Emilio está sumido en sus pensamientos. Tiene los codos apoyados sobre la mesa del restaurante del hotel, el café ya frío frente a él, y la mirada fija en el teléfono. La pantalla se ilumina, pero no hay ningún mensaje nuevo. Suspira, desliza el dedo por los chats, y vuelve a mirar esa última conversación con Sofía. Los mensajes que él le ha enviado siguen sin responder. La voz de Alejandro rompe el silencio. —¿Qué haces? —pregunta curioso, dejando caer el tenedor sobre el plato. Emilio tarda en reaccionar. Levanta apenas la vista y responde con un tono cansado. —Necesito adelantar mi viaje de regreso. Alejandro frunce el ceño, confundido. —¿Qué? Pero… no podemos irnos todavía. Emilio no contesta. Se queda mirando el teléfono como si pudiera hacer aparecer un mensaje solo con desea

