11

3147 Palabras
Este año Alex se gradúa, y sabiendo eso no he podido llamarle para desearle feliz año nuevo. Tampoco recibí mensaje de él o de Cami, ni pensar de Félix. —Feliz año nuevo —recibo un abrazo de Gustavo. Se ve mejor de lo que vi en la última vez. Parece que lo ha superado, pero lo dudo, nunca se supera la muerte de un amigo. Este es su último año, igual. —Feliz año nuevo, Gus. —sonrío. Extrañaba tanto una cara familiar. —¿Cómo haz estado? ¿Qué tal las vacaciones? —Todo fue bien. Mis padres nos llevaron a mis hermanos y a mí a Grecia. —alzo las cejas sorprendida. —Si lo sé, fueron un poco más exagerados esta vez. Pero recibí sol en lugar de frío. Así que estuvo bien para mí. ¿Qué me dices de ti? —Pasé con mis abuelos en Oregón. El frío allí si fue un poco más fuerte que aquí, mi abuelo me regaló un arma —sonrío al solo recordar las caras de mamá y abuela. —¡Que genial! ¿sabes usarla? —Mi abuelo estuvo enseñándome el resto de mis vacaciones. —Tienes un abuelo cool. —Lo sé —rio. —¿Ya haz visto a los demás? Sacudo la cabeza. —¿Tu? —Tampoco. —tenemos un minuto incómodo, así que vamos a nuestras clases. No encuentro en algunas de mis clases a Félix ni a Cami. Por alguna extraña razón siento una punzada en mi pecho. Tal vez Félix desistió de tener una clase conmigo, y Cami hizo lo mismo. Envío un mensaje a Cami. Feliz año nuevo ¿no estás viniendo a clases? No hay respuesta. Voy a la cafetería por un bocadillo mientras espero a que sean las nueve para mi próxima clase. —Hola, Adel. —saluda Bryan, un amigo de Cami. —Hola. —Parece que tus amigos han decidido desaparecer y dejarte sola. —frunzo el ceño. —¿Desaparecer? ¿por qué lo dices? —Escuché que Camila está suspendiendo el curso. —¿Qué? ¿por qué? —se encoge de hombros. —Por eso estoy aquí, quería preguntarte si es verdad. —me levanto de mi silla y cojo mi mochila, corro hacia el salón de Gustavo donde sé debe estar en clases. Le envío un mensaje diciendo que estoy afuera de su salón y que es urgente hablar con él. Minutos después sale. —¿Qué estas haciendo aquí? ¿no tienes clases? —Cami suspendió el curso ¿has hablado con ella? —sacude su cabeza. Mierda. Tenía esperanzas. —No, no la veo desde el funeral de Luis. No ha respondido mis llamadas ni mensajes desde entonces —tengo un mal presentimiento sobre esto. —¿Sabes donde vive? —No. Maldigo para mis adentros ¿cómo rayos no sé donde vive mi amiga? La conozco ya de hace unos años y ni siquiera sé donde vive. —¿Sucede algo? —Te llamo si la encuentro. —Ok, regresaré a clases. —me doy la vuelta y corro hacia archivo donde sé puedo encontrar su dirección. Después de mentir un poco a la secretaria, me da su dirección. Manejo hasta su calle y me encuentro en la puerta de su casa. Toco varias veces hasta que una señora de mediana edad, me recuerda a una Cami joven. —¿Quién es usted? —hay un tono de un poco de molestia. —Soy Adeline, amiga de Camila. —comienzo —¿se encuentra ella en casa? —frunce el ceño. —¿No se supone que debes de saber eso? Viven juntas. —abro los ojos desconcertada. —¿Disculpe? —Ella se mudó contigo hace tres meses, —la señora ahora parece dudosa. —¿eres Adeline Jones? Asiento con la cabeza. Entonces comprendo la gravedad de la situación. Suelto una risita nerviosa. —Si, soy Adeline. Lo que pasa es que salió hoy de mi departamento a prisas y se llevó el libro que le presté para estudiar mi examen de la próxima semana. Y como no responde mis llamadas, creí que estaba con usted. —No, ella no ha venido desde que se mudó, ¿no la encontraste en la universidad? —La busqué, pero tal vez debió estar en la biblioteca, no revisé ahí. Disculpe la molestia, Sra. —No te preocupes, debo agradecerte a ti. —¿Por qué? —Por llevarla a tu casa en vísperas navideñas. Ella me dijo que no quería estar este año con su madre ni con su padre. No la quise presionar, debe ser difícil pasar por todo esto de sus padres. —no estoy entiendo nada. —El divorcio nunca es fácil para los niños. Pero me perdonará por lo que le estoy haciendo