Semanas después
Serik
Llevaba casi un mes sin ver a Pauline después de la discusión que tuvimos, intenté contactarme mil veces al número que me dio y también rastreé el dispositivo, pero descubrí que la muy caprichosa lo dejó en el locker de un centro comercial, por lo que no tuve forma alguna de saber su paradero, solo quedaba que ella contestara mis correos para dar con su dirección IP, pero ni siquiera eso quiso responder. Obvio esto hizo que mi humor empeorara, pero no me quedé quieto y atraje a varias presas en Sublime que follé a mi antojo para calmar mis deseos, aunque esa modelo había hecho estragos conmigo, mi cuerpo no hacía más que desearla, ansiaba poseerla, y eso enervaba mi ira con el pasar de lo días. Por otro lado, Luzhin no hacía más que reprenderme, recalcándome el hecho de que ella se estaba convirtiendo en un problema al cegarme por las estupideces de una mujer cualquiera (por no decir el verdadero título que le dio, pues solo de recordarlo me hierve la sangre).
Para colmo de males, tampoco supimos nada de Morozov y aunque creímos por un tiempo que había muerto, aquel día de la discusión, el infiltrado nos confirmó que estaba vivo, pero se encontraba grave de salud y por eso había desaparecido del radar, aunque aún trabajaba en las sombras. Fue gracias a ello que pude reunirme con varias cabezas que se aliaron a mi causa, unos se negaron y otros siguen en espera, pero si consigo unos cuantos más (cuyo poder es inmenso), será suficiente para crear un ejército y dar el golpe que necesito, además de la confirmación del cargamento que debió haber enviado Müller hace meses, pero hasta ahora no se sabe nada de dicha negociación.
—¿Todavía estás furioso porque no aparece tu zorra o ya le conseguiste reemplazo? —como siempre, ahí está Luzhin alborotando mis demonios.
—¿Qué quieres? —cuestioné con ganas de darle un tiro en la lengua.
—No, sigues ofendido con la zorra —afirmó sin importancia—, solo espero que esto levante tu ánimo —arrojó con desdén un sobre en mi escritorio.
—¿Qué es?
—Ábrelo, lo dejaron en una de las sucursales de Pavlodar —retiré el contenido, siendo esta una carta de Pauline aceptando verse conmigo en un hotel de Ekaterinburgo en un par de días—. Y solo eso necesitabas para devolverte el ánimo —comentó ese idiota al yo sonreír sin dejar de releer la carta.
—¿Cuál es tu jodido problema con ella? Ni siquiera la conoces.
—No necesito hacerlo para saber que es un problema y sigo sin fiarme de esa zorra.
—Deja de llamarla así —gruñí furioso, conteniendo la poca paciencia que me quedaba.
—Entonces dile a tu zorra que dé la cara, porque no me hace sentido que sea tan buena para ocultar esa bonita cara de portada de mis investigadores.
—Deja de enviar a esos idiotas a seguirme, no quiero que la vean y menos cuando la follo.
—Como sea —se apartó sin mucho ánimo para servirse un trago—. Imagino que la buscarás.
—Claro que lo haré.
—¿Y esta vez cuánto tiempo planeas perderte? Porque te recuerdo que tienes una reunión pendiente en Lituania y Audra no es la mujer más paciente, menos cuando espera que la folles antes y después de las reuniones.
—Descuida, aclararé la situación con Pauline y la otra semana estaré en Lituania listo para complacer a nuestra aliada. Ante todo, me encanta tenerla feliz y, más importante aún, de nuestro lado —ante mi sarcasmo, Luzhin llegó en dos zancadas al escritorio, donde apoyó intimidante sus manos.
—Eso espero, porque no tengo que recordarte que necesitamos a esa gente de nuestro lado para darle el golpe a los Romanov, suponiendo que la venganza siga siendo lo primero en tu lista de prioridades y no esa zorra.
—¡Deja de llamarla zorra y ocúpate de tu trabajo que yo seguiré en el mío! —vociferé en mi límite, aunque él no se inmutó ni cambió su adusto semblante.
—Yo no he dejado mi trabajo de lado a diferencia de otros y menos porque estoy preparándome para ejecutar un plan, pero ya hablaremos de eso cuando regreses de tu encuentro con esa zorra y esta vez me aseguraré de que consigas la alianza con Audra.
Mejor me calmo para no entrar en conflicto con él, es lo que menos necesito ahora y más porque Audra no es una mujer fácil de convencer, al menos no en los negocios.
(…)
Ekaterinburgo, Rusia – Dos días después
Victoria
Sin duda Alek y Dussan me sacaron de mis cabales semanas atrás con sus estupideces, por lo que que desaparecí del radar de ambos y tuve un tiempo solo para mí y el trabajo, obvio sabía que Alek me habría puesto algún niñero en las sombras, así como Dussan no dejaba de insistir con sus mensajes, correos y llamadas que ignoré las primeras semanas, pero sé que un hombre no insistiría tanto a una mujer sin razón y al final dejé una carta en una de las sucursales de Pavlodar pidiéndole reunirnos.
Por un ínfimo instante creí que no vendría al ser un viaje un poco largo e inesperado, pero en cuanto recibí la llamada del hotel avisándome de su arribo, finalicé mi trabajo y partí un poco nerviosa al no saber cómo reaccionaría Dussan o qué me diría, pero esta vez estaba dispuesta a escucharlo ya que no quería hacerme ideas erróneas, a fin de cuentas, si a Aleksei le he pasado tantas estupideces, ¿por qué no pasarle una Dussan después de escucharlo?
—¿Esperaste mucho? —pregunté indiferente en cuanto ingresé a la habitación.
Dussan estaba sentado en la cama con trago en mano y se levantó con un semblante muy diferente al que le he conocido, de hecho, parecía arrepentido, un poco agotado y tenía una sombra en sus ojos por las ojeras, pero esto no le impidió besarme con el dominio de siempre, desprendiendo en sus labios una fuerte necesidad por tenerme. No negaré que me habría encantado abofetearlo como quería, morder su labio y apartarlo, o cualquier otra cosa que demostrara tener el control, pero estas semanas lejos de él me pasaron factura y mi cuerpo lo dejó estar a su antojo, siendo el vuelo de las cortinas lo único que mis ojos veían mientras la razón se perdía en su lengua que recorría mi escote.
Cuando menos imaginé, él me acomodó sobre un buró, rasgó mis prendas y acomodó su cabeza entre mis piernas diciéndome con ello cuánto ansiaba tenerme. Sin embargo, por mucho que gemía al incrementar posesivo mi placer, no pude evitar detallar algo en su mirar, un brillo especial que acompañó con un tierno beso en el interior de mi pierna y que desprendió algo nuevo en mi pecho que se marcaba con su nombre, acaricié su mejilla queriendo ir más allá con él y, como si leyese mis pensamientos, Dussan me dio una sonrisa muy especial antes de apoderarse una vez más de mi sexo que humedecía por él.
Aunque lo más normal sería hablar primero de lo ocurrido y después tener el sexo de reconciliación, Dussan tenía un atractivo efecto en mí que me hacía delirar al punto en que olvidaba mi vida, mis problemas e incluso esa discusión que, en sus marcadas venas, perdía toda importancia al querer que me hiciera suya.
(…)
Serik
Después de algunas horas de desfogue y con el aliento recuperado, era hora de resolver las dudas que nos trajeron a esta situación y más porque no estaba dispuesto a dejarla ir tan fácil.
—¿Me explicarás qué ocurrió aquel día? —preguntó Pauline de buen humor, en lo que servía un par de tragos para nosotros.
—Tuve una llamada de mi asistente informándome que hubo un problema con un cliente. Es de esos ricachones difíciles, ya sabes —ella asintió comprensiva y aunque no me agradaba la idea de mentirle (que de por sí ya es extraño viniendo de mí), tampoco podía confesarle todo de buenas a primeras.
—¿Y la mujer al teléfono era ese cliente difícil? —exhalé con pesadez y vacié el vaso en mi garganta.
—Sí, ella abrió sus cuentas conmigo y no acepta a nadie más como asesor, así que debo estar disponible para ella sin importar nada.
—¿Y por qué no me lo dijiste ese día? Habría comprendido la situación y te habrías ahorrado el tacharme de mentirosa.
—Estaba con mucho estrés, no quería ir y ella empeoró mi genio, pero no quise desquitarme contigo, es más, iba a contártelo a mi regreso, pero no estabas y tampoco tus maletas.
Pauline me abrazó con una calidez que no sentía hace años, recordándome el instante en que soltó un susurrante “te amo” cuando le hacía un oral, aun así, no quise atribuirlo a un sentimiento sino a la excitación del momento, el dilema era que esas dos palabras me habían dejado con una extraña sensación.
—De acuerdo, te creeré, pero no quiero que se repita y ni creas que te salvarás del castigo —se veía hermosa haciendo ese tierno gesto aniñado y más porque sus ojos me detallaban de una forma diferente, especial.
—¿Cómo me castigarás? —la maldad relució en ella, igual a nuestro primer encuentro.
—Te disculparás como corresponde, Dussan —en un sensual movimiento se sentó al borde de la cama cual reina cruzando las piernas—. De rodillas.
—¿Crees que soy tu perro?
—Bien, entonces no lo hagas y me iré, pero no volverás a saber de mí en tu vida en cuanto cruce esa puerta… —de pronto silenció en lo que ensanchaba su maldad— Claro que, pensándolo bien, podría hablar con mi otro chico y darle el premio que tanto ansías de mí —lo dicho, esa mujer es un peligro y no teme usar todas sus armas con tal de tenerme a su merced.
—Como desee, su alteza —solté sarcástico, aunque no se molestó.
Me reverencié con cierta tensión y quedé de rodillas ante ella, Pauline acarició mi pecho con la punta de su pie dibujando varias líneas cual niña caprichosa, luego delineó mi abdomen hasta llegar a mi sexo donde lo repasó con tiento, apoderándose pecaminosa de la carne que tanto había saboreado. Al sentir la sangre bajar, ella enterró su uña en la base y volvió a ascender hasta mi cuello, luego sus dedos estrujaron mi labio inferior queriendo adentrarlos en mi boca.
—Chúpalos y pide perdón uno a uno por las semanas que estuvimos lejos.
Odiaba estar en esta posición, odiaba que ella pudiera doblegarme y odiaba más no saber cómo lo conseguía, pero no me negué, no la detuve, sino que saboreé y mordisqué uno a uno sus dedos en lo que pedía perdón. Ella, con la maldad en la piel, vislumbraba gustosa el humillante castigo que me daba, pero también me regalaba de vez en cuando una deliciosa vista de esa carne que ocultaba con recelo entre sus piernas, sin embargo, cuando levantó el otro pie para que yo repitiese mi acción, sus jadeantes palabras mencionadas horas atrás provocaron otra palpitación irregular en mi pecho.
—Pauline… —quise hacer la pregunta, quise escuchar de sus labios si en verdad me amaba, pero algo me impedía hacerlo.
—¿Qué pasa?
—Cancela tus compromisos y quédate conmigo esta semana —mi petición resultó desconcertante para ambos, pero, así como vino esa emoción, así mismo ella la cambió por una sonrisa.
—Está bien, pero con una condición.
—¿Cuál?
—Quiero que me cuentes algo personal, quiero saber un poco más de ti.
No sé por qué, pero esa petición enalteció una alegría que no sentía desde la niñez y, recordando los buenos días con mi familia, me dejé llevar de nuevo por esto… por ella…
—Está bien, pero también me contarás algo personal.
—Así será, pero cuando termine de castigarte.
Quizás, cuando culmine mi venganza contra los Romanov, podría contarle la verdad a Pauline y permitirle estar a mi lado sin mentiras, sé que enfurecerá, pero cada vez es más difícil borrar su rostro de mi mente.