20. CORAZÓN PARTIDO

2167 Palabras
San Petersburgo – Rusia Aleksei Jamás me dejé intimidar por un enemigo, jamás bajé la cabeza a menos de que fuese alguien a quien respetara demasiado o como táctica de guerra, pero, por primera vez, debí hacerlo por el repetitivo susurro en mi cabeza con la voz de Yuliya. ¿Soy un cobarde por haber huido en vez de darle frente a Vicky? Quizás. ¿Soy tan poco hombre por refugiarme en esta casa en la que tantas veces fantaseé una vida, que hoy se volvía cenizas al recordar a la única mujer que he amado en brazos de otro hombre diciéndole que lo ama? Quizás. —¿Señor? —la aparición de Kate me sacó de mis turbios pensamientos, aunque la duda en su voz me inquietó. —¿Qué ocurre? —Tiene visita. —¿Nika? —pregunté extrañado, mas ella negó nerviosa—. ¿De quién se trata? —La señorita Romanov. —Dime que es Lily —dije casi en una súplica, obteniendo otra negativa. —¿Desea que la deje seguir o le digo que salió? Quizás Yuliya busca una manera de torturarme otra vez desde el más allá, pero no huiría más. —Que siga, y no dejes que nadie nos interrumpa. Kate sabía lo que podía pasar y aunque era evidente cuánto le disgustaba la idea, a sabiendas de lo mal que me encontró cuando le pedí vernos aquí, asintió obediente y partió. En pocos minutos refresqué mi rostro queriendo dar con un poco de fortaleza, minutos que le tomó a esa niña caprichosa llegar a mi recámara y tocar la puerta, pero me bastó con verla ingresar, con un nuevo atuendo y detallando sorprendida el lugar, para saber que su presencia solo profundizaba mi herida, una que intenté ocultar bajo el más duro semblante que tenía, el mismo que ponía ante un enemigo. —No sabía que tuviéramos esta propiedad —comentó sorprendida, detallando todavía la estancia. —No “tenemos” —aclaré despectivo, consiguiendo su atención—. Este terreno lo compré hace año y medio y hace unos meses me entregaron las llaves de la casa. —¿Dices que la construiste desde cero? —Sí —aunque su tono al hablar no fue burlesco, me era imposible no escuchar la voz de Yuliya muy al fondo riéndose de mí—. ¿A qué viniste? Porque es evidente que Nika te dijo dónde estaba. —Sí, pero no creí que me ocultarías esta propiedad —murmuró decepcionada. —¿De qué te sorprende? Según tú, solo te guardo secretos y no te soy leal —mis palabras la inquietaron, pero no bajó la guardia—. ¿Y bien? ¿Qué haces aquí? —Vine porque necesito que me respondas algo. —¿Qué? —¿Qué sientes por mí? Si un enemigo me lo hubiese preguntado, o incluso la misma Yuliya, sé que habría tenido la sangre fría para no sucumbir ante esa pregunta, pero me martillaba vislumbrar tan brillantes ojos ámbar que retorcían el puñal en mi pecho. —Si solo viniste a eso, pierdes tu tiempo. —Responde —exigió firme. —Vete, Vicky, aquí no hay nada para ti. —Responde, Alek. —No hay nada, ya te lo dije. Ahora retírate de mi casa que esta no es propiedad tuya ni de tu familia —me giré para servirme un trago, pero sus pasos, en vez de alejarse, se acercaron como una daga que ingresaba una y otra vez en mí. —El Aleksei Morozov que conozco no se rendiría ante nadie. Y yo no me iré de aquí hasta que me des una respuesta. —¿Por qué insistes en saberlo ahora? ¿Por qué, de todo lo que podrías preguntarme, justo me cuestionas eso? —giré con un porte implacable, aunque por dentro sentía los cimientos quebrantarse al vislumbrar algo nuevo en su mirar—. ¿Por qué, Vicky? —P-Porque… —sus barreras se sacudían— Creo que… —su nerviosismo la hacía lucir como una niña a punto de ser abandonada, pero no cambié mi adusto semblante—. Creo que siento algo por ti, pero no sé bien qué, y lo peor, lo que más me agobia, es que tú nunca me has dicho nada y me confunde tu actitud. Si alguien, aparte de Yuliya, consiguió desechar mis sentimientos como si nada, esa fue Vicky con su presente confesión. —¿Te confunde mi actitud? —cuestioné ofendido, dolido—. ¿Cuándo te traicioné? ¿Cuándo te delaté