolates, si lo necesitan dentro de una dieta, lo ideal es no excederse, y dejarlo para ocasiones especiales. — hizo una pausa mientras se acercaban a una puerta, a lo que supuso Jennell era la sala de los bebés.
—Ah….
— SÍ, y para ella, una ocasión especial, es cualquier momento, yo hago lo que puedo sin excederme.
Caminaron y atravesaron el pasillo, allí se encontraron con una mujer tras un escritorio y unas que otras mujeres que suponía que eran enfermeras voluntarias, la mujer saludo a Ancel como si lo conociera de hacía mucho mientras Jennell le decía su nombre y firmaba, por respeto a su autoridad aunque la verdadera le estuviera dando un tours por la fundación para que consiguiera un trabajo.
Avanzaron por el pasillo y entraron a una habitación donde estaban niños de uno a tres años. Los cuales estaban sentados y otros parados dando pasitos arriba de una alfombra acolchonada, tenían a unas cuantas voluntarias locas, al cuidado de ellos a que no se lastimaran, a los que daban pasos torpes, otros solo tenían plastilinas y ellas cuidaban de que no se lo comieran en un descuido, cuando uno se acercó a ellos que estaban de pie muy cerca de la puerta, Jennell se agachó para tomarlo en brazos.
—Hola chiquito. — lo meció y el niño en confianza no se quejó mientras le agarraba mechones de cabellos.
—Hola…
— ¿Cómo te llamas? — preguntó con tono dulce y Ancel se mantuvo alejado, al margen mientras la veía desenvolverse.
—Thomassh. —contestó el niño mientras su atención cambiaba de su cabello a sus ojos.
— Así que Thomas… un nombre muy bonito.
— ¿Puedo tocar tus ojos? — preguntó con curiosidad el niño a lo que ella negó.
—No, eso duele…
— ¿Por qué son así?
— Ah, ¿de colores diferentes?
— ¿Qué son colores?
— Eh, bueno, mis ojos son grises, como el cielo cuando quiere llover. —le dijo con una sonrisa a lo que el niño confundido se le quedó viendo más de cerca como si fuera a descubrir algo.
— Así como cuando el cielo está triste…
— También es como la plata. —intervino Ancel que se había acercado sin que ellos se dieran cuenta.
El niño le miró y se estrujó al cuerpo de Jennell para soltarse, esta frunció el ceño pero lo hizo.
—Ah, parece que no le gusto…
—No, no eres tan guapo para los niños, ah y mira que ellos son lo que dicen y actúan con verdad.
—Eso es un golpe sucio.
Jennell sonrió y siguió a Ancel a otra habitación y así hasta unas dos horas más tarde, cuando salieron faltaba al menos media hora para las cuatro. Se subieron al carro con un poquito de cansancio y estuvieron en silencio para nada incómodo. Cuando llegaron se bajaron y Ancel la acompañó hasta la puerta y no fue esta ese momento en que deparó que ella no tenía llave.
—Ten, estas son mías pero me las puedes devolver cuando vuelva, imagino que Adele te las darás en unos días. — se sacó las llaves del bolsillo con un llaverito de un Ferrary n***o.
— Claro, bonito llavero.
— Ah, fue un regalo — él sonrió y se quedaron en silencio frente a la puerta, de pronto el celular de Ancel empezó a sonar y él lo sacó, miró el número y no contestó— bueno, imagino que nos veremos en unos días, descansa, come mucho y ponte fuerte que hay gente que te necesita.
—Suenas peor que Ebba.
Él se carcajeó y se inclinó para dejar un fugaz beso en la mejilla, se volvió para caminar al carro y antes de subir agitó la mano y luego se perdió de vista.
Con cansancio repentino, Jennell introdujo la llave y entró con cuidado, subió las escaleras después de buscar el libro que había dejado en la biblioteca ese mediodía y se encerró