Capítulo 5

2239 Palabras
El sol dejó de brillar y la luna de alumbrar. Para ella. Creo que todas las madres han sentido esa sensación, ése sentimiento de que a alguno de sus hijos les pasa algo o les pasó. Era justo lo que sentía Victoria en ése momento, sentía su pecho oprimirse sin razón, varias veces se le cortó la respiración, sus entrañas le quemaban como fuego, sentía un terrible dolor como cuando iba a dar a luz. —Disculpen —Se disculpó con algunas señoras con las que hablaba y se apresuró a buscar a sus hijas. Sus ojos rondaban en todas partes en busca de un vestido azul marino y rosado. Suspiró al ver a Verónica, la cual lucía un vestido rosado sobre las rodillas y finos flequillos de telas que caían sobre sus piernas, su pelo n***o estaba caído sobre sus hombros. Cuando sintió que sus pasos eran demasiado lentos, corrió para llegar hacia su hija y preguntar por Paula. —Vero, ¿dónde está Paula?—preguntó llena de angustia. Verónica se paró de la mesa y miró a su madre confundida. —Creo que fue con Thomás pero, ha pasado como media hora, no me preocupé porque es su cumpleaños ¿sucede algo?—preguntó su hija asustada por el rostro de su madre. Tocó su pecho mirando a su hija. —Siento que a mi pequeña le pasó algo muy malo —confesó. —, Dios, lo sé, lo siento —Llevó ambas manos a su cabeza dejando su pelo n***o hacia atrás. De repente su celle empezó a sonar en el bolsillo de lado de su vestido rojo, temblando lo sacó de ahí y contestó. —¿Haló? Verónica miró a su madre con el corazón en la mano, el rostro de su madre la enloqueció. —Mamá —susurró al verla callada. —, mamá —repitió al ver el celle deslizarse de la mano de su madre hasta estamparse contra el césped. —Di algo —suplicó Verónica. —, ¿le pasó algo a Paula? Victoria solo asintió llorando. —No, no, ella no, ¡solo tiene quince años!—exclamó Verónica y salió corriendo sin una dirección fija en su mente. Victoria le gritó varias veces pero no se detuvo, finalmente de tanto gritar llorando, se desmayó. Verónica al llegar a la puerta vió a unos policías entrando, pero eso no detuvo su carrera. No hasta que unos brazos la rodearon con fuerza dejándola con los pies en el aire. —¡Suéltame!—gritó. Y siguió gritando hasta cansarse. —Vero, por favor, cálmate —Le pidió Anthony. —Necesito ver a mi hermana, necesito verla, a ella no —dijo mientras sollozaba. Dejó de patalear, solo habían quedado sus sollozos. Anthony la dejó en el suelo y ella terminó cayendo sentada en los escalones de la entrada. Unos brazos la rodearon tomándola por sorpresa. Era Anthony. —No importa lo que pasó, quiero que sepas que cuentas conmigo. Lo siento. En un mar de lágrimas, dejó caer su cabeza en el hombro del chico, dejando salir todo ese dolor. Todo le parecía haber pasado tan rápido, sumida en sus pensamientos sus ojos solo veían sin sentido aquel portón, por la cual con todas su fuerzas anhelaba que apareciera su hermana, ahí, sana y salva. No tenía calculado el tiempo, solo que parar de llorar no parecía ser una opción para ella. Ni siquiera ella entendía como seguía teniendo lágrimas para derramar. —Me tengo que ir —Se disculpó Anthony. —, cualquier cosa, siempre estoy para ti. Verónica solo asintió. —Vamos Laura —ordenó Anthony. Laura quien estaba de brazos cruzados muy lejos de lo que pasaba obedeció a su hermano. Todo había sido tan extraño. Verónica se quedó observando como las personas se retiraban poco a poco, mientras que su madre hablaba con los policías. Sintió aquel calor familiar que solía sentir con su mejor amigo y seguido el olor a perfume varonil inundó sus fosas nasales. Movió su cabeza y la acomodó sobre el brazo de éste que la abrazaba. —Vamos al hospital, los policías nos llevarán —informó Fray. —Debes… —No te dejaré —Fray la interrumpió. Sin que él la soltara, se paró y avanzó hacia la salida para subir a la patrulla y esperar a su madre en esa. [...] Sollozos, era el único ruido en aquella habitación, se escuchaban fuerte y muy claro. La chica se despertó abruptamente. Alzó la cabeza y se topó con la mirada de su mejor amigo, al cual su cabeza estaba apoyada. Habían dormido en el sofá de la habitación del hospital, fue incómodo y sus cuerpos dolían pero ninguno tenía la intención de irse. —Fray, ¿por qué no me despertaste?