La reina Amatista lo tenía todo, riqueza, poder, juventud y belleza, lo único que no poseía era aquello que más deseaba, ¡un hijo!, por años rezó e hizo ofrendas a los dioses hasta que sus rodillas se rasparon y el hijo que tanto anhelaba no llegó.
Pero cuando los dioses callan, los demonios gritan.
Una noche sin luna la reina recibió la visita de un hombre alto cubierto con una túnica y una máscara, la reina se asustó por su presencia, en su retroceso, cayó al suelo, su respiración se sentía cortada, no podía gritar.
– Tendrás dos hijos – le dijo el rey demonio y la reina alzó la mirada.
– ¡De verdad!, ¿puedes hacerlo? – suplicó.
El rey demonio buscó en su túnica una botella con un líquido púrpura, la reina se levantó para tomarla y él alzó el brazo – hay un precio, dentro de diecisiete años vendré a buscarte y tendrás que darme lo que más amas.
La bruja del bosque sombrío hacia una oferta parecida, la reina conocía las historias, las canciones y las advertencias, sí era ella quien estaba detrás de esa máscara, la reina podría perder la vida, o, a uno de sus hijos – en diecisiete años, no antes, tienes que prometerlo.
El rey demonio sonrió – tienes mi palabra, en diecisiete años exactos, ni un día más, ni un día menos, vendré a buscar mi pago – le entregó la botella y la reina se aferró a ella – reúnete con el rey y bébela, tendrás una sola oportunidad.
Las manos de la reina se volvieron temblorosas, pero mantuvo su decisión – gracias – le dijo al rey demonio y lo vio desaparecer en la oscuridad.
– Alteza – llamó uno de los guardias del otro lado de la puerta.
La reina se levantó – estoy bien, estaba rezando – limpió sus lágrimas – dile a mi doncella que venga, debo cambiarme.
El rey estaba en una fiesta, los invitados bailaban, bebían y reían, la reina Amatista rara vez se presentaba en ese tipo de celebraciones, no resistía, el solo hecho de sentarse en su silla a mirar cómo las amantes del rey llevaban a sus hijos para que mostraran respeto a su padre mientras ella seguía con el vientre vacío, la hacía enfermar.
Un día, uno de esos hijos ilegítimos se convertiría en el príncipe heredero, el rey lo elegiría en base a sus logros y la obligaría a cuidarlo, en retribución por su pecado, no haber sido capaz de tener un heredero.
El rey la vio – mi bella, hermosa y perfecta reina – la saludó, esas palabras se sintieron pesadas y al tomar la mano de Amatista, le dio un beso – hoy debe ser una noche especial.
– Lo es – sonrió la reina – lo extrañé mucho, majestad, quiero estar a su lado.
El rey sonrió, la llevó a su silla y dio la orden de que continuará la fiesta.
La reina respiró profundamente, clavó la mirada en las amantes de su esposo que se paseaban sin vergüenza y al despedirse, le susurró al rey que deseaba ir a su habitación, debía avisarle con tiempo, para que él no llevará a otra mujer.
Ya era de madrugada cuando la fiesta terminó, el rey Roger volvió a su habitación y encontró de pie, junto a la cama, a la reina Amatista.
– Majestad – saludó ella, con una profunda reverencia – noté que su hombro está un poco caído, sí me lo permite, quisiera darle un masaje.
El rey dejó que la reina lo desvistiera, ella quitó las capas de tela, acomodó la corona con cuidado y mientras acomodaba la ropa, sacó de su pecho la botella, la empujó bebiendo cada gota del líquido, dio la vuelta y abrazó al rey.
El demonio no mintió, un mes después de esa noche la matrona del castillo anunció la feliz noticia, la reina Amatista estaba embarazada, poco después se anunció que serían gemelos, lo que puso a muchos nobles de la corte nerviosos, por el tema de la sucesión y se dejó en claro que la reina debía estar siempre acompañada de su sequito, para cuidarla y tomar nota de cuál de los bebes sería el primer en nacer.
La reina acariciaba su abdomen cada tarde y miraba a sus doncellas con afecto, ellas le daban todos los cuidados posibles, probaban la comida para evitar envenenamiento, revisaban las habitaciones y estaban a su lado siempre.
Amatista no sentía miedo, porque sabía que su embarazo era el más importante en el reino, sin embargo, sí había algo que le molestaba – duque Ransel, cuando mi bebe nazca, ¿qué pasará con los otros hijos del rey?
El duque bajó la mirada – alteza, no necesita preocuparse, habiendo un heredero legítimo, no hay necesidad de otros herederos, ellos, tendrán puestos de servicio, quizá alguno se convierta en un erudito, o en un guardia, le garantizo, que no llegarán más lejos.
– Un guardia, o un erudito – pensó la reina en voz alta – son puestos que considero bastante altos para ellos, no hace mucho, duque Ransel, esos desechos se paseaban por el salón de la corte, actuando como herederos, sus madres no los educaron correctamente, en cualquier momento pueden convertirse en una amenaza para mis bebes.
La doncella junto a la reina se apresuró – alteza, no se altere – le suplicó.
Amatista respiró profundamente – duque Ransel, mi estado de salud es crítico, espero que usted pueda quitarme esta preocupación.
El duque asintió – alteza, entiendo perfectamente, a la luz de un heredero, cualquier hijo ilegitimo del rey es considerado una amenaza, sin embargo, el reino, aún no tiene un heredero varón.
El bebe de la reina aún no había nacido y las promesas del rey demonio no podían ser usadas como evidencia, mucho se decía en la corte, de qué pasaría sí del embarazo de la reina, emergieran dos princesas.
