En dedicación a Richerd Gamez.
Faltaba poco para que tuviera vacaciones, y como cualquier adolescente estaba desesperada y emocionada, además de su cumpleaños, anhelaba ir a ese campamento.
Los cuatro estaban reunidos en una cafetería, Laura y Paula no paraban de hablar mientras que Thomás se dedicó a prestarle atención a Isabel, quien ya estaba por irse.
—¿A dónde vas?—preguntó Paula al verla pararse.
La rubia titubeó sin saber que decir, pues no esperaba que se lo preguntara.
—Debo irme, tengo que ver a alguien —respondió al fin, sosteniendo una tira de su mochila y esbozando una gran sonrisa fingida.
—Vale —La enana asintió y la rubia se marchó.
—Nos deja porque tiene que ver a alguien —comentó la castaña, disgustada. —, seguro irá tras ese chico que le gusta y me choca que nos deje por él.
Paula sonrió al ver a su amiga rodando los ojos, y, con un sutil movimiento quitó un mechón de su frente.
—¿Qué tan interesante será ese chico para que nos deje por él?—arrugó las cejas mirando a su amiga.
—Es un tal Edward —respondió Laura. Vestía un hermoso vestido color rosa y unos tenis blancos a juego con una banda que llevaba en la cabeza y su pelo castaño, suelto sobre su espalda.
—No lo conozco —dijo Paula sin dejar de arrugar las cejas. Ella vestía sencillamente, unos jeans azules, un suéter azul y, unos tenis blanco y n***o. Su melena estaba suelta, no le molestaba en absoluto, pues lo tenía rizado.
—Yo tampoco, solo he escuchado hablar de él —contestó la castaña llevando el vaso de jugo a sus labios.
—Creo que es hora de irnos —comentó el chico de ojos grises, no había dicho nada después de que Isabel se fuera, es que él disfrutaba ver a sus amigas hablar.
—Sí —Paula fue la primera en pararse. —. Vero vendrá pronto, iremos de compras, bueno, yo veré vestidos mientras, ella compra.
Laura y Thomás rieron, seguido salieron de la cafetería, no sin antes haber pagado.
—Ah, mira —señaló Laura al otro lado de la calle. —, de verdad que se tenía que ir.
Paula miró a las dos personas paradas bajo un árbol y, luego giró a ver su compañera a los ojos.
—La perdimos.
—Definitivamente —afirmó Laura.
Cuando llegó Verónica, ambas chicas se despidieron de su amigo y empezaron una caminata hacia la carretera para tomar un taxi. Esos momentos eran los que Paula más amaba, estar así, en medio de su hermana y mejor amiga, charlando, viviendo el regalo más hermoso de Dios. La vida. Que ironía de la vida, que todo eso cambiaría, que su vida daría un cambio tan drástico, al punto de que ella no quería ni siquiera ver la calle, ni hablar de salir.
Una camioneta azul se detuvo justo al lado de ellas, por ende detuvieron su caminata para mirar confundidas a la camioneta. El vidrio del auto bajó y pudieron ver a un Anthony sonriente.
—¿Las llevo?—Propuso gentilmente.
—No, no hace falta —negó Verónica perdida en los ojos del joven.
—Ándenle, ¿qué dices Ana?—Miró a la enana.
Paula encogió los hombros con una sonrisa.
—Por mi, no hay problema —dijo y tomó la iniciativa subiéndose a la camioneta. Seguido lo hicieron Laura y Verónica.
Verónica y el conductor iban en los asientos pilotos mientras que Laura y Paula en el asiento trasero.
Ana era el primer nombre de Paula, pero, todos la conocían como Paula y era muy inusual que alguien la llamara Ana y pocos sabían su primer nombre.
Las dos personas que iban en los asientos pilotos, no paraban de hablar animadamente, sorprendentemente en todo el camino se olvidaron de las dos adolescentes que iban en los asientos de atrás.
—Yo también voy a esa universidad ¿Cómo es que nunca te he visto?—habló Verónica sorprendida.
—No soy muy visible —respondió el joven que conducía.
—Eres el estudioso que no se deja ver —afirmó Verónica.
—Sí, algo, bueno, la juventud de ahora es todo un dilema y no estoy pensando en estar detrás de chicas o hacer tonterías —Se explicó el chico tratando de que la bella chica que tenía al lado lo entendiera.
—Entiendo, no eres de esos chicos que buscan placer.
—Tengo una hermana que cuidar y a unos padres que enorgullecer.
Ambos se miraron y se sonrieron.
—Vero, ya llegamos —Los interrumpió Paula.
La joven reaccionó sacudiendo sutilmente la cabeza, y giró a ver a las dos adolescentes que había olvidado por completo de su presencia. Bajaron de la camioneta al Anthony estacionarse, quedando justo frente a la tienda que entrarían.
—¿Quieren que venga por ustedes?—Propuso el joven mirando a la señorita alta de pelo n***o.
Verónica negó inmediatamente. —No, descuida, muchas gracias por traernos; ya hiciste mucho con hacerlo.
—Bueno —Anthony suspiró. —, nos vemos.
