Declan entra bajo el agua fría de la ducha, abre la llave al máximo y se deja caer contra los azulejos. El agua golpea su piel como agujas heladas, pero el malestar no se aminora. Tiembla, respira con dificultad y aprieta los dientes. Su cuerpo está encendido de una forma que no es natural, un calor insoportable lo recorre desde el pecho hasta el bajo vientre. Aprieta los puños con fuerza, furioso. Sabe exactamente qué significa esa sensación: Isabella lo drogó de nuevo. —Maldita sea —murmura entre jadeos, golpeando la pared con el puño cerrado. Su m*****o pulsa con dolor, rígido contra su voluntad, como si todo su cuerpo se hubiera vuelto en su contra. Declan cierra los ojos con rabia, intentando recuperar el control, pero la droga no le da respiro. Su respiración se vuelve más pesada,

