El lunes en la mañana Alex me evitó a toda costa. Intenté hablar con Gustavo a cerca de él, pero me dijo que no le había contado nada. Intercepté en el pasillo a Cami.
—¿Me vas a decir que mierda está pasando? Porque al parecer soy la única tonta que no sabe nada aquí.
Me mira mordiéndose el labio inferior, está cruzada de brazos protegiéndose y sus ojos me miran con miedo.
—Cami. Si eres mi amiga, enserio, dime que está pasando y por qué Alex se comportó así esa noche en el club.
—Alex estaba borracho. —se encoge de hombros —creo que no le cayó nada bien que Félix fuera.
—De eso me di cuenta muy bien ¿pero por qué reaccionó así?
—No lo sé. —mira hacia otro lado —no sé nada.
—¿Cómo sabes su nombre completo? —pone los ojos en blanco.
—Lo dije esa noche, lo vi en su carnet de conducir una vez que estuve en su casa. —se me forma un nudo en la garganta, ella ve mi reacción y se tensa. Ella ha estado en su casa, y dudo que fuera por apuntes de clases, muerdo el interior de mi mejilla.
—¿Qué tanto frecuentas ir a su casa? —sueno acusatoria y molesta.
—Mira, tengo clases. Debo irme. —la detengo del brazo.
—Cami, siento que estás alejándote de mí. ¿Qué sucede entre nosotras?
Mira mi mano donde la tengo sujetada. —Nada, todo está bien entre nosotras —forzó una sonrisa y se deshace de mi agarre. No le creo ninguna palabra. Nos hemos distanciado demasiado y ahora ya no la conozco. ¿Qué mierda está pasando? De algo estoy segura. Félix es el culpable de todo esto.
Evito a toda costa a Félix en los pasillos, y cuando intenta hablar conmigo le digo que ni lo intente.
—Solo aléjate de mi y de mis amigos —escupo cuando está esperándome en la puerta de la salida. Parece herido, pero eso no me detiene en decirle lo siguiente. —No te me acerques más. Tú eres el problema de todo esto.
***
No trata de hablar conmigo después de esa vez. Llamé varias veces a Cami, pero no me respondió. Alex seguía evitándome.
—¿Cómo va tu relación con Cami? —pregunto a Gustavo. Ha sido mi única compañía cuando como en la cafetería, porque los otros dos no se han querido aparecer.
Se tensa en el asiento. —No tenemos ninguna relación, —suelta. Frunzo el ceño.
—Pero esa noche en el club dijiste que era tu chica. —escupo.
Hace una mueca. —Si, pero es porque tenemos sexo ocasional y Alex estaba ebrio. Solo quería que la dejara de molestar. —claro, era un juego de amigos con derechos. Cami me lo había dicho, pero a este punto creía que iban a formalizar algo. —Así lo decidimos ambos. No hay compromisos.
—Entiendo. Creo que es lo mejor. —espeto.
—Somos adultos, Adel. Ambos sabemos lo que hacemos —chasquea la lengua.
Cambio de tema.
—¿Oye sabes algo de Luis? No lo he visto en toda la semana —comenzaba a preocuparme.
—No. De hecho, no responde mis llamadas. Pienso ir esta tarde a su departamento, le he dejado mensajes, pero nada. —su repentina ausencia era extraño.
—¿Crees que esté aun mal por sus exámenes?
Sacude la cabeza. —No. Debe haberse liado con una chica y está viviendo el romance aún, solía pasarle así antes.
—Pero nunca se perdía por días.
—De todas formas, esta es la ultima semana de clases, tal vez por eso se ha ido antes.
Cierto, pronto estaríamos de vacaciones de navidad.
—¿Me podrías llamar si lo encuentras en su departamento? En verdad, estoy preocupada.
—Claro que sí. —se levanta de su asiento —nos vemos, voy a clases.
Recibí la llamada de Gustavo en la tarde, pero nunca me esperé escuchar lo que tenía que decirme.
Había ido a su departamento y encontrado a Luis muerto, llevaba días ahí. El cuerpo comenzaba apestar, al parecer había sido una sobredosis.
Lloré por mi amigo. Luis estaba muerto. Mi pecho se oprimió y no podía respirar, tuve que hacerme controlar y conducir hasta el departamento de Luis. Cuando llegué había policías y una ambulancia, Gustavo estaba haciendo una llamada, me miró y supe que era verdad todo lo que me dijo.
