—La señorita Valentina ya está estable, dice el médico luego de inyectarle un antídoto. Su voz es calmada y profesional, mientras guarda la jeringa en el maletín. Valentina permanece dormida, aún arropada por el saco que Declan le colocó sobre los hombros. Su respiración es lenta, pero firme. —Con este inyectable es más que suficiente —explica el doctor—. La sustancia que inhaló fue potente, pero afortunadamente actuamos a tiempo. Además de la droga, no tiene ningún daño físico. Declan asiente, serio. —Gracias, doctor. Le enviaré el pago directamente a su oficina. El médico inclina la cabeza y recoge sus cosas. Wilson se ofrece a acompañarlo hasta la salida. La habitación queda en silencio por unos segundos, hasta que la puerta se abre de golpe y Sofía entra con el rostro desencajad