En la antigua Grecia, los dioses no solo eran conocidos por sus grandes poderes, sino también por sus intensas rivalidades y conflictos. Las batallas entre dioses, como las famosas guerras entre Zeus y los titanes, reflejaban la lucha constante por el poder y el dominio. Estas rivalidades a menudo se extendían a sus interacciones con los mortales, quienes a veces eran peones en sus juegos divinos. Los dioses, a pesar de su inmortalidad, no estaban exentos de pasiones y emociones que podían desatar grandes tormentas tanto en el Olimpo como en la tierra.
Jade no podía dejar de pensar en Alexander desde su encuentro en el concierto de música clásica. Había algo en él que la atraía y la inquietaba al mismo tiempo. Decidió que necesitaba un respiro, así que llamó a Joseph y Aurea para salir esa noche.
“Hola, chicos,” dijo Jade cuando los encontró en su café favorito. “¿Les gustaría salir esta noche? Necesito despejarme un poco.”
“Por supuesto, Jade. ¿Dónde quieres ir?” preguntó Aurea.
“Podríamos ir a ese nuevo bar en el centro. Dicen que tienen una gran selección de cócteles,” sugirió Joseph.
“Me parece perfecto,” dijo Jade, sonriendo. “Vamos a relajarnos y disfrutar de la noche.”
Mientras tanto, Alexander estaba en su oficina, un espacio amplio y lujosamente decorado con muebles de caoba oscura y estanterías repletas de libros antiguos. La luz suave de una lámpara de escritorio iluminaba los documentos dispersos sobre su escritorio, creando un contraste entre las sombras y el brillo del papel.
Estaba profundamente concentrado, revisando algunos documentos importantes relacionados con sus últimos negocios. Los contratos y balances financieros requerían su atención minuciosa, y Alexander se tomaba muy en serio cada detalle. Sus ojos azules se movían rápidamente de una línea a otra, su mente trabajando de manera precisa y eficiente. El silencio de la oficina solo era interrumpido por el suave tic-tac de un reloj antiguo colgado en la pared.
“Señor, hay un asunto urgente que requiere su atención,” dijo la asistente.
“¿De qué se trata?” preguntó Alexander, su tono serio.
“Parece que uno de nuestros competidores ha estado intentando sabotear nuestras operaciones. Necesitamos tomar medidas inmediatas.”
Alexander suspiró, sintiendo la presión de los eventos recientes. “Está bien, organice una reunión con el equipo legal. Me encargaré de esto personalmente.”
La noche en el bar comenzó tranquila. Jade, Joseph y Aurea estaban sentados en una mesa cerca de la pista de baile, disfrutando de sus cócteles y conversando animadamente. La música era animada y el ambiente estaba cargado de energía.
“Entonces, Jade, ¿cómo te ha ido últimamente?” preguntó Aurea, sonriendo.
“He estado bien, aunque un poco ocupada con la universidad. Pero estoy disfrutando cada momento,” respondió Jade.
“Me alegra oír eso. Siempre has sido tan dedicada,” comentó Joseph.
Jade sonrió. “Gracias, Joseph. A veces puede ser agotador, pero vale la pena.”
Mientras conversaban, Jade notó a Alexander entrar en el bar. El lugar estaba ambientado con luces tenues y música suave, creando un ambiente cálido y acogedor. Jade estaba sumida en la conversación con sus amigos, pero algo en el movimiento de la puerta llamó su atención.
Cuando levantó la vista, su corazón dio un vuelco al verlo. Alexander, alto y esbelto, emanaba una presencia imponente que era imposible ignorar. Llevaba un traje oscuro, perfectamente ajustado a su atlética figura, con una camisa blanca que contrastaba de manera elegante. Su cabello oscuro, peinado hacia atrás, reflejaba las luces del bar, y sus ojos de un azul profundo escudriñaban el lugar con una intensidad que Jade sintió desde la distancia.