con tu padre por los verdaderos problemas que ocasionaste a la organización? ¿O cuándo te lancé a los pies de tu madre para que ella te destrozara por tus estupideces? Unas que pudieron evitarse de haberme escuchado en su momento —sí, sus defensas caían más rápido con cada paso mío que cortaba nuestra distancia. —Y-Yo… Entonces… ¿Sí sientes algo por mí? —¿Alguna vez te traté como una muñeca desechable? En cada beso o en caricia, ¿te hice sentir menos mujer? —N-No, pero no puedes negarme que nunca has confesado sentir algo por mí. —¿Igual que Dussan? —su cuerpo se paralizó—. ¿Quieres que te trate como él para que sepas cuánto significas para mí? ¿Quieres que te trate como a la mejor zorra del mundo? Me daba asco cada pregunta, sentí repulsión al decirle eso a la mujer que amaba y lo peor era que mis ojos se cristalizaban, amenazando con derramar este dolor por el maldito recuerdo de ellos en el hotel. Sin embargo, al no recibir una respuesta verbal, comprendí que quizás eso era lo que quería y más porque, de alguna u otra forma, su semblante parecía exigirme una prueba de mis sentimientos, como todo lo que le di estos años no fuese suficiente. Nunca quise ser en patán con ella, jamás me planteé lastimarla y menos en los primeros encuentros, pero ahora ella deseaba que la tratase de esa forma, así que mis dominantes pasos aniquilaron nuestra distancia, mi boca se apoderó posesiva de la suya, una mano sostenía su cabellera para que no se alejara y la otra forzaba su cintura a sentir mi cuerpo calentarse por la fricción de su piel. Como odié sentir ese vestido que la hacía ver cual una golfa barata, lo destrocé sin importarme sus alegatos, aunque estos no aparecieron, solo fueron chillidos cargados de deseo. Así mismo, las pequeñas prendas íntimas que la cubrían, me recordaban las inescrupulosas manos de Dussan y, sin dudarlo, las arranqué con el mismo odio que me ha recorrido desde entonces. Vicky, excitada, repitió mi accionar contra mi ropaje y se arrodilló para terminar de arrojarla, mientras su boca denotaba una fuerte hambruna de mi carne; sin embargo, por mucho que sus labios y lengua llevaron mi sangre a un mismo punto por su rítmico movimiento, no era ella quien tenía que demostrar nada, sino yo quien debía hacerlo y, casi sin piedad, tiré de su ligera silueta y a rastras la llevé a la cama, aventándola con desprecio, entonces mi boca se apoderó de sus piernas en son de incrementar su placer sin llegar aún al anhelado punto carnal. Cuando un frustrante gruñido emergió de ella, arrojé su pierna a un lado, dejándola casi bocabajo. Busqué dos correas, un preservativo que no tardé en ponerme e impacté el cuero en su delicado espaldar, que no tardó en marcarse. Dos golpes en sus nalgas resonaron al unísono con sus gemidos, otro dueto emergió cuando la punta del cuero zurró las palmas de sus manos y até estas con fuerza, pero no solo eso, sino que abrí sus piernas y las llevé hacia atrás para atarlas con la segunda correa, asegurándome de que tanto las palmas de sus manos como las de sus pies quedasen expuestas para mí. —A-Alek… —placer y preocupación, eso salió de su voz. —Dime si no quieres esto, Vicky —advertí implacable. Tomé una tercera correa y volví a zancadas, soltando otro azote en tan delicadas palmas que no tardaron en enrojecer—. ¿Me detengo? —no respondió, y di otro azote más fuerte—. ¿Me detengo? —el desprecio me consumía y zurré más fuerte, sacándole un pronunciado chillido—. Si no me respondes, me aseguraré de hacerte sangrar. ¿Me detengo? —No… —¿Quieres más? —cuestioné impávido, zurrándola una vez más. —¡Sí…! —¿Eso le pides a Dussan para que te tome? ¿Eso le respondes con tanta sumisión? —escupí despreciable mis palabras. En dos preguntas quebranté su extasiado trance pues ella estaba dispuesta a soltarse, pero como yo conocía a la perfección sus tácticas de escape en estos casos, me abalancé sobre ella y sujeté fuerte sus muslos