El gran día había llegado, el emperador volvía de su marcha en el sur junto a su ejército. Su regreso no fue como había anticipado, él no se dirigió al palacio en medio de una gran celebración sino a la iglesia. En la entrada, la familia imperial lo esperaba y le cedieron el paso para que pudiera caminar en silencio hacia el altar y la escultura. El artista que estuvo a cargo hizo un gran trabajo, justo al lado de la imagen de la virgen, construyó una escultura de la princesa, de rodillas, con las manos unidas y una expresión humilde. Sí la princesa estuviera presente, sin duda habría amado aquella escena, pero no lo estaba y el emperador se puso de rodillas para llorar la muerte de su hija, que ocurrió mientras él estaba lejos. El ambiente fue el correcto, los invitados sintieron pena