Él parecía estar buscando a alguien. Sus movimientos eran fluidos y seguros, casi como un depredador acechando a su presa. La manera en que se movía, con una mezcla de gracia y determinación, captaba la atención de varios clientes en el bar, pero sus ojos estaban fijos en Jade. Cuando sus miradas finalmente se encontraron, el tiempo pareció detenerse por un momento. Había una chispa de reconocimiento y una carga eléctrica en el aire que hizo que Jade se quedara sin aliento.
Alexander esbozó una ligera sonrisa, una curva apenas perceptible en sus labios, y comenzó a caminar directamente hacia su mesa. Cada paso que daba parecía resonar en el corazón de Jade, acelerando su ritmo. Observó cómo su chaqueta se movía ligeramente con cada paso, cómo sus hombros amplios y firmes dominaban la sala. La luz reflejaba en sus zapatos de cuero n***o, perfectamente pulidos, mientras avanzaba con una confianza innata.
“Jade,” dijo Alexander, su voz firme y su mirada intensa. “Necesitamos hablar.”
“Alexander, ¿qué estás haciendo aquí?” preguntó Jade, sorprendida.
“Es un asunto importante. Acompáñame afuera,” dijo Alexander, su tono dejando claro que no aceptaría un no por respuesta.
Jade se levantó, asintiendo. “Está bien. Joseph, Aurea, vuelvo en un momento.”
Alexander llevó a Jade fuera del bar, a una esquina tranquila de la calle. La tensión en el aire era palpable.
“¿Qué pasa, Alexander? ¿Por qué tanta urgencia?” preguntó Jade, cruzando los brazos.
“Necesito hablar contigo sobre algo muy serio,” comenzó Alexander, su voz baja pero cargada de emoción.
Jade lo miró, confundida. “¿De qué se trata?”
Alexander dio un paso hacia ella, su mirada penetrante. “No puedo dejar de pensar en ti, Jade. Desde que te conocí, has estado en mi mente, y me está volviendo loco.”
Jade sintió un escalofrío recorrer su espalda. “¿Por qué me dices esto ahora?”
“Porque ya no puedo controlarlo,” respondió Alexander, su tono volviéndose más intenso. “Te deseo, Jade. De una manera que no puedo explicar.”
Jade se quedó sin palabras, su mente un torbellino de emociones. “Alexander, esto es demasiado...”
“¿Demasiado?” interrumpió Alexander, dando otro paso hacia ella. “No tienes idea de lo que es demasiado. Estoy acostumbrado a tener el control, a manejar todo a mi alrededor, pero contigo...”
“Conmigo, ¿qué?” preguntó Jade, su voz temblando.
“Contigo, estoy perdiendo el control,” admitió Alexander, su voz ronca. “Y no sé cómo manejarlo.”
Jade sintió su corazón latir con fuerza. La intensidad de Alexander la asustaba, pero también la atraía de una manera que no podía negar. “Alexander, esto es... .”
“No te confundas, Jade,” dijo Alexander, su tono más suave pero igualmente firme. “Es claro como el agua. Te deseo. Y haré lo que sea necesario para tenerte.” Se acercó unos pasos hacía ella a tal punto de invadir su espacio personal.
Jade sintió que sus piernas se debilitaban. La declaración de Alexander era directa y cargada de un deseo que la asustaba “No sé que contestarte, yo, no sé...”
Alexander levantó una mano y la acercó peligrosamente a su mejilla para tocarla como si de una muñeca de porcelana se tratase. “No tienes que estarlo, Jade. Pero quiero que sepas que todo lo que quiero, se vuelve mío. Y quiero que sepas que no voy a rendirme.”
Jade cerró los ojos por un momento, intentando procesar todo lo que estaba ocurriendo. “Alexander, esto es...”
“No digas nada más,” murmuró Alexander, inclinándose hacia ella. “Solo siente esto.”
Antes de que Jade pudiera responder, Alexander la tomó por la cintura con una firmeza que no dejaba lugar a dudas sobre sus intenciones. Sus manos, fuertes y posesivas, la atrajeron hacia él, y en un instante, sus labios estaban sobre los de ella. El beso fue intenso, lleno de una pasión y un deseo avasalladores que parecían consumir todo a su alrededor.
