– Mamá, ¡viste lo que hice! El corazón de Humanidad latía con fuerza y sus ojos se humedecieron, en el suelo, un hada se retorcía y las que antes eran alas se convertían en manos con dedos alargados que se enterraban en la tierra, de su garganta no emergían cantos hermosos sino alaridos dolorosos que helaban la sangre. – Ahora es más fuerte – sonrió Odio – lo viste, mamá. El dios de cabello rosa tenía doce años y era un niño entusiasta con sangre en las manos que jamás dejaba de experimentar, Humanidad lo encontró muchas veces rodeado de elementales cubiertos de sangre, todo era un juego y se repitió que no había daño, que su hijo era bueno, creativo y vivaz. Los mortales necesitaban creatividad, imaginación y entusiasmo y cualquiera de esos tres nombres era perfecto para su hijo, de e