ahora. Ella entenderá, dile que la quiero, por favor. Adeline. —Claro que sí, Sra. Le pasaré su mensaje. Me subo a mi auto y pienso si todo lo que Cami me ha dicho hasta ahora ha sido verdad ¿Qué esconde? ¿por qué se ha ido de casa? Y por qué demonios me metió en toda esta farsa. Ahora no sé a quién acudir. Gustavo no sabe nada, Alex aún no me habla y bueno Félix no es una opción. Acelero hacia mi departamento. Le dejo muchos mensajes de voz y de texto. Voy a clases el resto de la semana y sigo sin saber de su paradero, solo ruego porque esté bien. No conozco a nadie más que sea tan apegado a ella como para darle un sofá en el cual dormir. O es que no sé nada de su vida. Encuentro en los pasillos a Félix la siguiente semana. No puedo evitar mirarle y aunque no iba a saludarle, él me detiene con su voz ¿por qué sigue teniendo ese efecto en mí? —¿Adeline? —su voz es esperanzadora. Me atrevo a mirar a sus ojos castaños y sentir su anhelo. —¿Sí? —Feliz año nuevo. —hago mis manos en forma de puños para evitar decir alguna tontería. —Feliz año nuevo. —presiono mis labios en una línea fina para no regalarle una sonrisa. Giro sobre mis talones para seguir mi camino, pero vuelve hablar. —¿Cómo haz estado? —quiere hacer una conversación. —Bien, —digo cortando el rollo. —¿Qué tal navidad? —me encojo de hombros. —Ha ido bien, visité a mis abuelos. Creo que ha sido mi mejor navidad hasta ahora. —¿Por qué lo dices? —Mis padres están divorciados, así que las navidades anteriores eran en casa con ellos. Pero después solo fue mamá y yo. Debes imaginarte como eran. —su mirada se ha suavizado. No quiero que me tenga lástima. —no sé ni por qué te conté esto. —me doy la vuelta, pero su mano me detiene. —Adeline. —dice con voz de suplicia. —Hablemos, por favor. —¿De qué quieres hablar? —De nosotros, no puedes olvidar todo lo que pasamos juntos. Ambos sabemos que tenemos algo. —le miro hundiéndome en esos ojos, como quisiera que me sostuviera en sus brazos. Lo necesito tanto, siento un vacío en mi corazón, lo anhelo. Quiero estar cerca de él. Cierro los ojos para espabilar todos esos pensamientos. —Por favor. Dame una oportunidad de explicarte todo. —No creo que se conveniente hablar. —Por favor. —no puedo negarlo. —Está bien. Te veo en el café de la otra vez a las cinco. —una sonrisa fantasma se asoma por sus labios, es tan rápido que desaparece. —Gracias. Te veo entonces, —suelta mi mano y se dirige hacia la otra dirección. Él ha llegado demasiado temprano, son quince para las cinco. —Has llegado temprano. —No quería hacerte esperar. Enserio, es muy importante para mi hablar contigo. Dejo escapar un suspiro. —¿Quieres un café? —Por favor. —pide nuestros cafés y espero a que comience la conversación. —Sé que no has tenido buenos pensamientos de mi últimamente. Y estas en todo lo correcto de no querer hablar conmigo. —Ah, ¿sí? Me lanza una mirada mordaz. —Adeline, todo lo que vivimos juntos durante ese corto tiempo, todo fue real. Tengo sentimientos por ti, desde hace mucho tiempo. —su confesión me toma desprevenida. —Tenía miedo, mucho miedo al confesarte esto. —¿Por qué? —Porque no quería ser rechazado por ti. Sabía que dolería mucho. —¿Por qué estabas tan seguro? —Alexander, sé que ambos han sido amigos por mucho tiempo. Le gustas a Alexander y creía que era cuestión de tiempo para que tu encontraras esos sentimientos, porque una amistad como la de ustedes a veces se convierte en amor. Sacudo la cabeza. —No puedes ver a través de mí. Llegaste a una conclusión que yo nunca supuse. —escupo enojada. —además a Alex siempre lo he visto como amigo. —Cuando le dijiste a Gustavo sobre que solo éramos amigos, lo confirmé. No pensaste en mi como nada más que un amigo. Por eso respondí lo mismo, no quería que te confundieras o presionarte para algo que no estabas dispuesta afrontar. —el mesero llega con nuestros cafés. —Así que decidí ser solo tu amigo. Cuando te invité a comer después del examen, elegiste a Alexander antes que a mí. —¡Te invité a que vinieras con