Camila se encuentra en casa de sus padres, sentada en el sofá del amplio salón, con las piernas cruzadas y la mirada perdida en el ventanal que da al jardín. Afuera, el sol de la tarde baña las flores de su madre con un brillo cálido, pero ella no lo nota.
Tiene la cabeza llena, como si las voces internas discutieran entre sí, y ninguna le diera tregua.
Rodrigo y su estúpido comportamiento con Paola. Cada vez que piensa en ellos siente cómo una punzada amarga le sube por el pecho. Odia a esa mujer con todas sus fuerzas. La odia por cómo la mira, por cómo todos parecen gravitar hacia ella como si fuera una especie de imán. Paola tiene algo que ella no, algo que logra que los demás la sigan sin pensarlo. Y eso es imperdonable.
“Esa maldita mujer debe desaparecer”, piensa con determinació
