CAPÍTULO 5

1412 Palabras
La noche había empezado hacía al menos unas cinco horas, Jennell iba y venía con bandejas de bebidas y aunque pareciera un trabajo difícil mantener las bebidas sobre la bandeja cuando había tanta gente y las luces parpadeaban en un estilo que te inducía a relajarte o estresarte, la música tan alta que sólo si estabas pegado a la otra persona escucharías, de lo contrario sería mejor saber leer gestos. Pero ese era el fin, bailar, babosear coquetear y si era posible tener sexo en alguna esquina donde las luces no te cubrieran, aunque igualmente con lo borracho y probablemente drogado que estabas, no te dieras cuenta si eras observado o había una persona al lado tuyo haciéndolo. Acomodando su falda mientras esperaba que el moreno le sirviera otra bandeja, Jennell pensó que aunque llevaban más de medio año trabajando allí, nunca se acordaba de su nombre, aunque dudaba que él también supiera el suyo. Así era como trabajaba Mark, su jefe, tanto como en el restaurant como en el bar-club, nada de preguntas a tus compañeros, trabaja lo más que pueda y no más de dos quejas o estás despedido. Tomando la bandeja se la llevó a una mesa donde estaban dos parejas una hablaba mientras los otros se parecían comer, sirviendo las bebidas en la mesa con cuidado se volvió para ir a la siguiente a recoger los que ya estaban vacíos y volviendo entre el gentío hasta la barra donde le entregaba los vasos para que pudiera lavarlos. Tomando su descanso de veinte minutos salió para tomar un poco de aire, en las afueras no había nadie, puesto que era la puerta trasera por donde entraban los que iban al bar, los que iban al club un poco más calmado y con mejores caras entraban por la otra puerta. Era la zona donde había conocido, o mejor dicho visto a Ancel la primera vez, ella había cubierto un pedido VIP del club puesto que imaginaba que Georgina o alguna otra que atendía esa área estaría ocupada. Recostando su espalda contra la pared miró el cielo, para ver a penas el brillo de la luna, no se veían las estrellas, y era algo que ella ya estaba acostumbrada, en las ciudades no se podían ver. La brisa pasaba suave y con un toque fresco, era una noche calmada ahí fuera del bar donde las hormonas aturdía con el olor a alcohol, cigarrillo y sudo. Unos minutos después escuchó la puerta abrirse y guardando silencio pensando que sería algún borracho que había salido se sorprendió al ver un rubio allí, le vio mirar a su alrededor hasta que sus ojos depararon en ella, que seguía en silencio sin moverse. El caminó hacia ella con seguridad y ella pudo volver a admirar lo guapo que era, su cabello rubio estaba desordenado y se veía que debajo de esa camisa había músculos ejercitados, lo alto que era le daba un porte aún más varonil y la seguridad que tenía al caminar completaba el cuadro del chico típico catalogado como perfecto. Pero para ella podría ser un perfecto desastre si descubría que era una indocumentada, y que su identificación era falsa, tan falsa como la calma que fingió cuando él se situó frente a ella. — Te estaba buscando. — su voz, suave pero varonil. El la miró enderezarse y dar unos pasos a un lado, como si no le quisiese tener justo al frente, observó que su piel pálida, su cabello recogido en un moño alto y podía ver parte de su cuello y pecho por los botones sueltos de la camisa que llevaba como parte del uniforme, no llegaba a ser vulgar porque no se llegaban a ver sus senos, seguramente, pequeños, pensó. — ¿Para qué me buscaba? —le escuchó decir y espabilando se recordó a que había venido. — Quería avisarte que ya había pagado tu deuda —ella arqueó una ceja—, la de las bebidas. Ella asiente y se le quedó viendo esperando por algo más o que se fuera. — ¿No te enseñaron a decir gracias? —preguntó él, más para sacar un tema de conversación que como reproche. — Gracias. — dijo ella y fue allí cuando notó ese pequeño acento. — No hay problema — ella pareció ignorarle aunque no se movió de donde estaba — ¿no eres de aquí no? Ella volvió a tensarse y le miro, el rubio parecía estar siendo amable pero su interés por saber de donde era o como trabajaba la ponía nerviosa. — Con todo respeto, no es su problema. — No me hables de manera formal, puedes tutearme —le recordó él ignorando deliberadamente su rechazo—, mi nombre es Ancel. — Ya lo sé, el hijo del senador. — soltó Jennell para después arrepentirse por ser tan irrespetuosa. Su rostro mostró sorpresa por un par de segundos, pero su rostro fue cambiando tras acostumbrarse a la noticia. —Ah, por eso el formalismo —dijo en voz alta, hizo una pausa y después añadió—, estoy acostumbrado a que todas las chicas quieran estar encima de mí y eso es estresante, me gusta que no lo hagas, pero como dije antes, puedes tutearme, el formalismo es incómodo. Ella le miró preguntándose porque no se iba o porqué quería que le tuteara cuando ella planeaba no verle más. — Me encanta las conversaciones donde sólo hablo yo, son tan... ¿refrescante? —Bromeó después de que ella no contestara— Sé que ya sabías mi nombre y que no estas obligada a decirme tu nombre pero me gustaría saberlo, claro, si quieres. Ella lo miró de reojo y vio que le sonreía, una sonrisa muy bonita con esos dientes blancos alineados, de verdad era bonito, pero estresante. — Jennell. — contestó después de pensar que era mejor que ella se lo dijera, le cortara allí y no le diera motivos para curiosear con otros de ella. — Jennell — repitió y aguardó un segundo como si procesara el nombre, la miró curioso mientras hacía una nota mental de rostro y nombre—, bonito. Después de unos minutos ella tenía que volver a entrar y preguntándose si debía de despedirse o no se alejó de la pared donde estaba. — Este, bueno...gracias —fue lo que dijo cuándo comenzó a caminar para entrar al bar. — No hay problema. Él se quedó allí y volvió al club por la otra puerta, esperaría una o tres horas hasta que saliera para ofrecerse a llevarla, aunque no la conocía la curiosidad que sentía ligada con una leve atracción, le hacían actuar de una manera un poco impulsiva. No le gustaba el barrio donde vivía y era extremadamente peligroso que se fuera sola caminando a esas horas. Sabía que su preocupación venía porque él desde pequeño había sentido la necesidad de ayudar a los demás, ella era una más. Antes con su madre y su hermana habían hecho fundaciones que aún seguían en pie, y estas eran atendidas por voluntarios o personas que necesitaran un trabajo. Ellos ayudaban, y aunque ellas ya no estuvieran, el las seguía manteniendo en pie, en memoria a ellas, y en con fines de ayudar a quienes pudiera. Quizás podía ayudarla, si aceptaba. Le haría una propuesta para que pudiera dejar ese trabajo de noche y quizás con el tiempo ese barrio de mala muerte. Todo con el fin de ayudar, pensó. (…) — Hey, alguien ha pagado tu cuenta —le dijo el bar-tender cuando ella se acercó para ver que mesas debía llevar —, ha sido un tío con pinta de plata. — Si, ya lo sé, solo tacha eso de mi cuenta. — dijo mientras tomaba la bandeja y se adentraba entre el gentío con cansancio, los pies le dolían una barbaridad y el calor y estado de ese lugar la hacían marear, o quizás eran otros los motivos, pensó por un momento en el rubio, preguntándose con quien carajos se juntaba para ir a parar en ese bar. No es que fuera el peor de todos, pero en su posición, podía ir a mejores. Llevó a la mesa los vasos con alcohol y volvió antes de que alguien se pasara de mano y le tocara el culo, no quería caerse a golpe con alguien y salir perdiendo por querer exigir respeto, pero que con ese puto uniforme, allí no tenían reparo entre prostituta o camarera.
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