El frío mezclado con el calor que le proporcionaban las sabanas era lo más parecido al cielo que había tocado Jennell hacía mucho tiempo. Cuando se despertó fue por el sol que se filtraba por la ventana que había dejado ligeramente abierta. En los primeros segundos la confusión fue lo primero que experimentó, pero mientras se incorporaba para caminar por la habitación recordó, cómo y porqué había llegado allí.
No supo la hora, pero imagino que era media mañana, lo más tarde que se había despertado al menos en un año. Se sentó en la cama y vio el bolso que había traído la noche anterior, todas sus pertenencias. Se quedó sentada hasta que lo tomó y sacando una de las mudas de ropa que tenía se metió en el baño, que por fortuna tenía la habitación. Se desnudó y dejó su ropa sobre el lavabo. Abrió una de las puertas que daban a la regadera y se permitió ese día, quedarse un buen momento bajo la regadera, apreciando las gotas cálidas que la abrazaban con suavidad y fuerza a la misma vez.
Por su mente pasaron miles de recuerdos, ya no se sentía como aquel entonces, cuando su corazón, ardía y dolía en una forma tan dura que solo le salvó el que no fuera de una manera literal. Ahora no sabía que era, quizás un poco de ira, vacío, y quizás, solo quizás un poco de lástima.
Salió del baño y se envolvió en una paño mientras tomaba el cepillo y se empezó a cepillar cuando notó su reflejo, pocas veces tenía tiempo de hacerlo, pero en ese momento, detalló cómo eran notable sus huesos en el hombro, como su cara tenía las mejillas pegadas del hueso que un poco más daba lastima, miedo y asco, rallando a lo enfermo, pero es que así es, se dijo a sí misma, ella rallaba a más allá de lo enfermo, estaba a poco de tocar la gravedad, y como Ancel le había dicho, se sorprendía de que aún podía mantenerse en pie, aunque estos le habían fallado un poco estos últimos días. Se apresuró y cuando ya estuvo vestida salió del baño secándose el cabello, estaba por ir a abrir las ventanas y ver algo ya con la luz del día cuando alguien abrió la puerta con toda confianza.
Ella se quedó congelada donde estaba porque no sabía que decir, aunque la chica que entraba en paño y con un teléfono en mano, no detallaba en ella mientras caminaba. Jennell frunció el ceño y logró carraspear para llamar la atención de la chica, que de pronto deparó en ella y soltó un gritito asustado mientras luchaba con maniobras para que no se le cayera el teléfono, pero finalmente, terminó en el suelo.
— Eh, ah, lo siento — dijo la castaña mientras se apresuraba a tomar el celular del sueño — no sabía que estaba ocupado.
Se irguió y le dio un vistazo inofensivo, no mostraba nada más que curiosidad y sorpresa, se llevó la mano a la cabeza en gesto nervioso.
—Yo me llamo Samantha, pero puedes decirme Sam. — dijo antes que la cosa se volviera más incómoda de lo que ya era.
Jennell que pestañeó, asintió.
—Jennell, mi nombre es Jennell.
La castaña, le miró, miró el baño y volvió a mirarla.
—Bueno, la verdad es que venía a bañarme, porque ya las chicas se han gastado el agua caliente del baño, verás, tienes suerte de tener uno para ti sola— se acercó ahora sin nada de temor a la cama antes de decir un ¿puedo? a lo que Jennell asintió y ella se sentó —. Yo suelo, bueno, solía venir a bañarme acá, nadie sabía que no le pasaban seguro a la puerta y yo lo aprovechaba porque no soy buena para levantarme temprano.
Jennell la miró y asintió otra vez, bajó el baño y dejo que su cabello húmedo cayera sobre sus hombros. Miró el baño y a la castaña que se levantaba para salir.
— Eh, puedes usarlo, tranquila, comprendo lo fastidioso del agua fría. — no supo porque lo dijo, pero lo dijo, a lo que la castaña daba la vuelta con una sonrisa de oreja a oreja y asentía.