Sin más, puso la camioneta en marcha y desapareció de la vista de las tres chicas.
Verónica fue la primera en entrar a la tienda, las dos chicas detrás de ella se dieron una mirada de complicidad.
—¿Has notado que se gustan?—comentó Paula.
—Solo sé que habrá fuego —Le respondió Laura con una sonrisa.
Se podría decir que fue amor a primera vista, ella tan solo tuvo que ver un vestido para estar segura de que quería esa, estaba segura de que ninguna otra le gustaría tanto como aquella. Se quedó encantada viendo aquel vestido azul desde lo alto de la pared de la tienda, tenía pequeños diamantes que lo hacían resaltar y la forma era perfecta, no tenía dudas de si le quedaría, pues con solo verla ya estaba segura.
—Es carísima —Se quejó su hermana. —, ¿nos la alquilarían?
—No, vero, es una tienda, hay un lugar específico para eso —Le dijo a su hermana con voz de obviedad.
—Lo sé. lo sé —Se repitió la pelinegra. —, te la compraré, lo prometo —dijo con mucha seguridad, sin titubear.
—Vale casi la mitad del precio de la escuela, Vero —dijo ella sintiendo imposible el tener ese vestido. Pero había olvidado algo muy importante que su padre le había enseñado, que nada es imposible para Dios.
—Por eso no te preocupes.
—Además, falta mucho para tu día —Laura se unió a la conversación.
—Está bien, descuiden que no me molesta no poder tenerla —bufó.
—Pero, si te entristece —aclaró la chica de ojos verdes.
UNA SEMANA DESPUÉS...
Todo giraba alrededor de Anthony, pues este había invitado a Verónica a salir y la susodicha estaba más que emocionada mientras, que Paula solo sonreía por la situación.
Una vez dentro, la pelinegra miró a su madre apenada, pues se le había pasado la hora, sin siquiera notarlo, el tiempo pasó volando mediante la cena con ese chico.
—Lo siento, mamá, es que la hora se nos pasó así de la nada —Se disculpó.
El timbre sonó repentinamente interrumpiendo a los presentes en la sala. Su madre no lo dudó y se dirigió hacia la puerta para ver de quién se trataba.
—Buenas noches, señora, disculpe la tardanza de su hija, todo fue mi culpa. No volverá a pasar —dijo el joven con una sonrisa en los labios.
—Anthony —Verónica mostró su presencia parándose al lado de su madre.
—Oye maleducada, regresa -ordenó su madre y ella obedeció.
—Asumió la culpa, interesante —comentó Paula sentada en las escaleras con su pijama puesta y su melena en dos trenzas.
—Sí, regresó solo para no meterme en problemas; la pasamos súper bien, es muy agradable.
—Dale, sigue soñando —Paula se paró y subió a su habitación.
Verónica intentó hacer lo mismo pero, su madre la detuvo:
—Usted y yo, no hemos terminado —aclaró Victoria.
—Mamá —gruñó la joven.
[...]
Su cuerpo temblaba del miedo, sudaba y sudaba sin parar hasta que despertó de golpe, soltando un respiro ahogado. Sintió sus manos sobre la cama y se sintió aliviada, su pecho bajaba y subía en un ritmo desbocado. Sin dudarlo ni un segundo se paró de la cama y se dirigió hacia la habitación de su madre, y sin permiso alguno se metió bajo las sábanas de su madre y durmió junto a ella.
Su madre simplemente la rodeó con sus brazos, no era la primera vez que ella venía a dormir con ella.
El domingo por la mañana, otra semana pasada, madre e hija estaban preocupadas por la ausencia de la adolescente.
—¿Qué pasa, mamá?—preguntó Verónica bajando las escaleras y pasó a sentarse al lado de su madre sobre el sofá.
La señora no le contestó, simplemente le pasó un trozo de papel con una nota, lo cual la joven leyó mentalmente:
No pude evitarlo, necesitaba hablar con él. Es algo que yo no controlo.
—Paula tiene fe —Aseguró la joven. —, solo lo extraña mucho.
—Temo que ella deje de creer porque su padre ya no está, sé que a su edad es difícil que entienda las obras de Dios —habló la señora en un hilo de voz.
—Dios va obrar en ella, y demostrará de una manera increíble su fé, te lo aseguro.
El ruido de la puerta llamó su atención y seguido entró de la que tanto hablaban.
—Vine a tiempo para ir a la iglesia, ¿vamos?
Vestía un hermoso vestido blanco, unos zapatos negros planos y cerrados, y de costumbre su cabellera estaba rizada.
—Sí, vamos —contestó su madre parándose del sofá junto con su hermana.
—Paula —su hermana llamó su atención.
—No Vero, ahorita de lo que menos quisiera hablar es sobre eso ¿vale? Solo las necesito a ustedes para superarlo... y hablar con él, me calma de una manera muy especial —Miró a su hermana a los ojos y esta solo asintió con una sonrisa.
[...]
