Jean Carlos llega a la casa de los padres de Arlette con el ceño fruncido. La noche ya cayó, y las luces del jardín están encendidas. Toca el timbre, pero solo sale la señora del servicio. —Buenas noches, joven. ¿Busca a los señores? —Sí, ¿está Arlette aquí? —pregunta con la voz tensa. —No, señor. Salió hace en la mañana y no ha regresado. Jean Carlos asiente lentamente, pero por dentro siente que algo no está bien. Mira el reloj. Arlette nunca se retrasa sin avisar, y menos con su nivel de responsabilidad. Su corazón empieza a latir con fuerza. —¿Le avisó a alguien a dónde iba? —pregunta. —No, señor. Solo dijo que tenía muchos pendientes y se fue. El hombre agradece y se aleja con paso rápido. Al subirse al auto, el mal presentimiento se hace más fuerte. Toma el teléfono y marca a