—preguntó. —Estás agotada —Se justificó Fray. —Me duele todo, mamá —Escuchó la voz de su hermana, entre sollozos y llanto. Se paró del sofá inmediatamente y se acercó a la camilla, y abrazó a su hermana con fuerza. —Dime, ¿quién te hizo esto?—Se alejó y miró a su hermana a los ojos. —, ¿los viste? Paula quedó muda, cerró los ojos y al instante los abrió, los recuerdos sólo le harían más daño. Sacudió la cabeza seguidamente y abrazó a su madre pegando su cabeza en el vientre de esta que estaba parada frente a la camilla. —No quiero recordar, no mamá. No puedo sacarlo de mi cabeza y no quiero recordar —Lloró. —Vero, basta. La vas a empeorar —ordenó Victoria acariciando la cabeza de su hija. Fray posó sus manos sobre los hombros de su amiga. —Si puedo ayudar en algo, estoy aquí. Mi padre es abogado, por si desean llevar esto a las autoridades —comentó detrás de su amiga. Verónica se cruzó de brazos mirando a su hermana. —Paula, tienes que decirnos quienes fueron —Insistió. —¿Por qué a mí, mamá? Ya no quiero vivir más, no quiero —replicó Paula apretando a su madre contra ella. Victoria miró el techo tratando de retener sus lágrimas, era inexplicable el dolor que sentía. —No digas esas cosas, cariño —Pasó su palma sobre la cabeza de su hija. De repente entró el doctor, este vestía una bata blanca y de su cuello colgaba un estetoscopio. Se acercó a la camilla con intenciones de revisar a su paciente. —Disculpen —Habló amablemente. —, voy a revisarla. Paula giró a ver al doctor que estaba parado a su lado izquierdo, luego alzó la cabeza y miró a su madre a los ojos. El doctor intentó tocarla pero ella se apartó rápidamente con brusquedad. —No me toque, mamá, no quiero que me toque. ¡Sácame de aquí!—gritó alterada. —Pequeña cálmate, solo va a revisarte, no pasa nada. Mamá está aquí —Victoria tomó el rostro de su hija entre sus manos y con sus pulgares le secó las lágrimas. —, y mientras esté, no dejaré que nadie te haga daño. Lo prometo. A fin de cuentas, el doctor la durmió, en su estado se volvió necesario. —Estos casos son muy complicados, no soy experto en esto pero, le daré la tarjeta de un amigo terapeuta. Le ayudará —Con una sonrisa apenada el doctor le extendió la tarjeta a la madre. La señora Victoria tomó la tarjeta y con pasos desanimados se acercó nuevamente a su hija quien dormía. —Dios, ¿ahora qué? No tengo dinero para una terapia, eso debe costar un montón. Mis dos hijas están estudiando y soy una madre soltera ¿por qué ella?—No tenía rabia, necesitaba desahogarse, pedirle cuentas a Dios, nadie esperaba tal cosa de la noche a la mañana. —Mamá —Verónica tocó el hombro de su madre. —, descuida, lo haremos. Yo puedo trabajar, tengo mi carrera de enfermera hecha hace tiempo, aunque no tenga práctica, buscaré un trabajo. —propuso. La señora tocó su nariz llorando. —No vero, tú tienes que estudiar, debes terminar. Yo ya veré como me las arreglo. Verónica quiso protestar pero, no era momento de hacerlo, era un momento demasiado complicado, doloroso y abrumador como para insistirle a su madre. Frustrada giró dándole la espalda a su madre, sus ojos se encontraron con los de su mejor amigo, en sus ojos solo había dolor, de la noche a la mañana la mini-familia feliz, se destruyó. El chico solo la abrazó con todas sus fuerzas, las palabras no valían nada, absolutamente nada, en esos momentos de aflicción, nada aliviaba el dolor. Un abrazo era mejor que mil palabras, demostrar que estás ahí para esa persona. —Ella es solo una niña, solo tiene quince ¿por qué ella, Dios mío?