Silvana se aferró a los hombros de Gideon – lo siento – lloró. – Está bien, lo entiendo. Era mentira, no lo entendía, lo aceptaba. Nada pasaba cuando el emperador o uno de los príncipes tenía hijos ilegítimos, de hecho, la historia estaba llena de ellos, pero era diferente sí la princesa heredera tenía un hijo de otro hombre. En el mejor de los casos Silvana exiliada, en el peor, asesinada. La distancia entre ambas condenas era muy grande, el riesgo no valía la pena, Gideon jamás pondría a Silvana en una situación en la que podría morir, con tal de reclamar su paternidad. Viendo que estaban solos, la abrazó con más fuerza. Gran parte de su vida la pasó odiando a la familia imperial, con cada acto criminal del que era consciente, más crecía su disgusto, la primera vez que vio a Silvana