— Muchísimas gracias, eres un sol — dijo y se interrumpió — bueno, una luna, algo así pálida, pero linda ya comprendes.
Jennell la miró con confusión y lo único que hizo fue volver a repetir el asentimiento como hacía ratito venía haciendo.
— Por cierto, tengo un secador, si lo quieres usar, en cuanto termine te lo traigo.
Y con eso se fue al baño. Jennell, que estaba parada se movió, como no sabía que hacer, empezó a ordenar la cama, esquina a esquina, dejó todo ordenado y se volvió a sentar, simuló estar mirándose las uñas cuando Samantha salió del baño casi corriendo y diciendo que ya volvía, segundos después, volvió y toco la puerta solo para avisar cuando entró con un secador, diciendo que lo podía regresar en la noche, cuando volvía, y tan rápido como entró, volvió a salir.
Jennell miró el secador antes de pararse e ir al baño, dejó de pensar en lo que hacía mucho no tocaba, hacía, o sentía, cuando terminó, se dijo a si misma que tenía que salir, cuando abrió la puerta no miró a nadie en el pasillo, caminó despacio y bajó las escaleras hasta dar con el recibidor, no sabía a donde ir, a la cocina era para ella mucha confianza que hasta ahora no tenía, miró del otro lado y era otro pasillo. Se quedó allí unos segundos hasta que la señora de la noche anterior la encontró con sorpresa.
— Ah, hola buenos días cariño — dijo amable— ¿Cómo te encuentras? ya iba a despertarte para que desayunaras.
Sorprendida por la actitud de la señora, Jennell asintió y dibujó una pequeña sonrisa.
— Estoy bien, gracias, disculpe que me despertara tarde, no tengo alarma y...
—No hay problema—le aseguro la señora que olía a comida y galletas—, debías, descansar, de todos modos, estarás libre todo un mes—Hizo una señal con la mano para que la siguiera mientras se encaminaba a la cocina—. Vamos.
La señora entró y rodeó una isla para dejarle la bandeja diciéndole un amable siéntate. Le sirvió comida como para dos, unos huevos, verduras, frutas, tocino y jugo.
— Puedes comer con tranquilidad, yo tengo cosas que hacer, puedes ver cualquier cosa en el televisor, leer, o cualquier cosa, tu verás. — dijo mientras terminaba de ordenar algunos platos.
— Claro, gracias— Pero cuando la iba abandonando la cocina se acordó de algo y medio saltó de la silla—. He, disculpe, ¿de casualidad tiene algún aparato de donde pueda comunicarme?
—Sí, desde luego, en la sala, en la mesita hay un móvil de casa. — dijo antes de abandonar la puerta.
Jennell comió con tranquilidad, y lavó el plato, lo secó y volvió con cuidado para buscar el número que tenía guardado.
Cuando bajó encontró el móvil en una mesita de madera, marcó con cuidado los números y escuchó los tonos y cuando pensaba que no iba a contestar, lo hizo.
— ¿Diga?
— Hola, Soy yo...
— ¿Quién es yo? —pregunta Will.
—Tonto, Jennell no he...
—Ah—le interrumpió—, condenada, ¿Por qué no me habías llamado antes? —Su tono tenía algo de reproche— me tenías preocupado
— Ya sabes que no tengo móvil, no fui porque me sentía mal — pausó y escuchó el silencio a través de la línea —, tengo algo que contarte, pero ya será luego, no puedo extenderme y preferiría que hablemos en persona.
—Claro, ¿cuándo vienes?
— En estos días.
— ¿En estos días? —pregunta incrédulo él.
— No seguiré trabajando allí... de eso te quiero hablar.
No sabía porque debía contárselo, quizás, porque era lo más parecido que tenía aún amigo. No dijo más nada y él tampoco.
—Vale—escuchó luego —, tengo que cortar o yo terminaré sin cabeza. —ella sonrió antes de cortar.