Xander tenía días sin ver la luz del sol. Estaba amarrado fuertemente con cuerdas y poco a poco estaba empezando a perder su voluntad. Sabía que por nada del mundo su abuelo lo liberaría de su prisión. Se sentía exhausto, menoscabado y muy desanimado, luchar solo le había servido para lo golpearan sin piedad. Incluso tenía un ojo inflamado y el labio partido. La puerta se abrió de pronto y arrugó los ojos a causa de la luz que emanaba por la ranura. —D-déjame… por favor —susurró de manera lastimera. —Eres patético —dijo con desprecio aquella voz que conocía muy bien—. Pensé que serías más fuerte, pero logras decepcionarme siempre, Xander. Este no respondió, solo quería dormir y no pensar en nada más. —¿No vas a preguntarme a qué vine? —preguntó el anciano con sorna. Silencio. —Bie