Le abracé, con ello tratando de consolarme a mi misma.
—¿Cómo pasó? —lloriquee. Sus ojos se encontraban rojos.
—Vine a verlo como te dije y como no me abrió la puerta, usé la llave que me había dado antes cuando me prestaba su departamento para venir con chicas. —hace una pausa y deja escapar un suspiro —abrí la puerta y sentí el olor desagradable. Lo llamé, pero no respondió, creí que no estaba y fui a su habitación, estaba en el suelo con los ojos abiertos. Toqué su pulso, no había signos vitales, fue cuando llamé a la policía y una ambulancia. Me dijeron que fue una sobredosis, te llamé. —lágrimas se filtran por sus parpados. Cubro mi boca para amortiguar el sollozo. Sus brazos me llevan a su pecho y lloro.
No podemos dar por hecho de que estaremos toda la vida en este lugar, deberíamos hacer un poco de todo, vivir sin remordimientos, hacer lo que nos gusta por diversión, amar, reír, llorar cuando las cosas vayan mal, no reprimir esos sentimientos que nos atormentan. Debemos gritar, eso nos salvará de nosotros mismos.
El forense dijo que él ya había estado consumiendo antes drogas y que esta vez se pasó. No fue suicidio, estaba alcoholizado y consumió metanfetamina más de lo normal. Sabía que consumía marihuana y cocaína, pero no metanfetaminas.
Recuerdo esa vez en la cafetería donde se veía triste y enojado porque había reprobado dos materias, Gustavo le hizo burla por quejarse por ello, y no quiso venir con nosotros al club para festejar que si habíamos pasado los exámenes nosotros. Pensamos que había sido que no estaba de humor y se le pasaría. Que tan equivocados estábamos, él la estaba pasando tan mal, aunque fuera por algo que para nosotros era insignificante, para él parecía ser diferente. Me sorprende aun más como podemos percibir cosas tan diferentes, teniendo la realidad de las cosas enfrente de nosotros.
Nunca pensamos que iba a estar tan deprimido para emborracharse y drogarse. Ocasionándole una sobredosis.
Ojalá hubiéramos estado más alerta. Sabía que Luis se drogaba, pero nunca se pasaba de su cantidad, los chicos y yo le decíamos que dejara de consumir tan seguido, pero nunca nos hizo caso. El más cercano a él era Gustavo, sabía un poco más de su vida que yo. Debe estar devastado.
***
Asistimos al funeral varios conocidos. Su familia voló de México hacia Texas y dijo que era mejor enterrarlo allí, ya que todos sus amigos estaban aquí. Ver a su madre devastada llorando hizo que mi corazón se sintiera pequeño, Gustavo mantenía dándole consuelo a Cami. Alex estaba impasible, cuando le llamé para decirle no me dijo nada. Creo que seguía molesto conmigo y no sé por qué. Hubo algunos maestros de la universidad que vinieron a despedirlo.
Miré a Cami alejarse del entierro, estaba tan mal como yo, nadie esperaba esto. La seguí para darle apoyo y consolarla, sabía que de alguna forma había tocado fondo, ella igual consumía drogas de vez en cuando con Gustavo, pero no tan seguido como Luis lo hacía. La encontré en la entrada discutiendo.
—No debiste venir —dijo con voz angustiada. —No es un momento adecuado.
—También lo conocía, quería despedirlo por última vez —la voz pertenecía a Félix. Me sorprendió que estuviera aquí, no eran amigos.
—Vete, por favor. Si Alex te ve aquí, se va a poner como loco y no quiero que peleen en el entierro de Luis. —su voz era súplica. —Por favor —me atreví asomar mi rostro y mirar la escena. Fue un error, me arrepentí al momento que mis ojos vieron las manos de Cami acariciando el rostro de Félix con si fueran tan íntimos, los brazos de este la abrazaron y consolaron mientras ella lloraba en silencio. Ninguno de los dos me vio, así que volví al entierro con el corazón hecho pedazos y un nudo en mi garganta.
Cami llegó minutos después de mí. Le dimos el último adiós y cada uno escogió su camino. Sabía en el fondo, que esto nos separaría un poco más de lo que ya estábamos.
***
Aunque no quisiera aceptarlo agradecía estar en casa de mis abuelos para celebrar Acción de Gracias. Sentir sus cálidos abrazos y cariños cada vez que voy a verlos, me hacen sentir mejor después de lo que sucedió con mi amigo. No le había contado a mi madre ni a mis abuelos sobre el hecho. No quería apagar las buenas vibras que emanaban de todos en la casa con mis problemas.