Entró a casa y la sintió vacía, era extraño, pues su hermana no tenía clases ese día y cuando ella estaba, era muy inusual ver la casa así de tranquila. Subió las escaleras en total silencio, y entró a la habitación de su hermana, encontrándola acostada.
—Vero —susurró acercándose despacio. —¿te encuentras bien?—Le preguntó al estar cerca.
La joven giró para ver a su hermana.
—Sí, solo estoy en mis días.
—¿Tienes los medicamentos?—preguntó dejando su mochila sobre el escritorio de su hermana.
—Las que son para la dismenorrea se acabaron, tengo calambre y todo, no pude ir a comprar —Le respondió Verónica casi sin voz.
—Lo sé, yo los compraré.
El teléfono de Verónica empezó a sonar sin parar, ya tenía rato haciéndolo, solo que había dejado de hacerlo por un momento.
—Yo contesto —dijo Paula dirigiéndose hacia la mesita de noche de su hermana.
—Es Anthony, ha estado llamando todo la tarde —explicó Verónica.
—Le diré que me lleve, así traeré los medicamentos más rápido. No te preocupes, estaré con él, aguanta.
Luego de que hablara por teléfono tomó una cartera de su hermana y dinero de su madre para comprar los medicamentos. Afuera, Anthony ya la estaba esperando.
Después de que le diera los medicamentos a su hermana esta quedó completamente dormida y, así Anthony se pudo ir tranquilo y ella pudo ir a realizar sus deberes.
Apoyada en el marco de su ventana, fijó su mirada en la piscina que se encontraba en el patio trasero, habían dejado de usarla desde la muerte de su padre, pues demasiados recuerdos le traían de aquel gran hombre que siempre dió todo por ellas. Su padre le había prometido enseñarle a nadar, aunque ella se rehusó por un mal recuerdo.
—Te extraño tanto, papá. Nada será igual que antes, porque sé que no volverás a estar con nosotras por más que lo deseemos pero, siempre vivirás en nosotras, igual mi madre te ve en mí y me siento orgullosa de parecerme tanto a tí.
Los tres chicos iban en silencio en el taxi, Laura miraba por la ventana mientras Paula miraba enfrente para ver cuando llegaban hasta su casa.
—Te tengo que contar algo, Paula —comentó Thomás captando la atención de la chica. Laura inmediatamente puso atención para saber de qué se trataba.
—Debe ser importante ¿no?—respondió Paula.
—Lo es pero, tendremos tiempo de hablar —El chico le sonrió y ella asintió. —, puede ser en tu cumple, ya solo falta una semana para vacaciones.
—Ash —gruñó Laura. —, ni lo digas, tenemos examen de matemáticas cuando queríamos estar exoneradas en esa y mira.
—Pero, aquí estoy para ayudarlas así cero preocupaciones —dijo el chico con una gran sonrisa y voz de obviedad.
Y como de costumbre Paula fue la primera en quedarse, estaba emocionada por llegar, pues había obtenido una buena calificación en su segundo examen.
—¡Vero! —exclamó entrando. Sabía que su madre estaba trabajando y Verónica debía estar en casa cuando ella no estaba.
Confundida subió a la habitación de su hermana a ver si se encontraba, y si estaba sentada con la espalda pegada a la cabecera de la cama, sus brazos rodeaban sus rodillas. Vestía un vestido n***o con mangas cortas.
—¿Qué sucede?¿pudiste invitar a Anthony?—preguntó acercándose con pasos leves.
La pelinegra alzó la cabeza y miró a su hermana a los ojos.
—Se acabó —susurró llorando. —, ni siquiera empezamos y ya se acabó, lo arruinó. La tonta fui yo, al ilusionarme tan rápido.
Paula quedó tan sorprendida que por largo rato quedó muda, sin saber que decir, frunció el ceño confundida, no podía entender nada, porque según su hermana iban a ser novios, solo que iría despacio.
—¿Qué pasó? No entiendo, se supone que iban muy bien, ¿Cómo van a terminar sin siquiera empezar? —Expresó sentándose al borde de la cama.
—Pues así como lo escuchas, me vió la cara de estúpida, no vayas a decirle nada a mamá ¿si?—pidió su hermana.
Paula inclinó su mano y le tocó la pierna a su hermana.
—De todos modos ella lo sabrá, sabes que ella tiene esa virtud de saber si estamos mal sin siquiera decirlo o demostrarlo pero, no diré nada. Si así es el amor, no me quiero enamorar, no me gusta verte así.
Verónica se despegó de la cabecera de la cama y se acercó a ella.
—No puedo decirte nada ahora, porque estoy dolida pero, si vale la pena amar, es lo que Jesús nos enseñó.
—Quiero ser monja —susurró.
Su hermana tomó su rostro entre sus manos sonriendo un poco forzado.
—No digas eso, todo que pudiera decirte ahora sería en contra porque estoy dolida.
—Pienso que debe haber una explicación —insistió.
—Ya, Ana, no existe ninguna justificación para lo que él me hizo. No más de ese tema —aclaró su hermana con seriedad.
Ella simplemente decidió abrazarla y apoyarla en aquel momento, si opinar no ayudaba, solo podía apoyarla como su hermana.