Hendrick Stone estaba sentado en su escritorio cuando una abatida y demacrada Christine llegó a su oficina, sosteniendo su vientre y con los ojos enrojecidos. —¡Santo Dios, querida! ¿Qué ocurrió? —se levantó de golpe, corriendo a auxiliarla—. ¡James, llama al médico de inmediato! —E-estoy bien —susurró ella, reprimiendo los sollozos—. No sabía a quién más acudir, señor Stone. —Shhh, tranquila —la tomó del brazo, y la hizo sentar con cuidado en una silla—. Ahora dime qué ocurrió, ¿qué te hizo el imbécil de mi nieto? Ella lo miró con lágrimas en los ojos, sintiéndose idiota por seguir llorando a esa hora, a pesar de hacerlo también toda la noche. —Él… —abrió la boca y le contó todo con detalles, haciendo rabiar al anciano. —¡Juro que lo voy a desheredar! Maldito mocoso —gritó furioso