Xander continuaba con la cabeza hecha un lío, ni se había detenido a pensar en lo que había dicho. Desde que su jet aterrizó en el aeropuerto de Italia, se mantuvo ocupado. Visitó a los heridos, al igual que la familia de los fallecidos. La remodelación de la empresa estaba muy avanzada, pero no habían dado con el paradero del culpable y aquello lo tenía de un humor de los mil demonios. Dos días más tarde decidió llamar a Christine, pero el celular solo sonaba. Frunció el ceño y lo intentó varias veces, pero con el mismo resultado. Entonces decidió llamar a la única persona que sabía, podía saberlo. —¿Diga? —Giorgio, ¿dónde está Christie? —demandó impaciente. —¿Y cómo voy a saberlo? —respondió el aludido—. No sé nada de ella en días. —Mientes —espetó Xander, molesto. —Pues muy t