– Comprendo – dijo la reina – es natural tener una “reserva”, por eso, espero que una vez nazca el heredero, usted pueda eliminar las amenazas.
– Así se hará, alteza.
La reina tomó la taza de té que su doncella le dio y la lanzó al suelo – pronto lo verán – presionó su abdomen, creyente, más que nunca, de las palabras del demonio.
Y tuvo razón.
En la noche del parto nació un príncipe, el heredero varón que el rey Roger tanto deseaba y una princesa hermosa y delicada, idéntica a su madre.
El reino se llenó de júbilo y la celebración duró varios días, el reino finalmente tenía un príncipe heredero, y no solo eso, también había una hermosa princesa a quien todos, desde muy pequeña, amaban.
La reina volvió a reunirse con el duque Ransel y dio la orden, todos los hijos ilegítimos del rey debían desaparecer, para que nadie, pudiera hacerles daño a sus hijos.
Solo había un problema, el demonio.
En dieciséis años y tres meses después del nacimiento de sus hijos, esa criatura aparecería para quitarle lo que más amaba y siendo la reina Amatista una mujer inteligente, sabía exactamente, lo que le quitaría.
– Contraten a todos los magos, hechiceros, brujas y profetas en el reino, mátenlos sí resultan ser charlatanes y preparen nuestras defensas.
– Majestad, ¿sabe el rey sobre esto?
La reina sonrió al dar la vuelta – sobre mis intentos de proteger el castillo, él lo sabe, decretó que sufro paranoia como consecuencia del parto, pero, ¿acaso le estoy haciendo daño a alguien?, solo quiero que nada les pase a mis hijos, ¿es un crimen tan atroz?
Nadie respondió, y siguieron sus indicaciones al pie de la letra.
Los años pasaron.
Alto, valeroso, caprichoso y travieso, así era el príncipe Vladimir De Lacorde, quien pasaba todo el día entrenando y jamás se acercaba a un libro, a su lado, vigilante y llamativo, estaba César, el guardia designado a la protección del príncipe y el profesor Tobaldo, el mago a quien la reina contrató para cuidarlo.
Pero, cuando se trataba de esconderse, y salir a jugar, era difícil vencer al pequeño príncipe Vladimir.
Hermosa, graciosa y elocuente, así era la princesa Esmeralda, una joven de cabello castaño que caminaba con un libro en los brazos, a su lado estaba la hechicera Casandra, poderosa e inteligente profesora de la torre de magia y su caballero Adán, un chico bastante joven que obtuvo el logro de ser elegido como guardia de la princesa.
Ambos eran únicos, y tan diferentes como el día y la noche.
Vladimir era incapaz de seguir indicaciones, constantemente se revelaba a las reglas impuestas por sus padres y quería vivir libremente.
Todos decían que las primeras canas de la reina Amatista, salieron después de la primera vez que el príncipe se perdió, ella lo buscó con tanta desesperación, gritó su nombre desgarrando su garganta y al tirarse al suelo, con lágrimas en los ojos, el pequeño príncipe Vladimir, de entonces cinco años, soltó la viga de la que estaba aferrada la cortina, cayó sobre una cama de cojines que había colocado y musitó – mamá.
La reina lo miró con los ojos inyectados en sangre y él salió corriendo.
Desde entonces, el cabello de la reina, antes castaño, fue tornándose blanco.
Por otro lado, la princesa Esmeralda era muy aplicada y disciplinada, repetía las acciones de sus tutores, aprendía de sus padres y para los doce años, tenía una rutina exacta y precisa.
Sin importar la hora del día, la princesa siempre estaba en su lugar.
Por la mañana, visitaba a sus padres dándoles las gracias por haberla traído al mundo, desayunaba correctamente, con la espalda recta y modales precisos, más tarde, acudía a sus clases y al terminar, iba a la biblioteca y leía.
Su hermano la veía y sentía que la piel se le erizaba, algo similar ocurría cuando la princesa lo observaba.
– Esto es lo que pasó – dijo Frederick, un aprendiz de caballero que miraba desde el jardín – estando en la panza de la reina, el príncipe Vladimir pateó a la princesa, ella comenzó a llorar, se enfadó y mordió al príncipe, cada vez que ellos se ven, recuerdan lo aterrador que fue estar atrapados en ese espacio pequeño.
Beatriz, la hija del caballero César que protegía al príncipe, entrecerró los ojos – pasas demasiado tiempo con los profetas. Ellos son – volteó a verlos – normales.
No del todo.
El príncipe Vladimir se alejó de su hermana para ir a entrenar, Frederick y Beatriz, sus compañeros de entrenamiento, lo siguieron, y Esmeralda siguió su camino a la biblioteca.
– Maestra – llamó a Casandra, la maga que la cuidaba – quiero leer otra vez el libro de ayer, del héroe Casian.
Casandra sonrió – sabía que te había gustado, ¿no prefieres leer la segunda parte?
Los ojos de la princesa se agrandaron – sí, sí, quiero leerlo.
– Aquí está, Casian fue un gran héroe y hay muchos libros con sus aventuras.
Esmeralda abrazó el libro, lo abrió con cuidado y se recargó sobre la mesa para leer sobre las grandes aventuras del más grande y poderoso héroe de todos los tiempos.
La joven princesa, quien comía con la espalda recta y movía sus manos cuidadosamente para alimentarse, se tiraba sobre el suelo con el libro en el piso o se acostaba sobre la silla cuando se trataba de leer un libro de aventuras.
Casandra lo encontró muy gracioso y divertido, le gustaba ver a la princesa siendo lo que era, ¡una niña!
– Fuerte y gallardo – leyó la princesa – cruzó el puente a caballo…