Alexander la besaba con una urgencia y una fuerza que hablaban de una necesidad profunda y obsesiva. Sus labios se movían con determinación, reclamándola como si fuera una posesión preciada que no tenía intención de soltar. Jade sintió que el mundo se desvanecía a su alrededor, sus sentidos inundados por la presencia dominante de Alexander.
La mano de él subió por su espalda, sujetándola con una firmeza que la hacía sentir atrapada y protegida al mismo tiempo. Jade, superada por la intensidad del momento, se entregó completamente, dejándose llevar por la fuerza del beso. Sus propios labios respondían con sumisión, siguiendo el ritmo que Alexander imponía sin cuestionarlo.
Su mente se nubló, y todo lo que podía sentir era la intensidad del contacto, la manera en que sus cuerpos parecían encajar perfectamente. Cada movimiento de Alexander era calculado, diseñado para intensificar el control que tenía sobre ella. Jade sintió que sus rodillas se debilitaban, su cuerpo cediendo al dominio absoluto de Alexander.
La manera en que Alexander la sostenía, con una mezcla de posesión y deseo feroz, la hacía sentir pequeña y vulnerable, y, sin embargo, increíblemente viva. El beso parecía durar una eternidad, cada segundo cargado de una electricidad palpable que la dejaba sin aliento.
Cuando finalmente se separaron, Jade respiraba con dificultad, sus labios hinchados y su mente aún atrapada en el torbellino de emociones que Alexander había desatado. Sus ojos se encontraron, y en la mirada de Alexander había una promesa de más, de un deseo insaciable que no se contentaría con menos.
Jade se encontraba sin aliento. “Alexander...”
“Esto es solo el comienzo, Jade,” dijo Alexander, su voz baja pero cargada de promesas sombrías. “Eres mía, y no puedo dejarte ir.”
Jade lo miró a los ojos, sintiendo una mezcla de miedo y excitación que la dejaba sin aliento. La intensidad de su mirada era como un abismo oscuro del que no podía apartar la vista, una atracción tanto fascinante como aterradora que la hacía sentir pequeña y vulnerable.
Alexander se inclinó hacia ella, su proximidad envolviéndola como una sombra opresiva. “Lo descubriremos juntos,” continuó, tomando su mano con una firmeza casi dolorosa, una promesa de control absoluto. “Pero te advierto, Jade. No va a ser fácil.”
Jade asintió sumisamente, su mente aún confusa por la avalancha de emociones que sentía. Las palabras de Alexander resonaban en su cabeza, llenándola de una mezcla de anticipación y temor. No se atrevía a mirar más allá de este momento, atrapada en la magnética oscuridad de su presencia. Se sentía dominada, controlada, y parte de ella se rendía a esa sensación.
Alexander la miró con una intensidad que casi la dejó sin aliento, sus ojos brillando con una posesividad inquietante. “Bien. Porque no pienso alejarme de ti.” Su voz era firme, decidida, como si cada palabra sellara su destino. No había lugar para dudas o arrepentimientos en su tono, solo una determinación fría y calculada.
La noche continuó, y mientras la ciudad seguía su curso, los destinos de Jade y Alexander se entrelazaban cada vez más. La pasión y el misterio se fusionaban, prometiendo un desenlace lleno de drama y revelaciones. Jade sentía que estaba a punto de embarcarse en un viaje del que no había retorno, y aunque el miedo seguía presente, la atracción que sentía por Alexander era imposible de ignorar.
Alexander, con su aura de peligro y dominio, la envolvía completamente, y Jade sabía que cualquier intento de resistirse sería inútil.
Estaba atrapada en su red, y aunque una parte de ella quería escapar, otra parte se sentía inexorablemente atraída hacia su oscuridad. Se sentía suya, una posesión preciada que él no dejaría ir.
Alexander, notando su rendición, la atrajo más cerca, susurrando con una voz cargada de posesión, “Eres mía, Jade. Ahora y siempre. Nunca lo olvides.”