—Voy a sacar el pavo —corrí al horno y tomé los guantes de cocina y saqué el pavo. Se veía delicioso, la abuela y yo lo habíamos cocinado.
—Pásame esas papas, cariño. —la abuela ha sido un gran factor de ayuda con mi estado de ánimo estos días. Se la ha pasado haciendo todo tipo de postres que a mi me encantan. Hoy ha horneado un pastel de zanahoria.
—Abuela, ¿cómo puedes hacer para que te deje de gustar alguien? —sabía que ella era la indicada para que me diera respuestas que funcionarían si las aplico. Ella dejó de picar las papas y me miró con una sonrisa.
—¿Te gusta alguien? —sello mis labios. Comienza a reírse. —Si, lo haces. —asiente con la cabeza. —No puedes esperar que pase en una semana o meses. Lleva su tiempo, es más fácil enamorarse de alguien que desamorarse. —sonríe con melancolía. —no te presiones. Pasará en cualquier momento.
—¿Cómo lo sabré? —inquiero curiosa.
—Cuando veas a esa persona que tanto te hacía sentir nerviosa, te latía el corazón deprisa con solo verle o escuchar su nombre. De todas esas emociones, no sentirás nada. Tu respiración estará bien y no te sentirás emocionada con escuchar su voz o verle. Habrá un silencio tranquilizador.
—¿Podrían pasar años?
—Si, podrían pasar años para dejes de estar enamorada de esa persona. Cuando un amor es demasiado fuerte que te atolondra, es más difícil. Y aun peor cuando no es correspondido. —hace una pausa y sigue cortando las papas —¿te corresponden?
Trago saliva. —No lo sé. A veces pensaba que sí y otras realmente no lo hacía.
—Jugaba con tus sentimientos.
—Pareciese que sí. Me hacía sentir insegura, porque había otra chica.
—Es un jugador de dos cartas. Puede que al final pierda a una, o pierda a las dos.
—Y creo que ya perdió a una. —me refería a mí, trataba duramente de dejar de pensar en él. Pero no más no conseguía mucho de ello.
La ultima vez que lo vi fue en el entierro hablando con Cami. Antes de venir a Oregón con mis abuelos, recibí un mensaje dándome el pésame por la muerte de Luis. Quería tanto un abrazo de parte suya, así como consoló a Cami, pero sabía que no iba a permitírmelo. Le dije que se mantuviera alejado de mis amigos y de mí, e hizo lo que le pedí. Que obediente chico.
Y eso seguía molestándome.
Decidí no responder el mensaje.
Comimos pavo, patatas y pastel de zanahoria con mis abuelos. Mamá estaba comportándose como una madre ejemplar con ellos, me imagino para dar la finta de que no lleva una vida desordenada y cambia de pareja a cada rato. Al menos se ha vestido como una señora ama de casa esta vez. Sonrío tan solo pensar en cómo iba a reaccionar mi abuela si la veía con una minifalda ajustada y una blusa demasiado abierta como para enseñar el inicio de sus pechos.
***
Navidad fue llena de regalos. La abuela me regaló un suéter tejido por ella. El abuelo un arma, mamá se alarmó en cuando la vio.
—¡Papá no puedes regalarle un arma a Adeline! —el abuelo estaba riéndose al igual que yo. Mamá y la abuela no. —Es peligroso.
—Calma Violet, mi nieta tiene edad suficiente para aprender a usar un arma. En esta época deberías saberlo, es legal ya llevar una en tu auto. Además, ella es mujer, cualquier rufián querrá sobrepasarse con ella. Vive sola.
—Mamá dile algo. —miré a mi abuela que tenía el semblante serio, sus ojos se dirigieron como dagas a mi abuelo.
—Marcos te he dicho lo que pienso sobre esto. No acepto armas en mi casa.
—Leila, amor. Me obligaste a regalar todas mis armas, no me hagas esto. —el abuelo suena tan dulce que me da ternura. La mirada de la abuela se suaviza. Sonrío.
—¿Entonces puedo quedármela? —pregunto con una sonrisa en mis labios.
—Si, está bien. — la abuela deja escapar un suspiro, mi abuelo me guiña un ojo. Mamá suelta un bufido.
¡Genial!