—No había que decir lo furiosa que estaba, se culpó varias veces por no haberla acompañado, por haber estado tan alejada por sus cosas con Anthony pero al final no hubo más que aceptar lo sucedido. Un rato después, Paula despertó y no bastó que recordara nada para echarse a llorar. —Me quiero ir a casa, mamá, llévame a casa, por favor. —Fue lo único que le pidió a su madre. Ése día, la felicidad de Paula se congeló, se quedó ahí, en aquel día que cumplió sus quince, marcada de por vida, la vida dejó se ser tan divertida para ella, su angelical sonrisa se esfumó, no para siempre, pues así como las tragedias tocan a nuestras puertas, cosas buenas también llegan. Ese día, ni siquiera se pudo comparar con el día en que en un accidente automovilístico, perdió a su padre. —Está bien, cariño. —Asintió Victoria con voz rota. ¿Cómo podría nuestra vida cambiar de la noche a la mañana? ¿Cómo podríamos pasar de ser felices a infelices? Hay tantas personas malas y buenas pero, todos nadan para salir y pocos le extienden la mano a otros. [...] Ni siquiera dormir la alejaba un poco de su realidad, apenas quería tocarse ella misma. Ese sentimiento de suciedad la hacía bañarse casi a cada hora, ella no se odiaba pero llegó a sentir asco de sí misma. No quiso ver a nadie, ni siquiera a su amiga Laura, ¿que sería de recibir a alguna otra persona? Llevaba horas encerrada en su habitación, salir, era un pensamiento que ni se asomaba por su mente. Sus ojos observaban su reflejo en el espejo, estaban rojos e hinchados. Con las manos temblando pasó el cepillo por sus rizos, estaban hecho un desastre, ya ni atención le ponía a su melena y como su pelo no era liso se mantenía rizado. Pasó el cepillo con más rapidez y por último se recogió la cabellera completa en un moño alborotado sobre su espalda. Se paró, suspiró y decidió bajar, inclinó su mano para abrir la puerta y bajar pero se arrepintió. Se alejó de ella lentamente. «Aquí estoy a salvo». —pensó. Llevó ambas manos a sus labios mientras, sus ojos estaban clavados en la puerta. «Cuándo mi vida se volvió esto, esto de estar a salvo en mi habitación». Sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de su madre: —Paula. —Se escucharon dos toques en la puerta. —. Baja, vamos a cenar. Trató de controlarse antes de hablar, no quería que su voz saliera entre cortada o se escuchara solloza. —No quiero —tocó la punta de su nariz. —. No tengo hambre. —Paula… —¡No tengo hambre!—gritó llevando ambas manos a su cabeza mientras, de espaldas retrocedía. Entre cerró los ojos y los recuerdos abundaron en su mente, se rehusó a cerrar los ojos, por ningún motivo quiso hacerlo. Terminó pegada a la pared, al lado derecho de su cama, se deslizó por esta y lloró. Lloró como nunca antes en su vida, no hubo ninguna clase de pensamiento positivo que pudiera consolarla, no hubo ningún interés en pensar otras cosas para alejarse. ¿Qué podría cambiar unos simples pensamientos? ¿Borrar lo sucedido? ¿Sanar su corazón? ¿Quitarle esa marca emocional con la cual debía lidiar? Su garganta ardía, estaba completamente seca, como si hubiera salido del desierto, con días sin beber algún tipo de líquido. Sus labios estaban resecos y tragar saliva le era casi imposible, doloroso y desagradable. —Papá...—respiró agitada. —(...) llevame contigo —sollozó. —. ¿Por qué me dejaste? Siempre has tenido...consejos para todo, sabías como volverme mansa, ahora más que nunca te necesito. Pausó, su garganta y su llanto no la dejaron continuar, sentía como si su pecho se abría con una navaja sin piedad, como si quisieran sacarle el corazón. Sin una pizca de piedad. —Seguro si estuvieras, no hubiera pasado. Pues hubiera ido contigo… Rompió en llanto nuevamente pero, esta vez con más fuerza, no pudo seguir hablando, hizo silencio, solo siguió sollozando, acabando con aquel silencio, en esa cuatro paredes, que eran su lugar favorito de casa, ahora se había vuelto su refugio, su escondite y lo único que presenciaba sus infinitos sollozos y su mar de lágrimas. Abrazó sus piernas y dejó caer su cabeza en medio de sus rodillas. Y en el silencio de su habitación, donde solo se escuchaban sus sollozos, dejó salir, el desgarrador dolor que sentía.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR