Capítulo 7

2319 Palabras
Se sentía pesada, su cabeza daba vueltas, y el dolor le parecía insoportable. Se apoyó a la cama, y descansó su cabeza sobre esta por un rato. —¿Qué me sucede?—Se preguntó a sí misma, con voz jadeante. Su cuerpo estaba débil, tal vez era por su mala alimentación desde la semana pasada, y debía estar deshidratada. Jadeo, y tocando su cabeza trató de levantarse para bajar, preocupar a su madre, era lo menos que quería hacer. Las dos personas en el comedor se sorprendieron al verla bajar, no la esperaban, y que ella bajara sin que se lo rogaran, era algo grande. —Buenos días. —Con una sonrisa pasó a sentarse frente a su madre y hermana. —Buenos días, linda —Le sonrió su madre. —¿Cuándo piensas volver a la escuela?—preguntó Verónica de repente. No supo qué decir, ella ni siquiera estaba lista para salir de su casa, y ¿estaría lista para estar en medio de una multitud? ¿Acaso podía lidiar con eso? —Solo necesito...tres días, tres días —Miró a su madre a los ojos. La señora asintió. —Claro, cariño. Cuando estés lista. —Le sonrió. Un poco más relajada, se dispuso a comer. Verónica se paró de la mesa, había llegado la hora de irse a la universidad, se despidió de su madre con un beso, y de igual forma con su hermana. —Suerte —Le deseó, viéndola marcharse. Miró a su madre quien recogía los platos de la mesa. —, ¿vas a trabajar? —No, cariño. No te preocupes que no te dejaré sola —Le respondió la señora sin mirarla. —Lo siento —Apenada, le dijo agachando la cabeza. Victoria dejó lo que hacía, y se acercó a su hija, se agachó frente a ella mirándola a los ojos. —Chiquita deja de pedir disculpas, tu no tienes la culpa de nada ¿vale? —Papá no está, le estás pagando la universidad a Vero, a mi la escuela. Tú sola —Su voz quebró. —. He faltado una semana a clases, y de todas maneras debes pagarlas. —Ustedes son lo que tengo, mi familia, y seguiré luchando por ambas. Sin dudar; cuando llegue Verónica iré a trabajar, así no estarás sola —Le dije su madre, con tanta firmeza que la hizo dudar de que si su madre sufría. Claro que sufría, pero, trataba de ser fuerte. Fuerte por ella. —Te amo, mamá —sollozó, y abrazó a su madre. —Lo sé, lo sé, cariño —Victoria lloró, mientras le hacía círculos en la espalda a su hija. Se alejó, y miró a la mujer de ojos cafés que tenía enfrente. —Me iré a ducharme. Victoria no dijo nada, solo asintió. En su mente solo pensaba «Otra vez». Pero no lo diría, no le abriría una herida tan grande, y dolorosa a su hija. Paula dentro de su baño, observó alrededor, había todo tipo de cosas con la cual podía suicidarse pero, eso no pasaba por su mente. Sentía que se moría por dentro pero, aún así, nunca se le cruzó por la mente suicidarse. Se desvistió, y se paró bajo el grifo, con fuerza pasaba el trapo sobre su piel, como si con eso quitara esa suciedad que sentía que tenía. Pero, eso solo estaba en su mente, era solo un pensamiento, no algo que tenía en el cuerpo. [...] Salió de su habitación, y silenciosamente entró a la habitación de su hermana. Raramente sentía que si dormía junto a alguien podía hacerlo con tranquilidad. Levantó la sábana que cubría a su hermana, y se metió debajo de ellas para dormir junto a ella. A la mañana siguiente, no podía creer que ya había amanecido, no recordaba la última vez que durmió bien. Siempre se espantaba, y cuando lograba conciliar el sueño estaba casi amaneciendo. Sintió un pequeño dolor en su vientre, y lo que empezó como algo leve terminó causándole gemidos de dolor. —Ahh —Gimió apretando con ambas manos su vientre. Verónica se despertó por sus gritos, y la miró atónita, le sorprendió verla ahí pero lo que la alarmó fue verla retorciéndose de dolor. —Paula, Paula ¿qué sucede? Miró a su hermana a los ojos, y no pudo objetar nada. —Mamá —Verónica iba a bajar de la cama pero, ella la detuvo. —Estoy bien —susurró. —. No le digas nada a mamá. —Paula, ¿segura? No tengo ni idea de cuánto llevas así —protestó Verónica. —Ya pasó, fue algo pasajero —Fingió una sonrisa, asintiendo. Verónica abrió la boca para decir algo pero, la cerró y luego habló: —Paula, si te pasa algo debes decirnos, por favor —dijo mirando con seriedad a su hermana. Ella asintió. —Está bien. Después de bañarse, bajó, y se sentó en la sala frente al televisor. Su madre había ido a trabajar ya que a Verónica no le tocaba ir a la universidad, y así no estaría sola. —Te he preparado algo de comer —dijo Verónica sentándose a su lado. Apartó la mirada de la pantalla, y miró a su hermana que le extendía una bandeja que contenía un vaso de jugo, y una tostada. —Es leve, no es mucho —agregó Verónica. Tomó la bandeja, y lo primero que se tomó completamente fue el vaso de jugo de limón, le entregó la bandeja a Verónica, y con la tostada envuelta en una servilleta en su mano le dio un ligero bocado. Volvió su vista a la pantalla, y se perdió en ella hasta tarde. Victoria entró a casa, y a la primera que visualizó fue a su hija mayor que venía de la cocina. —¿Paula?—Fue lo primero que objetó Victoria. Verónica señaló con su cabeza la sala, y Victoria giró a ver a su hija dormida allí en el sofá. —Desde la mañana está ahí, decidí no molestarla. —Está bien —Asintió Victoria. Verónica subió a su habitación a estudiar. Victoria dejó su cartera sobre la mesita que estaba en la sala de estar, y se sentó al borde del sofá donde se encontraba su hija. Con sus dedos acarició las hebras del cabello de su hija. Bajó sus dedos a su rostro, y delineó la mejilla de ella. —Dios… No soporto verte tan destruida, duele aceptar que alguien haya lastimado a mi pequeña. Se hincó frente a ella mientras, lágrimas brotaban de sus mejillas. Besó su frente, y apoyó su cabeza sobre la de ella. —Haría lo que fuera por desaparecer tu dolor pero, lamentablemente no puedo, y no sabes cuánto me duele. Paula se removió frotando sus ojos, sentía un leve dolor en su cintura por haber dormido sobre el sofá. Parpadeó varias veces, y al abrir los ojos sonrió. Miró a su madre a los ojos, y con sus dedos limpió sus lágrimas. —Mamá —susurró. — ¿por qué lloras?—preguntó. Se enderezó, y se quedó sentada. Victoria se paró y se sentó a su lado. —¿Acaso…? —No, no hiciste nada, cariño —Victoria la abrazó. Paula se apartó y miró a su madre nuevamente a los ojos. —No tengo que hacer nada para que estés, que esté así, lo es. —Pero tu no tienes la culpa de estar así, por ende deja de sentirte así. No más. Victoria le sonrió. —Mira que te compré —comentó tomando su cartera, y sacó una caja gris de ahí. —. Abrelo. —. Ordenó cuando se la hubo entregado. Con ambas manos, Paula sostuvo la caja con curiosidad, miró a su madre quien le seguía sonriendo, y sin más preámbulo lo abrió. Era un nuevo celular. —Puedo vivir sin celular —objetó sonriendo. —Pero necesito escuchar tu voz de vez en cuando. Le dio vueltas al celular en sus manos. —Gracias, mamá. —No tienes que agradecer, chiquita —Abrazando nuevamente a su hija, besó su cabeza. [...] «Puedo...Yo puedo». Se repitió a sí misma. Estaba parada frente a la puerta de su casa, era un gran paso que intentaba dar, acercarse un poco a lo que era, ser normal. Otra vez. Salió con su mochila al hombro, y un abrigo hasta las muñecas, llevar la falda de la escuela le era una tortura pero entendía que debía enfrentarlo. —Puedo llevarte —comentó Verónica detrás de ella. —Así sólo harás que nunca me atreva —Sin más preámbulo cruzó aquella puerta. Suspiró, sostuvo con fuerza la tira de su mochila, y avanzó para empezar la caminata hacia la escuela. Tomar un taxi era más sencillo pero para ella, era una tortura. No le pasaba por la cabeza estar en un taxi sola. Mirando sus tenis caminó hasta su escuela. Con la cabeza en alto y los pies de puntilla empezó a buscar a la castaña de ojos verdes. Se sentía presionada dentro de sí pero trataba de calmar sus nervios diciéndose que estaba bien. Sintió un toque en su hombro y sobresaltó alejándose inmediatamente. —Buscándome —susurró Laura. Miró a su amiga con mucha alegría y la abrazó fuertemente. —Pensé que me dejarías sola. — ¿Cómo crees? Tomadas de la mano caminaron para ir a sus casilleros, pero de lejos Paula visualizó a Thomás. —No...no quiero verlo ahora. Él debe estar muy confundido pero… Laura la interrumpió. —Él lo entiende, tranquila. —Necesito ir al baño —dijo apresurando el paso hacia los baños de chicas. Laura tuvo que trotar un poco para alcanzarla, pues esta iba muy de prisa. Entró al baño y la vió vomitando, aquello le pareció extraño, puesto a que no habían visto nada desagradable, y Paula era una chica muy saludable. —Oye, ¿te encuentras bien?—Le preguntó mientras alejaba sus rizos de sus hombros para dejarlos sobre su espalda. Miró a su amiga y asintió. —Sí, vamos a clases. —Vamos. Su regreso a clases fue mejor de lo que ella se esperaba, aunque el temor a que alguien la rozara o la tocara la enloquecía, supo controlarlo sin levantar sospechas. Cuando iban saliendo, se toparon con Thomás, gran sorpresa para Paula. Sus ojos se encontraron, no había palabras para explicar lo que ambos sentían, Thomás se sentía culpable, y ella, ella sentía de todo menos felicidad. —Paula —objetó él rompiendo el silencio. —Thomás —susurró ella casi inaudible. Lo abrazó. Lo que menos quería era hablar, abrir esa herida tan frágil que cualquier movimiento en falso podría abrir. —No toques mi espalda —Le pidió con la cabeza pegada a su pecho. —Lo siento —susurró él, rodeando su cuello. —. Lo siento tanto, perdón. —Deja de disculparte, no estaba lista, sé que fuiste la semana entera queriendo verme. Se alejó, y retirando mechones de su rostro miró a los ojos al chico alto. —¿Estás bien?—preguntó él. —Sí. —. Mintió. —Paula —Thomás extendió su mano para tocarla pero ella se alejó. —. Lo siento —dijo frustrado. Todo se había vuelto incómodo. —Lo siento. —. Repitió. —Está bien, es solo… —Paula dinos, nos preocupamos por ti; y entendemos que esto no sea fácil —Habló Thomás muy serio. Los miró a ambos, ellos eran sus mejores amigos, ni siquiera con sus compañeros de iglesia se llevaba tan bien. —Vengan —Les dijo haciendo un movimiento con la cabeza. Se pararon detrás de un árbol, ella miró alrededor para asegurarse de que no había nadie. Levantó su suéter, y luego el de la escuela mostrando la herida que tenía en la espalda. —Me lo hizo una roca afilada —explicó. —¿Se lo dijiste a tu madre?—preguntó Laura. Tenía varios arañazos tanto en la espalda como en el pecho. Se acomodó el uniforme y giró a mirar a sus amigos. —No se lo vayan a decir, ella ya tiene demasiado, no quiero preocuparla más. Por favor —pidió. —Paula, no estoy de acuerdo —sinceró Thomás. —. Ella debe saberlo, así solo la preocuparás más. Debes decírselo. —Eso se ve muy mal —comentó Laura. —Lo entiendo, no hablemos de esto ¿sí? Me voy a casa —tomó su mochila de la mano de su amiga. Sin esperar ningún comentario de sus amigos tomó la iniciativa de irse. —¡Paula, espera!—exclamó Thomás. —Déjala —Laura lo detuvo del brazo. —. Ésta es la nueva Paula, debemos aceptarlo. Thomás soltó un bufido observando por donde se había ido Paula con dolor. —No debí tardar tanto —dijo culpándose. —Lo que menos necesita ella ahora es que te culpes. Estuvo toda la clase tratando de controlar sus nervios, no quería ni siquiera que la rozaran, le es muy incómodo —dijo Laura mirándolo a los ojos. —. Ella te quiere mucho. —Lo sé, lo entiendo. Trataré de no incomodarla pero no será fácil, Dios es tan increíble lo que está sucediendo —Frustrado Thomás llevó ambas manos a su cabeza. —Estamos aquí —Laura lo tomó del brazo. —. Ella nos tiene, y debemos ser fuerte para apoyarla. Thomás la miró sin saber que decir, una sola acción los había destruido, no solo a una persona sino a varias. La abrazó con fuerza, esta solo apoyó su cabeza sobre su hombro abrazándolo de igual forma. Hay cosas que antes de hacerlas, debemos pensar en los demás, dañar a alguien, no es un daño único, es un daño que también perjudica a los de su alrededor. Un solo daño puede causar cientos.
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