Ese lunes Jennell se despertó con ánimo, tenía ya bastante tiempo sin trabajar, y aunque los libros ayudaban, con su salud mental y las comidas con su salud ya empezaba a ser cansón, así que con ánimo se bañó y se vistió. Para cuando Samantha tocó la puerta ella ya estaba saliendo para preparar algún desayuno y llevarlo. No sabía si le haría falta, ya que si ibas a trabajar en la cocina lo que había era comida ¿no? Pero era mejor prevenir que lamentar y ella no quería lamentar dos veces, no con la comida, no con la salud, ya había empezado a tener brillo en su piel que ya de por si era bastante pálida.
Luego de preparar algo ligero Samantha llegó y se fueron juntas caminando, no estaba a mucho camino, se supone que Ancel la iba a acompañar pero había recibido un mensaje esa mañana.
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A lo que ella había contestado un simple Ok.
Efectivamente después que Samantha se despidiera en las puertas de la fundación para irse a atender algunos ancianos cariñosos que seguramente ya la esperaban impacientes apareció una señora que se veía de unos cincuenta quizás sesenta con algunas canas y con una sonrisa se presentó como la que dirigía el comedor. La llevó y era un comedor amplio, en el camino le preguntó que tanto sabía de la cocina y por las respuestas de Jennell determinó que sería mejor que empezara con las papas.
Y así estuvo media mañana, peló papas hasta que dio abasto y solo paró para comer el desayuno que llevaba, algunas cocineras con las que había intercambiado palabra le dijeron que el desayuno y almuerzo eran servidos allí mismo, y su lado ahorrativo lo agradeció inmensamente, luego de ese descanso rápido pasó de papas a zanahorias y así otras verduras hasta el almuerzo, ese receso duró una hora y como todas se conocían charlaban mientras tragaba, trataron de integrarla unas cuantas veces pero su lado reservado hizo que terminara sentaba con el nuevo celular en sus manos, y como si Ancel supiera que no estaba haciendo nada en ese momento, hizo acto de presencia mediante un texto.
Jennell no pudo evitar fruncir el ceño por su confianza pero no se sintió molesta y contrario a cualquier actitud frecuente hizo una mueca parecida a una sonrisa antes de responder.
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Dos segundos más tarde.
Jennell no pudo evitar negar con la cabeza con si lo tuviera al frente, le sentía sonreír y esperar su respuesta.
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Esperó por la respuesta hasta que la pantalla se iluminó.
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Jennell sonrió mientras respondía. Sabía que él también lo haría y de repente se dio cuenta de lo que estaba haciendo, ¿Qué estaba haciendo?
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No respondió. Era cierto.
Tampoco respondió.
De verdad tenía confianza en sí mismo, aunque no se había preguntado por su día le gustó que él voluntariamente le dijera. No pensó mucho en esto porque ya había acabado la hora de almuerzo y se volvieron a empezar, esta vez era cortar tomates.
Como era de esperarse no pasó nada relevante en la cocina, tampoco es que ella lo esperara, así que al finalizar la tarde se despidió con un gesto de mano y una sonrisa de boca cerrada. Camino de regreso a la residencia a pasos relajados pensando en la tranquilidad del lugar, del no tener el tiempo contado para volver a trabajar, cambiar esa rutina era extraño pero lo empezaba a valorar con cada uno de sus huesos, literalmente.
El sol se ocultaba y aunque no podía verlo podía darse cuenta por los rayos de sol que se filtraban por las grandes casas. Personas pasaban trotando en parejas, otros solos, y seguramente con sus audífonos a buen volumen. Los carros pasaban en sentido contrario a ella, seguramente llegaban de sus trabajos y en casa les esperaba alguien para escuchar su día, con una taza de café o chocolate en la mano. Seguramente.
Cuando estuvo frente a la residencia sacó las llaves y abrió la puerta con cuidado, no pasó por la cocina, fue directo a las escaleras y no perdió tiempo en entrar a su cuarto. Los libros estaban amontonados en su mesita de noche, la cama pulcramente, y nada más. Se apresuró a estar de rodillas levantando el colchón para sacar la carta del sobre que tanto resguardaba. La sacó con cuidado de no dañar los otros documentos que estaban allí, y arrodillada la leyó, mojó las hojas una por incontable vez con lagunas lágrimas silenciosas y se fue al baño.
Se medió a la ducha con ropa y dejó que el agua la despejara. Ya pasaría, era solo momentáneo. Ya había pasado, ya pasaría.
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Cuando ya el agua calaba en sus huesos, el labio inferior templando y los dedos completamente arrugados salió de la ducha, se secó y colocó algo cómodo, se sentó en la cama he intentó leer pero no lo logró. Se sentó en la ventana y se ensimismó en el brillo que apenas se veía en el cielo de las estrellas, estuvo así un buen tiempo hasta que se cansó y con un vacío se metió en la cama, obligándose a dormir.