hasta poseerla en tan humedecida estreches. Las uñas de sus manos intentaban aferrarse a mi torso con cada embestida, los delicados dedos de sus pies se recogían desesperados por contener algo, a alguien. Mis manos sostuvieron las correas y su cabellera, la cual tiré hacia atrás dispuesto a producirle esa descarga que tanto le encanta, pues siempre que el placer se apoderaba en cierto punto de su ser, Vicky estiraba su cuerpo igual a cuando estaba en las clases de gimnasia en la niñez. Esto es algo que descubrí y ella me confirmó en los primeros encuentros: A medida que crecía y practicaba acrobacias más peligrosas, Vicky soltaba en ocasiones sutiles gemidos de forma inconsciente, y cuando estaba conmigo, estos eran más pronunciados porque yo le ayudaba a estirarse más durante el calentamiento y en ciertas posiciones su intimidad rozaba con la tela y la superficie debajo de ella, así que, sin saber ni comprender con exactitud nuestros cuerpos, yo desprendía un inocente placer en ella. No obstante, hoy no era la inocencia lo que despertaba con mi acto, menos cuando le provoqué un indescriptible dolor en las rodillas al obligarla a descargar el peso de su cuerpo sobre estas, mientras yo embestía con ímpetu y a su vez tiraba más su cabeza hacia atrás. Cuando menos lo esperó, desaté las correas y su cuerpo cayó cual bulto sobre la sábana, apoyé una de sus piernas en mi torso y volví a penetrarla con el fuerte deseo de borrar cada encuentro que tuvo con ese sujeto, siendo mi mano la que se aferró de su delicado cuello. —M-Mírame, Vicky, estoy soy…, esto tengo… —le exigí, le supliqué… No me importaba cuánto nos quemásemos con cada roce, quería que el dolor de cada metida fuese nuestro; no me importaba si sus párpados necesitaban cerrarse, quería que esas gemas ambarinas se iluminaran por mí y el único sentimiento que ella marcó con su nombre. Tampoco me importaba cuánto oxígeno le faltara a su cuerpo, soportaría cada rasguño en mi brazo (que la asfixiaba) con tal de hacerle entender que estaba dispuesto a todo por ella, que mi vida es suya, que mi amor es suyo, que este cuerpo se hacía más fuerte para convertirse en su arma, su escudo y su refugio, mientras seguía soñando con ser su hogar. —Ámame, Vicky, dame la oportunidad y la confianza que no me has dado. Sus falanges se enredaron en mi cabello, atrayéndome hasta su boca con un anhelo que mi corazón celebró en un posesivo y muy desesperado encuentro lleno, no solo de pasión, sino también del más profundo y sincero amor de mi parte. (…) La noche cayó al igual que nuestros cuerpos y el cansancio cobijó su endeble figura, el cual contenía ese fuerte espíritu que alegraba mi vida y su delicada sonrisa al dormir trazaba la felicidad en mis labios, labios que no tardaron en besar su sien. —Chiquilla caprichosa, ¿de qué forma te digo que te amo? —murmuré dichoso, sin dejar de admirar su semblante. A raíz del agotamiento por nuestro encuentro, me di cuenta de que ella no se había acostado en mi pecho como siempre, así que apagué las luces y me acosté a su lado para acomodarla con cuidado, entonces se removió cual niña, haciendo algunos quejumbrosos gruñidos que me sacaron una risilla. —Vamos, chiquilla, sabes que no necesitas esa almohada cuando me tienes a mí. —Dussan… Si por un momento creí que este encuentro me había dado esperanzas, Vicky lo destrozó con su risueño llamado en sueños, uno que no tenía mi nombre, uno que me aniquiló por completo y, sin poder contenerlo, dejé correr mis lágrimas al darme cuenta por segunda vez de la realidad que tenía ante mis ojos. —F-Fui un imbécil… Sonreía con dolor, lloraba con desesperación y empuñaba mis manos con el más grande deseo de destrozar cada rincón y pared que ordené levantar en este terreno tan importante para mí, pero lo que debía destrozar para siempre no era una pared o una casa, sino este sentimiento.
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