Con pasos apresurados Alanís Ramses llegó al altar de la iglesia, miró los adornos, respiró profundamente y descargó su ira – te odio, te odio, te odio – repitió buscando algo con lo que pudiera golpear y en su desesperación, agarró un mueble que era especial para ponerse de rodillas y lo levantó. – Harás mucho ruido – le dijo una voz suave desde un costado del altar – usa el cojín. – ¡Qué! – El cojín – señaló la joven de cabello castaño y se inclinó para desamarrar el cojín en la parte de abajo dónde los creyentes apoyaban las rodillas – sí golpeas el piso con esto, no dejarás marcas. Alanís lo tomó – gracias – y descargó su rabia contra las bancas, las columnas y todo lo que estuviera en su camino, al final quedó muy cansada y con los brazos adoloridos – lo odio. – Esa parte me qued