***
El abuelo me lleva a una parte del bosque para comenzar con mis practicas de tiro. Le pregunté si había enseñado a mi mamá antes, pero me dijo que a ella nunca le gustaron las armas, y nunca tuvo otro hijo para enseñarle. Mamá era hija única.
No me lleva mucho comenzar aprender sobre ello, las armas son fáciles de usar, ahora veo porqué los chicos se obsesionan tanto con los videojuegos de armas, es satisfactorio cuando el disparo cae en el objetivo. Me imagino que así se sintió la persona cuando mató a esas personas por racismo en Buffalo, siento el sabor de la bilis en mi garganta y le pido a mi abuelo que es todo por hoy.
—¿Sucede algo? Estás un poco pálida.
—No. Es solo que estoy cansada.
—Escúpelo —me sigue sorprendiendo el vocabulario de mi abuelo cada vez que estamos solos. Es como si volviera a ser ese militar de las fuerzas armadas de los Estados Unidos. Mi abuelo era un veterano jubilado hace ya algunos años.
—¿Recuerdas esa masacre en Buffalo? Ahora que disparé y di en la lata, sentí una satisfacción y pensé si la persona que hizo ese tiroteo se sintió así. —muerdo mi labio inferior.
—Para ellos es diferente. Lo que acabas de sentir ahora mismo, fue una alegría momentánea por lograr un objetivo. Para ellos, es una excitación orgásmica que dura por mucho más tiempo el quitar una vida. No puedo decirte en sí, como es dentro de su cabeza, pero es más retorcido de lo que te imaginas. No te compares con esas basuras —su tono de voz se alzó —No eres para nada como ellos. Además, tu estás aprendiendo a usar el arma para protegerte de personas como esas; delincuentes, abusadores, violadores. Hay todo tipo de artimaña ahí afuera.
Sabía que mi abuelo tuvo que haber matado a muchas personas malas durante su servicio, y eso no lo hizo convertirse en una persona diferente o llenarse de odio como para matar a cualquiera que se le atravesara en el camino.
—Cuando serví en Afganistán, maté a muchas personas. —es la primera vez que le escucho hablar sobre ello.
—Pero todas eran malas —digo, sacude su cabeza.
—Solo recibíamos ordenes, y nunca sabemos si son malas o buenas. Nuestras ordenes nos hacen delimitar que somos los buenos en esa misión y ellos deben morir. Lo mismo es para ellos. Cualquier perspectiva será diferente, va depender de la persona y el ángulo en que lo mires. Hay muchas variantes. —se aclara la garganta —muchos de mis compañeros no pudieron con esas muertes y terminaron en el psiquiátrico, otros no pueden ni hablar de ver tanta sangre y muertos.
—¿Cómo has podido sobrellevar todo ello, abuelo? —me da una sonrisa que no llega a sus ojos.
—Tu abuela, me ha ayudado mucho. Leila, es la mujer que he amado toda mi vida, sin ella me hubiera hundido en el alcohol, posiblemente me hubiera suicidado. —hace una pausa —Cuando tienes a alguien que te quiere y te protege, puedes salir hasta de tu propio hoyo, uno del cual nunca creíste hacerlo solo. Se necesita una persona en la cual apoyarse y que no te deje caer. Leila, es eso para mí. Es el bastón en el camino, mi roca en el mar desolado, es mi rosa en un jardín y mi único amor. El amor lo puede todo.
Entonces comprendí que si yo tenía a alguien en la cual apoyarme cuando todo estuviera mal. Iba a estar mejor, pero me pregunté si a eso no se le llamaba codependencia.
—¿Codependencia? —dije en voz alta. Él sacudió la cabeza.
—No, muchos pensaron eso. Pero en realidad no era así. Yo no dependo de su estado de ánimo, no hago sus problemas míos, y mucho menos trato de manipular sus emociones. Lo de nosotros es amor propio por el uno y otro, ambos estamos orgullosos de lo que hemos construido juntos. Somos un equipo.
Ahora lo entendía mucho mejor. Mi abuelo estaba enamorado de la joven Leila que siempre estuvo para él en las buenas y malas, es como si siguieran viviendo en su etapa de recién casados. Los años no pasaron para ellos, y eso me arrebató una sonrisa más grande. Un matrimonio como el suyo era poco de verse.
El amor lo puede todo, había dicho mi abuelo. Y claro que sí, el amor podría destruir todo lo malo a tu alrededor, y más cuando era amor propio.