nosotros! —Aún así, veía como estaba perdiéndote como amiga. No podía competir con eso. —¡Eso es absurdo! —mis nervios están a flor de piel. Estoy enojada ¿cómo ha podido tener teorías de mí con Alex? —Debiste preguntarme directamente. Nos hubiéramos ahorrado tanto daño. —Lo sé. Ahora lo entiendo. —lame sus labios. —Dolieron tus palabras cuando me dijiste que me mantuviera fuera de tu vida. Sentí el dolor de perderte. Por eso estoy aquí. —¿A que te refieres? —No quiero perderte, Adel. Siento el nudo en mi garganta de nuevo, mis manos comienzan a temblar, presiono mis labios para que no tiemblen. Tengo miedo y no sé por qué. El corazón en mi pecho amenaza con salirse con cada golpe. —Estoy enamorado de ti ¿y sabes cómo lo sé? Porque no puedo dejar de mirarte, a donde sea que vayas te busco en los pasillos, en la cafetería, en clases, porque sé que tan solo verte puedes traerme tranquilidad y eso es suficiente, aunque no estés conmigo. Mi corazón late demasiado rápido cuando estoy junto a ti, justo ahora siento que puedo tener un paro cardiaco. Me vuelvo un idiota porque temo a echar todo a perder contigo. —respira incontrolablemente —Y lo siento si he llegado tarde, pero necesitaba hablarte sobre lo que siento o iba a explotar. Está respirando irregularmente. Mis ojos se conectan con los suyos, la intensidad es abrumadora que me embriaga. No sé si sea lo correcto, pero tengo que arriesgarme esta vez. No puedo seguir ocultando mis sentimientos. Temo a que termine odiándome a mi misma por no decirlo. —No has llegado tarde —esbozo una sonrisa media. —Creí que era la única que estaba nerviosa cada vez que estaba a tu lado y que su corazón latía demasiado rápido como para pensar que va a salirse de su cavidad. —una sonrisilla burlona hace que se relaje. —No eres la única, —se levanta de su asiento y camina hasta estar frente a mí. Sus manos acunan mi rostro y después siento sus labios sobre los míos, el beso comienza tierno para después volverse urgente, apasionado, dejo que tomé el control del beso, y de mí. Así es el amor, abrumador. *** Llevamos una semana saliendo, a Gustavo no le sorprendió. Alex me fulminó con la mirada cuando nos vio tomados de la mano en los pasillos. Tendré que llamarle para hablar con él, no podíamos seguir así. No sabía nada aún de Cami, lo único que me mantenía tranquila era que no apareció en el periódico o la policía me haya avisado de que está tirada sin vida en algún basurero. Y eso me llevó a querer preguntarle a Félix sobre ella, no he querido hacerlo porque no quiero que nuestra primera pelea sea por Cami. Aunque aún no sé que tipo de relación solían tener ambos. —¿Vienes a cenar esta noche? —ofrezco. Está llevándome a clases. —Por supuesto. —me da un casto beso y me mira con dulzura. —Eres hermosa —sus manos están en mi cintura, sonrío. —Y tu muy sexy —le arranco una carcajada. —¿De dónde sacas eso? No soy sexy. —arrugo la nariz. —Si lo eres. Demasiado ardiente. —sacude su cabeza. —Es tierno saber que no te das cuenta de la belleza que posees. —Es aún más tierno que tu pienses que soy atractivo. —me da una sonrisa de lado y después deja un beso en la parte superior de mi cabeza. Me derrite ese gesto. —Te veo al final de las clases. —Lo despido y entro a mi salón. Parece que no puedo dejar de pensar en él porque el resto de las clases nadie puede borrar una sonrisa boba de mi rostro. —¿Puedes pasar por una botella de vino camino a casa? —estoy al teléfono, mientras intento cortar la cebolla y miro que no se queme la carne. Esto de cocinar para alguien es más difícil de lo que pensé. —Seguro ¿quieres que lleve algo más? —pienso por un segundo, pero tengo todo listo solo faltaba el vino que se me ha acabado. —No, cariño. Solo el vino, gracias. —Nos vemos en un rato, amor —tan solo escuchar la última palabra me arranca una sonrisa. Es la primera vez que me llama amor. Cuelgo y termino de picar la cebolla. —Está todo delicioso. —lleva otro bocado a su boca y saborea, creía que no le iba a gustar. Sé