Eduardo paseaba de un lado a otro, ante la atenta mirada de Jennifer y Ricardo, quien por alguna razón desconocida para todos, aún seguía en el hospital. La rubia le había insistido más de una vez que se fuera a su casa, que tenía que atender su empresa, pero el millonario había reído con sorna al escucharla, asegurando que alguien más podría hacerse cargo. Por alguna razón, que aún le era desconocida, se sentía incapaz de dejarla desamparada. —¡Tenemos que ir a buscarlos, ya sabemos de lo que es capaz de hacer ese sujeto! —exclamó el rubio impulsivo, preso de una enorme conmoción—. ¡Marco podría resultar muerto o quizás Susana! —No seas tan pesimista, idiota —se quejó Martín, haciendo una mueca de incomodidad—. Recuerda que Marco nos dijo que ni siquiera pensáramos en llamar a la poli