—Vaya carrera —coincidió con ella mientras encendía la calefacción del auto— ¿te parece seguro conducir mientras llueve? —preguntó de pronto, no quería dejarla ir tan pronto así que esperó por su respuesta. Ella le miró y miró.
—No lo sé, tampoco es que tenga experiencia en conducir, es decir se hacerlo pero no lo hago, y siempre hay peligro, cuando mi padre murió no llovía... —se detuvo como si hubiera dicho algo que no planeaba — ¿entiendes? Bueno, si no, no importa, está bien lo que decidas.
— Yo digo que esperemos —dijo él con suavidad—, podemos ver una película mientras... —se removió el cabello— tengo la laptop aquí. —dijo mientras se giraba y como pudo alcanzó la laptop en el asiento de atrás y visualizó a su vez un abrigo y chaquetas suyas.
Ventajas de ser descuidado, pensó con una sonrisa mientras los tomaba, le tendió el abrigo a ella que lo aceptó sin rechistar y él se puso su chaqueta.
— Supongo que podemos adaptar esto como un mini-cine improvisado — Le tendió la laptop ya encendida y desbloqueada —. Selecciona cualquier película.
Ella la tomó y el presionó unos botones y sus asientos se reclinaron hacia atrás, colocó sus tazas de chocolate en la mesita que ofrecía la comodidad del Ferrari y vio que ella pasaba las páginas de películas.
— ¿Te gusta el terror? — preguntó ella de pronto.
— ¿Te gusta a ti? —preguntó él con sorpresa.
— ¿Por qué no?
— Porque las chicas suele gustarles esas tonterías románticas, no de cosas de terror. —respondió con un tono de obviedad.
— Bueno, no a todas. —dijo con una sonrisa ella, y vaya que esa tarde estaba diferente, podía acostumbrarse a cada una de ellas.
— ¿No te da miedo?
— Sí, claro que sí.
— ¿Entonces por qué las ves?
— Llámale m********o. — respondió ella.
— Del puro — él sonrió y asintió—. Terror será entonces.
(...)
Una hora y media después, terminó la película y media hora antes la lluvia, la noche había caído y Ancel no quería despegarse de Jennell pero actuó como si no estuviera sintiendo ese apego y con una sonrisa salió de la plaza, camino a la residencia.
Cuando llegaron los dos salieron y aunque él notó que llevaba aun su abrigo pero no dijo nada, se le veía bien incluso, pensó. Se acercaron a la puerta en silencio y cuando llegaron ella se giró, un escalón más arriba que él pero todavía era más baja.
— Gracias — dijo suavemente—, por haberme invitado esta tarde, lo he pasado muy bien.
— Podríamos salir otra vez. — soltó Ancel y después se arrepintió, no quería sonar... no quería...
—Tal vez. —sonrió ella.
—Me gusta que sonrías. — volvió a soltar Ancel, ¿pero qué ocurría con él que soltaba todo de sopetón? La vio fruncir el ceño, como si no se hubiera dado cuenta que lo hacía.
—Eh, sí —no encontraba palabras para contestar—, gracias supongo.
— Bueno, que tengas buenas noches. — se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla, muy cerca de sus labios y cuando la sintió estremecerse sonrió, tuvo que tomar fuerzas de donde no sabía que tenía para alejarse, sonrió al ver su gesto de sorpresa y leve sonrojo.
¿Jennell sonrojándose? Con orgullo varonil sonrió otra vez más abiertamente, eso fue gracias a él. No esperó que reaccionara y se alejó a trote, se subió en su auto y se alejó. Esa noche, cuando se acostó no pudo evitar enviarle un mensaje.
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Se quedó pensando tontamente que en otro momento se hubiera reído de ese mensaje, pero en ese momento, era lo que él sentía. Por otro lado…No había logrado hacer referencia al tema, si quiera había insinuado algo. El había abierto una parte de sí mismo a ella, esperaba que la próxima vez se sintiera en más confianza, se aseguraría de allí hacerle saber que él estaría dispuesto a ayudar. Una vocecita en la cabeza le recordó algo que le fastidiaba, ¿estaría dispuesto a ayudarla si ella fuera la causante o la criminal y no la victima? Ya debería de saber la respuesta, antes hubiera respondido esto con rapidez ahora dudaba. Aunque él sabía que la balanza se inclinaba a ayudar a Jennell con lo que fuera que hubiera hecho en el pasado.
—…Él ha salido con todas las chicas de acá —Samantha habla con simpleza mientras se lima las uñas en la cama de Jennell—. Yo también he salido con él.
Minutos antes.
El tema se había dado debido a que Sam la había visto llegar tarde, ella venía saliendo de la cocina cuando vio a Jennell subiendo las escaleras. La había visto sonreír y le había picado la curiosidad saber que era esa aura de felicidad que la envolvía. Era raro ver a Jennell fuera de su peculiar rostro que transmitía calma absoluta y su aura que su compañera no llegaba a descifrar si era tristeza o simple melancolía. Era todo un misterio. Por eso al verla le siguió unos cuantos pasos antes de hacerle ver que estaba allí.
— ¡Bu!—Sam apareció detrás y con los dedos hizo presión en los costados de su cintura.
Jennell pego un salto y de una manera veloz llevo la mano derecha con la firmeza de una tabla al cuello de Sam, lo que iba a ser un golpe casi mortal terminó a centímetros de su cuello, por suerte Jennell pudo detener su mano al percatarse que era ella. Su cuerpo se había puesto en alarma y su corazón había empezado a latir como si viniera de correr un maratón. Bajo la mano y apaciguó su expresión de alarma. Sam mientras tanto había levantado sus manos en señal de paz y con su rostro perplejo miraba a la morena, no había esperado ni de lejos esa respuesta, como mínimo un grito, no un movimiento karateka.
—Lo siento, fue reflejo. —hablo Jennell mientras empezaba a caminar.
Esperaba que no su compañera no se molestara pero eso había sido demasiada confianza para los límites que ella tenía con los demás hasta ahora.
Sam retomó el paso a su lado.
—Eso ha sido genial, aunque casi me caigo del susto.
Jennell la mira y sonríe retomando la energía que antes tenía.
—Tú sí que me has dado un susto, no soy buena con las sorpresas.
— ¡Ya lo he notado!, —Sam se entusiasma mientras habla— y es que por poco me noqueas.
—No lo hubiera hecho si no me hubieras asaltado así…
—Mala mía, fue mi error —Llegan a la puerta de Jennell y tras pasar ella Sam le sigue con la confianza de ocupar también el área—. Dime dónde has aprendido ese movimiento, quiero que me lo enseñes y ser como tú.
— ¿Cómo yo? —Jennell se sienta y el abrigo de Ancel, la pone con cuidado en sus piernas y se quita los zapatos para subirse en la cama.
Sam hace un movimiento raro tratando de recrear la escena de hace unos minutos.
—Algo como esto…—vuelve a intentarlo y Jennell ríe.
—No hice eso. Y no es un truco, aprendí Karate cuando era pequeña y lo practiqué hasta adolescente.
Sam se apresura a montarse en la cama y poner mala cara.
— ¡No puede ser…! si a ti te llevó años aprender eso…—se pone las manos en la cara— ¿Qué será de mí? Casi nunca puedo memorizar un nombre, y se me olvida todo, no podría aprender un movimiento que te llevo a ti años…
Jennell no quiso corregirle de que no le llevó años aprender ese movimiento.
—Algunos somos buenos en algo y en otras cosas no tanto.
—Como sea, ya he superado este dolor—mira el abrigo que Jennell no había apartado de sus piernas—. Espera, esa chaqueta es de hombre. ¿Estas saliendo con alguien?
Ella casi ignora la pregunta pero no quiso ser grosera.
—No… no salgo con nadie.
— ¿Entonces de quién es?—insiste curiosa Sam.
Jennell duda, pero contesta al no encontrar motivos para ocultar algo tan… como fuera.
—Es de Ancel. Me la presto.
— ¿De Ancel Parish? ¿Habías salido con él? —Sam se acuesta en la cama y saca una lima de uno de los bolsillos de su mono.
—No con segundas intenciones, somos algo así como amigos, venía lloviendo y me la prestó ya que yo olvidé llevar la mía. —explica ella.
Incluso así no soltó la chaqueta y deseaba tener un momento a solas para olerla, algo le hacía querer tenerla guardada para ella.
—Te creo, él ha salido con todas las chicas de acá —Samantha habla con simpleza mientras se lima las uñas en la cama—. Yo también salí con él.
La morena no pudo evitar sentir una mala sensación en el cuerpo, ese vértigo que se siente al caer al vacío con velocidad.
— ¿A salido con todas las chicas de la residencia?
Sam asiente mientras perfecciona la uña de su meñique.