muy poco de sus gustos. —¿Enserio? —asiente con la cabeza aún masticando su comida. —Si, delicioso. ¿Qué tan seguido los haces? —Es la segunda vez, de hecho. —suelto una risita y llevo mi copa a mis labios para beber de ella. —La primera vez fue el año pasado, mi abuela me enseñó su receta. Y quise probar a ver que tal. Y mira que no fue un desastre —ríe. —La abuela tiene muy buenas recetas. Quisiera probar más de ello. —le he preparado un pastel de carne, y acompañado con una crema de champiñones. —¿Cómo son ellos? Tus abuelos. —Son un matrimonio que llevan más de cincuenta años juntos. Se casaron muy jóvenes. Mi abuelo sirvió al ejercito y después se jubiló. Mi abuela dejó su trabajo de secretaria para atender a mi madre cuando nació. Y ha sido ama de casa desde entonces. —¿Tu madre es hija única? —Si. Mi abuela no pudo dar más hijos, tuvo abortos espontáneos. Así que ya no intentaron más. —cuando mamá me contó esa parte, la tristeza me invadió al saber cómo pudo sentirse mi abuela. Ellos siempre quisieron una familia grande pero no se les pudo otorgar. Por eso esperaban que mamá diera más hijos, pero al igual que ella corrió con mala suerte. Mamá se divorció de mi papá cuando yo tenía solo cinco años, y no quiso intentar más. —Querían que mamá tuviera más hijos, pero mamá no quiso. Se divorció de mi papá cuando era pequeña y ya no se volvió a casar. —Eres hija única —asiento con la cabeza y bebo de mi vino. —¿Qué me dices tu? ¿tienes hermanos? —estamos sentados en la alfombra y él se tensa, sé que su familia es un tema un poco crítico para tocar, lo sé porque su comportamiento cambia cada vez que lo menciono como ahora. —Si, tengo uno. —no dice nada más. —¿Tus padres? ¿Cómo fue tu niñez? Sonríe tristemente. —Fue una mierda, no puedo ocultarlo. Pero ellos siempre estaban discutiendo por algo, y se golpeaban. No fue muy buena que digamos, desde que tenía uso de razón escuchaba gritos, cosas rompiéndose, golpes, y la puerta azotándose cuando papá se iba. Al final no pudieron estar juntos. —¿Murieron? —pregunto con melancolía. Él suelta una carcajada, lo cual me tiene aturdida ¿Qué divertido es esto? —¿Félix? —No están muertos. —siento alivio escuchar eso. —Pero ojalá lo estuvieran. —escuchar esas palabras suyas me dejaron atónita, deberías odiar tanto a tus padres para pensar en sus muertes. —¿Cómo dices? —Ellos se pasaron toda la vida discutiendo, echándonos la culpa de sus problemas a mi hermano y a mí, haciendo de nuestra vida un infierno que al final decidieron abandonarnos. —toma de un sorbo el resto del vino. —Mamá fue la primera en irse, después lo hizo papá al ver que no podía mantenerse sobrio para cuidarnos. Los de servicio social nos llevaron a una casa de cuidados para menores de edad. Mi hermano y yo, nos pasamos de casa en casa hasta que él cumplió la mayoría de edad y pudo hacerse cargo de mí. No prosigue. Quiero que me siga contando, pero me da una mirada que no puedo descifrar. Se levanta de la alfombra y dice que tiene que irse. —Nos vemos en clases —toma su chamarra y se va. No me da un beso ni es cariñoso conmigo. Eso me deja con un dolor punzante en el pecho. Pienso que su comportamiento se debe a que me ha contado parte de su niñez infeliz, se veía tan vulnerable, tuve el impulso de ir a su lado y abrazarle mientras le decía que yo nunca le iba a dejar, no lo lastimaría y rompería su corazón. Pero no lo hice por dos simples razones. La primera, él iba a pensar que le tenía lástima cuando no era así y me iba a rechazar. La segunda, es que ni yo misma estaba segura de mis propias palabras, porque en realidad nunca sabemos que puede suceder en el futuro y hacer cambiar todo lo que se prometió antes. Posiblemente haría algo que no me gustara y terminaría dejándole, o en su lugar de proteger su corazón, él rompería el mío. Por eso no me gustaba hacer promesas que no sabía si iba a cumplir. El futuro no estaba escrito aún. No prometo cosas, que no puedo cumplir.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR